La virtud de la hegemonía americana .

 


Artículo publicado en Cuadernos de Pensamiento Político nº 1 Págs. 161 a 174, Madrid, Octubre, 2003.
Introducción
Las nuevas condiciones de la seguridad
La voluntad de América
No hay alternativas a los Estados Unidos
Un imperio post-imperial

No hay alternativas a los Estados Unidos

En sucesivas ocasiones el presidente George W. Bush ha dicho que “América no tiene ningún Imperio que agrandar ni ambiciones territoriales que satisfacer”,[xvii] pero no por ello niega que el ejercicio de su poder es clave para la paz y el orden en el mundo.[xviii] De hecho, cuando los Estados Unidos no han querido, sabido o podido jugar un papel predominante, al mundo le ha ido mucho peor que cuando han sido y actuado como una potencia intervencionista. Es un hecho incluso evidente para alguien tan crítico de la política de Bush como es el editor de Newsweek, Fareed Zakaria: “En principio, el poder americano no sólo es bueno para América, es bueno para el mundo. La mayoría de los problemas de hoy –desde el terrorismo al SIDA pasando por la proliferación de las armas de destrucción masiva- se solucionarán no con menos compromiso americano, sino con más. LA lección de los 90 –de Bosnia, Kosovo, Timor Oriental, Ruanda- es a todas luces que la acción americana, con todos sus defectos, es mejor que la inacción. Otros países no están simplemente preparados o son capaces, en este momento, de asumir los retos y la carga del liderazgo”.[xix]

Este sí que es un dilema real: no hay alternativas a la hegemonía americana. En primer lugar, los potenciales candidatos a rivalizar globalmente con los Estados Unidos no pueden resultar atractivos como líderes indiscutibles e indiscutidos. ¿Quién quiere tener a la China comunista como garante del orden global? Es más, como bien escribía Robert Kagan en un premonitorio ensayo hace media docena de años, ni siquiera los franceses, que tanto argumentan a favor de la multipolaridad, la desean realmente. “Lo que Francia, Rusia y algún otro realmente persiguen hoy no es una genuina multipolaridad, sino una falsa multipolaridad, una multipolaridad honorífica. Quieren la ficción de un partenariado igual en un mundo multipolar sin el precio y la responsabilidad que esa igualdad requiere”. [xx]

Más allá del Estado nacional tampoco hay otras opciones. Por un lado, la UE sigue siendo débil y fragmentaria, al menos en todo lo tocante a su vertiente exterior y de defensa y si para constituirse como un polo alternativo se la hace pasar por una política antiamericana, será inexorablemente más débil y marginal. Los europeos no quieren dotarse de los elementos materiales para jugar un papel de líder creíble en el mundo porque presumiblemente no quieren gastarse el dinero en ello. Las Naciones Unidas por su parte se encuentran con obstáculos objetivos para hacer girar la agenda mundial a su alrededor. Por razones prácticas –no tienen la fuerza- y políticas –sus decisiones representan el juego de los intereses de los estados miembros no los de una inexistente comunidad internacional-. Es más, un organismo cuantitativamente dominado por gobiernos no democráticos, cuando no tiránicos sin respeto alguno a los más básicos derechos elementales de las personas, poco puede ofrecer como altura moral y normativa.

Esta combinación de poder norteamericano y debilidad de los demás puede que sea la explicación de por qué la ciencia política se haya equivocado. Según el manual, cuando surge una superpotencia inmediatamente se genera un fenómeno de resistencia, una alianza, por parte de los débiles cuyo sentido es servir de contrapoder. Es el fenómeno del balance of power. Lo más sorprendente de la actual situación es que no se esté promoviendo algo así. El eje que Jacques Chirac ha intentado articular durante la crisis con Irak, Paris-Moscú-Pekín no deja de ser una mala broma como planteamiento de un triunvirato para el orden en el mundo.

En realidad, la mayor cortapisa al poder de América sólo puede provenir hoy de la misma América. La carga de la responsabilidad global –imperial- provoca miedo y resistencias. “Ser un poder imperial es más que ser la nación más poderosa o la más odiada de la Tierra (...) La pregunta no es si América es demasiado poderosa sino si es lo suficientemente poderosa” se interrogaba hace unos meses Michael Ignatieff.[xxi] De nuevo, el tono del debate sobre Irak es indicativo de este sentir. La petición de fondos extraordinarios por el presidente Bush, por valor de 87 mil millones de dólares, ha centrado la atención sobre le precio y el coste de las intervenciones y la política del cambio de régimen. Así y todo, la apuesta de Bush por la libertad y democracia en Irak marca la respuesta a este debate. “La respuesta es que podemos permitirnos cualquier política exterior que necesitemos o elijamos. Somos el país más rico del mundo, el país más rico que el mundo ha conocido jamás. Y somos más ricos hoy de lo que lo hemos sido antes. Contamos y mandamos no sobre menos sino sobre más recursos que nunca”.[xxii]

Es verdad que para ejercer como Imperio, los estados Unidos deberían adaptar buena parte de sus instituciones, incluidas sus fuerzas armadas. Pero el test último no recae sobre sus recursos y medios, sino sobre su voluntad.


Notas

[xvii] Véase entre otros el discurso en West Point de 1 de junio de 2002, en we will prevalí. Op. Cit. Pp. 158 y ss.
[xviii] Schmitt, Gary: “Power and duty: US actino is crucial to manteining World Order” en Los Angeles Times 23 de marzo de 2003.
[xix] Zakaria, Fareed: “The arrogant Empire” en Newsweek, 24 de marzo de 2003
[xx] Kagan, Robert: “The benevolent Empire” en Foreign Policy nº 111, verano de 1998, pág. 26.
[xxi] Ignatieff, Michael: “The burden” en The New York Times Magazine, 5 de enero de 2003.
[xxii] Muravchik, Joshua: The Imperative of American leadership. Washington, The American Enterprise Institute Press 1996.


Continúa
Rafael L. Bardají , 20/05/2004

 

 

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