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La virtud de la hegemonía americana . |
Artículo publicado en Cuadernos de Pensamiento Político nº 1 Págs. 161 a 174, Madrid, Octubre, 2003. |
Introducción
Las nuevas condiciones de la seguridad
La voluntad de América
No hay alternativas a los Estados Unidos
Un imperio post-imperial
Las nuevas condiciones de la seguridad
Los años 90 fueron como unas vacaciones estratégicas, un auténtico paréntesis de la Historia. Evaporada la confrontación Este-Oeste y desaparecida la URSS, cuanto sacudía al mundo eran unas guerras periféricas, conflictos étnicos y civiles, que, a pesar del enorme disgusto moral que representaban, eran percibidas por las sociedades occidentales como algo reprobable, pero lejano, guerras de otros. De hecho, la posibilidad de intervenir en las mismas para ayuda humanitaria y apoyo a la paz era una opción que, por primera vez en muchos años, se podía tomar voluntariamente y no por necesidad. Nada vital había en juego en términos de intereses nacionales clásicos.
Sin embargo, el sueño del “final de la Historia” popularizado por el famoso politólogo americano Francis Fukuyama a finales de los 80[i], saltaría hecho añicos la mañana del 11 de septiembre del trágico año 2001. El ataque terrorista del 11-S hizo algo más que destrozar las Torres Gemelas y un ala del Pentágono, acabó con el mito de un mundo volcado en la globalización y en la economía y nos transportó vertiginosamente al mundo de la política, de la violencia y de la guerra. El mundo que siempre ha sido, ahora con un nuevo rostro.
Esa nueva faz va a ser, mezcla y confluencia de dos factores: por un lado, el terrorismo de alcance global, de inspiración religiosa fundamentalista, cuyo propósito es causar el mayor daño posible e intentar acabar con el estilo de vida occidental. Para Bin Laden y sus secuaces es la guerra santa, la jihad, su motivación y al mismo tiempo su ambición. Y de la jihad sólo cabe esperar una guerra total y sin cuartel.
El segundo factor, por otro lado, es la creciente diseminación de altas tecnologías y, más en particular, de aquellas relacionadas con la producción de armas de destrucción masiva, químicas, bacteriológicas, radiológicas y nucleares. Como se expresó Tony Blair sobre los atentados del 11-S, “lo verdaderamente sorprendente de los atentados no es que causaran la muerte a 3.000 víctimas inocentes, sino que si los terroristas hubieran tenido los medios a su alcance, habrían asesinado sin escrúpulos a diez o cien veces más”. Sin barreras morales y con el deseo de imponernos su ley religiosa y orden teocrático, la confluencia de armas de destrucción masiva y terrorismo internacional se vuelve el mayor peligro y amenaza de los próximos años. Como se expresó George W. Bush ante los cadetes de West Point en junio de 2002, “El peligro más grave yace en el cruce peligroso de radicalismo y tecnología”.[ii]
Aunque las imágenes del 11-S tienden a borrarlo, no se puede olvidar que los Estados Unidos se vieron sometidos, además, a una agresión con ántrax a través del servicio postal, semanas más tarde, añadiendo una fuerte dosis de stress social y poniendo de relieve la naturaleza auténticamente disruptiva y desorganizadora de este tipo de agentes biológicos.
La combinación de terrorismo islámico suicida por un lado, con el espectro de un daño y destrucción de proporciones cuasi apocalípticas en el caso de los sistemas bacteriológicos y nucleares por otro, tendría como consecuencia un salto en el pensamiento estratégico norteamericano: En primer lugar, despejaría de una vez por todas la tradicional tentación aislacionista de los Estados Unidos. Como reconoce el prestigioso intelectual galo Pierre Hassner, el 11-S marcará a la opinión pública americana que se sentirá parte de un mundo hostil, amenazante e imprevisible, un mundo “del que no se pueden retirar ni acomodarse al mismo, sólo dominarlo o controlarlo”[iii]; en segundo lugar, frente a militantes suicidas que nada tienen que perder, se pondrá en tela de juicio la política de la disuasión, el arma psicológica con la que los Estados Unidos creían haber evitado comportamientos negativos o perjudiciales de la URSS y otros Estados durante la guerra fría. No se puede amenazar con quitar la vida a alguien que está en trance de perderla voluntariamente si con ello alcanza su meta y horror; en tercer lugar, frente al escenario de tener que encajar la muerte de miles de sus ciudadanos a causa de un acto terrorista, la necesidad de no esperar, sino de anticiparse y prevenir tamaño desastre, será percibida y argumentada como un requerimiento sine qua non en las nuevas condiciones de la seguridad, vitalmente dependiente de que Al Qaeda o asimilados golpeen de nuevo con consecuencias catastróficas.
Ante una amenaza que concentra en la sorpresa –y en muy pocas manos- una cantidad de destrucción incalculable, la defensa pasa, necesariamente, por la acción preventiva. El riesgo de no actuar es llana y simplemente excesivo. Como gráficamente lo expone el antiguo consejero de Ronald Reagan y asesor especial de Donald Rumsfeld, Martín Anderson, “basta un sujeto para provocar un cataclismo (...) Se trata de una cuestión de supervivencia de nuestra civilización (...) Es por ello que es necesario plantearse actuar preventivamente en determinadas circunstancias: a quienes se inquietan ante la idea de una guerra preventiva y que no soportan ver esta idea en el centro de la doctrina Bush, hay que decirles que entramos en un mundo en el que detectar la amenaza en el momento cuando el enemigo está a punto de golpear es ya detectarla demasiado tarde”[iv].
Como el mismo Bush dijo en su discurso sobre el Estado de la Unión , el 29 de enero de 2002, en la lucha contra el terrorismo “ mi esperanza es que todas las naciones escuchen mi llamada y eliminen a los parásitos terroristas que amenazan a sus países y a nosotros. Muchos están actuando ya (...) puede que algunos se muestren tímidos frente al terror. No se equivoquen: Si ellos no actúan, América lo hará (...) en la lucha contra el terror el tiempo no juega a nuestro favor”[v].
Precisamente en ese discurso –que pasará posiblemente a la Historia como el discurso del “Eje del Mal”[vi]- el presidente Bush no sólo hablará de la inmediatez de la amenaza terrorista y de la urgencia en darle una respuesta eficaz, dará un giro verdaderamente revolucionario en su planteamiento del problema, apuntando no sólo a los autores de los atentados, sino a todos aquellos que les den cobijo o les presten ayuda. Como escribían en los días siguientes dos de los máximos exponentes de los neo-conservadores americanos, “Ha llevado la guerra contra el terrorismo más allá de la acción policial para capturar a los perpetradores del ataque del 11-S y la ha transformado en una campaña para poner fin a peligrosas tiranías e impulsar la democracia, haciendo del mundo un lugar más seguro para la gente libre”.[vii] Sin mencionarlo explícitamente, Bush estaba poniendo fin al sistema westfaliano de estados Nación autónomos e independientes consagrado por la Carta de las Naciones Unidas. La soberanía tendría que entenderse de manera cualificada o condicionada a partir de ahora. John Ikenberry recogió muy bien la esencia de este cambio, aunque fuese para criticarlo: “La posesión de armas de destrucción masiva por regímenes despóticos, poco amistosos y descontrolados representa de por sí una amenaza a la que hay que dar respuesta. En la antigua era, los regímenes despóticos se recibían con lamentos, pero eran finalmente tolerados. Con la aparición del terrorismo y las armas de destrucción masiva, son ahora inaceptables (...) los gobiernos que fallan a la hora de comportarse respetablemente y en el cumplimiento de la ley perderán su soberanía...”[viii].
¿Por qué los gobiernos despóticos? Porque incapaces de enfrentarse abiertamente a la fuerza de los Estados Unidos, se ven como la mejor vía para que los grupos terroristas acaben accediendo a los materiales y sistemas de armas de destrucción masiva. Precisamente el escenario que se pretende evitar.
Junto a la guerra contra el terror, el otro elemento objetivo que configura el nuevo entorno de seguridad es el poder relativo de Norteamérica respecto a sus amigos y enemigos. Durante la década de los 90 los militares estadounidense habían venido desarrollando y experimentando con avances tecnológicos en el terreno de los sensores, ordenadores y comunicaciones, así como en la mejora de la precisión, letalidad y alcance de los sistemas de armas, entre otras cosas. El concepto de moda en esos años fue el de “revolución de los asuntos militares”.[ix] Con la llegada a la Casa Blanca de George W. Bush, el término en voga pasará a ser el de “transformación”, en un intento de superar la dimensión tecnológica y abarcar su impacto en terrenos tan dispares como la orgánica, las doctrinas, la logística, la gestión de los recursos humanos y, en última instancia, las operaciones. La oficialización de la transformación quedará reflejada en la Quadrennial Defense Review que el Secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, publicará pocas semanas más tarde del 11-S.
El hecho es que el Pentágono le ofrece a su Comandante en jefe, el presidente de los Estados Unidos, unos ejércitos capaces de combatir y ganar en cualquier parte del mundo, tanto a un enemigo convencional (como el Irak de Saddam Hussein) como a fuerzas que utilizan estrategias asimétricas (los talibán y Al Qaeda en Afganistán). Las fuerzas armadas americanas dejan de ser “el escudo de la república” para convertirse en unidades expedicionarias de alcance global.[x]
Es más, la debacle del 11-S provocará un necesario aumento de los gastos de defensa en Estados Unidos (aunque también en otros países) que ahondará aún más la brecha militar entre América y el resto del mundo. Baste recordar que el Pentágono invertirá en sus ejércitos el próximo año casi 400 mil millones de dólares, cantidad que equivale a la suma de los presupuestos de defensa de los siguientes 14 países en el ranking militar. O, si se prefiere, Estados Unidos se gastará en el 2004 lo que España tardará 42 años en invertir en su defensa. En fin, Washington gasta 10 veces más que Londres – y el Reino Unido es la nación con mayor esfuerzo defensivo en Europa- o 6’5 veces que Pekín.
En términos cuantitativos y cualitativos no cabe duda de que los soldados americanos son unos profesionales bien preparados para la victoria. Lo han demostrado en Irak y ya lo habían demostrado antes en Afganistán, campañas en la que se les auguraba una estrepitosa derrota. Y este hecho es muy importante porque hace de la retórica del presidente Bush un discurso basado en capacidades de acción muy reales y que refuerza la hegemonía americana en el mundo. No hay gobierno enemigo que no pueda ser represaliado llegada las circunstancias. La geografía y la distancia ya no son un obstáculo insalvable.
Notas
[i] Fukuyaa, Francis: “The end of History?” en The National Interest verano de 1989.
[ii] Bush, George H.: “Speech at the graduation Exercises at West point”. En We will prevail. President George W. Bush On War, terrorism, and Freedom. Nueva York, Continuum press 2003, pág. 159.
[iii] Hassner, Pierre y Vaïse, Justin: Washington et le Monde. Dilemmes d’une superpuissance. Paris, Autrement 2003, pág 85.
[iv] Citado en Millière, Guy: Ce que veut Bush. La recomposition du Monde.Paris, edition La Martinière 2003, pág.61.
[v] Bush, George H.: State of the Union Address. Reproducido en We will prevail. Op. Cit., pp. 108 y 109.
[vi] Para los entresijos de dicha formulación, véase la obra del speechwriter de George Bush, Frum, David: The right Man: the surprise presidency of George W. Bush. Nueva York, Random House 2003.
[vii] Kagan, Robert y Kristol, William: “The Bush Era” en The Weekly Standard, 11 de febrero de 2002, pçag. 7.
[viii] Ikenberry, John: “America’s Imperial Ambition” en Foreign Affairs vol. 81, nº 5, septiembre/octubre de 2002.
[ix] Hay una abundante bibliografía al respecto. Una buena introdccuín al tema puede ser Sloan, Elinor C: The Revolution in Military Affairs. Montreal, McGill-Queens University Press 2002; en castellano se puede consultar los trabajos del Grupo de Estudios Estratégicos (GEES) para el seminario de FAES “La RMA y España, mayo/junio de 2000 en www.gees.org análisis nº 6.
[x] Véase al respecto Viahos, Michael: “Military Identity in the Age of Empire” en www.techcentralstation.com, 19 de junio de 2003.
Continúa
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Rafael L. Bardají , 20/05/2004 |
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