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La crisis del peronismo y la gobernabilidad de la Argentina . |
Texto completo de las exposiciones de Jorge Raventos, Pascual Albanese y Jorge Castro, en la última reunión mensual del centro de reflexión para la acción política Segundo Centenario, que tuvo lugar el pasado martes 6 de julio en el Hotel Rochester. |
Jorge Raventos
Pascual Albanese
Jorge Castro
Jorge Raventos
La semana pasada, en un artículo editorial, el diario La Nación planteaba el papel indispensable de los partidos políticos para generar los mecanismos de legitimidad y el buen funcionamiento de la democracia. Esto forma parte de la prédica y de la doctrina que La Nación suele desplegar en sus editoriales; la novedad era que planteaba que, fuera del peronismo, el resto de los partidos eran muy pequeños y poco significativos como para que pudieran dar los debates y ofrecer soluciones a los problemas que están poniendo obstáculos a la gobernabilidad del país. “El peronismo tiene que resolver su crisis, su rumbo y su liderazgo por métodos legítimos, coherentes con el orden institucional”, reclamaba, palabra más, palabra menos, el diario. Esto, en el estilo un poco alambicado de La Nación, podría leerse como una cierta revisión de la indiferencia con que muchos sectores de la opinión publica (sin excluir a ese mismo diario) dejaron pasar las transgresiones legales y políticas que condujeron a que el peronismo no se presentara como tal en la última elección, se eludieran los caminos de la elección interno para definir su candidatura presidencial y, en resumen, marchara dividido en tres fórmulas. Esa situación está en la raíz de los problemas de gobernabilidad que hoy ocupan el escenario.
Porque a raíz de que el peronismo no pudo resolver en términos de legitimidad su liderazgo interno por la vía de la elección directa (que en este caso estaba abierta a la participación de los ciudadanos independientes), tenemos hoy en la presidencia al candidato que llegó segundo, que recibió apenas el 22 por ciento de los votos, de los cuales sólo la tercera parte podían asignársele como intención de voto propio, ya que el resto fue recibido como préstamo del poderoso peronismo bonaerense. Así, tenemos un presidente que llegó a la Casa Rosada en una inédita situación de debilidad, una fragilidad que ha intentado resolver alejándose del peronismo, procurando armar una base propia con sectores de la izquierda territorial y del llamado progresismo, y apoyándose sobre las encuestas de opinión pública.
Pese a que desde el inicio de su mandato el presidente Kirchner asume una política de confrontación con diversos sectores, es a partir de fines de marzo de este año cuando, de una manera más clara, se ensancha la brecha que lo separa del peronismo al mismo tiempo que comienza a manifestarse un divorcio de la opinión publica, es decir, las clases medias urbanas del país.
En el momento actual esos son los dos conflictos principales que afronta el gobierno: uno, con la opinión pública y otro, con el peronismo.
El conflicto con la opinión publica que, luego de las manifestaciones de abril que encabezara el señor Blumberg, aparecía en primera instancia enmascarado en una lucha contra el delito, se amplía al plano general de la seguridad, la legalidad y el orden público a medida que el gobierno va pasando de una política de “laissez faire” en su relación con los piqueteros a una alianza explícita con ellos, que se manifiesta primero con la presencia de varios miembros del gabinete, entre ellos la hermana del presidente , en el congreso de D’Elia, y enseguida con los acontecimientos que rodean y suceden a la toma de la comisaría 24. El, digamos, desasosiego de la opinión pública, que en un principio aparecía enmascarado en la lucha contra el delito, se amplía ahora al cuestionamiento del incumplimiento de la ley, a la ausencia de ejercicio de las atribuciones del estado para hacer valer su autoridad ante graves alteraciones y desafíos al orden público y a la ley.
La insistencia del gobierno del Dr. Kirchner en su política de alianza con los piqueteros es llamativa y significativa. Porque este gobierno se ha mostrado desde el primer día fanáticamente atento a las encuestas y al cultivo cotidiano de su vínculo con la opinión publica, y sabe muy bien que desde hace no menos de cinco meses las encuestas le indican que mas del 60% de la opinión publica reprueba su inacción frente a los desafíos al orden de los aparatos piqueteros. ¿por qué acepta el gobierno, en tal caso, pagar el costo de ese rechazo e insistir en esa política? Hay que preguntarse cuál es el motivo de que el gobierno en este punto se aleje de un sector –las clases medias urbanas- que le ha resultado tan importante, ya que le ha servido hasta ahora para compensar su debilidad de origen, y es el elemento que presenta ante la sociedad en general, ante los gobernadores, frente al sistema político como su respaldo. ¿Por qué razón ha ignorado ese mensaje que recibe de las encuestas?. Hay que llegar a la conclusión de que acepta pagar ese costo por un motivo al que atribuye mayor importancia estratégica: la necesidad de contar con los grupos piqueteros como aliados en una batalla de otro orden , que en primera instancia se manifiesta como una batalla contra el peronismo de la provincia de Buenos Aires, pero que en rigor es la confrontación entre el proyecto de la transversalidad y el peronismo en su conjunto. Porque, en sus cálculos, si la confrontación con el peronismo de la provincia de Buenos Aires le resultara victoriosa el resto sería coser y cantar. Imponer al peronismo en su conjunto el predominio de la transversalidad requiere como condición ineludible sacarse de encima al socio principal de la coalición electoral del 27 de abril.
De modo que para el gobierno es muy importante la alianza con los piqueteros; no es un error, como suponen algunos cronistas, es una decisión política en función de un diagnóstico y de una estrategia.
Pero bien, esta estrategia nos lleva al otro elemento del triángulo peronismo- opinión pública- gobernabilidad: nos lleva al peronismo propiamente dicho. El gobierno tiene una estrategia de confrontación con el peronismo que aparece en primera instancia representado como un choque con el justicialismo bonaerense, específicamente con el duhaldismo. ¿Está el peronismo encarando esta situación de una manera adecuada?. La confrontación va a suceder; es más: está sucediendo. Se observó a fines de marzo en el Congreso del PJ de Parque Norte. Se observa en los cruces entre la Casa Rosada y el duhaldismo. Atanasof dice que en la Casa Rosada reside la presidencia del partido piquetero. El Senado aprueba una importante declaración de reivindicación de Duhalde frente a los duros ataques del “piquetero amigo”, Luis Délía, una declaración que –como subraya con sus aclaraciones el oficialismo- no puede sino ser leída como un cuestionamiento a la política del presidente. Durante el viaje a China, desde el mismísimo avión presidencial, el gobernador de Córdoba marca sus diferencias con las concepciones sobre orden público que prevalecen en el gobierno nacional y subraya la distancia que separa en ese sentido a su provincia de lo que sucede en Capital Federal y el Gran Buenos Aires.
Vemos, así, actitudes de los senadores, del PJ de la provincia de Buenos Aires, del gobernador de Córdoba; y vemos un arco que empieza a manifestarse poniendo resistencias y reticencias a la política de gobierno en materia fiscal , en materia de coparticipación federal. Son rigideces que van haciendo más difícil la gobernabilidad, van haciendo más trabajosa la toma de decisiones. Si la opinión pública se aleja y empieza a abandonar la vieja seducción de los giros antipolíticos de Kirchner, el peronismo está resistiendo un proyecto que siente como ajeno. Sin embargo, no se pude decir que haya aún una política del peronismo frente al gobierno; porque el peronismo, aunque comienza a abroquelarse frente a las ofensivas agresivas de la transversalidad, todavía sufre la inercia del período de división que culminó en abril de 2003: necesita atravesar un proceso de unidad que todavía está en pañales. El justicialismo está siendo reclamado por la realidad: los reclamos llegan desde la sociedad (¡hasta desde el diario La Nación!), y también desde su propio seno, para que se ponga en condiciones de asumir todas las responsabilidades de este proceso. La unidad del peronismo pasa a ser en rigor una necesidad no solo propia del movimiento, sino también de la Nación ante la situación crítica. Esta dificultad es el embrión de una situación de ingobernabilidad.
Un último comentario. El gobierno tiene una brecha con la opinión pública, una brecha con el peronismo. Pero empieza a manifestar problemas dentro del núcleo mismo del grupo gobernante. Si leemos algunos de los cronistas favoritos de la Casa Rosada pueden verse allí reflejados algunos de los debates intimos: por ejemplo, la política económica. En términos de un sector del gobierno que podríamos ubicar a “la izquierda de su majestad”, la cuestión se formula más o menos así: “no tiene sentido que planteemos una política de no represión a los piqueteros mientras tenemos una distribución de la riqueza que ha pasado a ser tres veces más inequitativa que la de la década del 90”. En efecto, mientras en tiempos de Menem la diferencia de ingresos entre el 10 por ciento más pobre y el 10 por ciento más rico era de 1 a 15, mientras con Kirchner, en el Gran Buenos Aires es de 1 a 50. Los que cuestionaban a Menem con argumentos de izquierda se ven en dificultades ahora. El oficialismo, que predicó ante sus bases “progresistas” argumentos justicia social y equidad, empieza a perder credibilidad en sus propias filas cuando se encuentra ante los resultados prácticos de la política que ha desarrollado. Ante eso, la izquierda interna del oficialismo arguye: “el no reprimir sólo puede ser funcional con un cambio de política económica, terminemos con Lavagna”. Este argumento tiene incidencia en el gobierno y puede articularse con el conflicto Kirchner y el peronismo bonaerense: Lavagna es un aliado interno de Duhalde que llegó a Economía con el apoyo de algunos gobernadores, de modo que los ciertos sectores de la coalición gubernamental empiezan también a atacar a Lavagna en función de lo que empiezan a sentir como el incumplimiento de sus propias propuestas. Pero esto marca el desorden y el comienzo de disgregación interna del grupo gobernante. Resulta interesante que las cifras referidas a la distribución del ingreso hayan adquirido repercusión pública porque fueron resumidos y difundidos por una consultora ligada al ala izquierda del gobierno, a la CTA y a algunos grupos de los piquetes.
Habría que preguntarse por qué la consultora de Artemio Lopez es la que nos proporciona este magnifico argumento , miren Uds. nosotros que eramos los malos que teníamos una distribución de 1/15 en la distribución del ingreso, ahora vienen los buenos y tenemos una brecha del 1/50. Ellos nos han proporcionado esta magnífica ilustración de lo que llamaron “el cambio de modelo” y lo han hecho en un doble sentido: Kirchner lo hizo y es Artemio Lopez el que lo difunde. ¿Por qué lo difunde? Creo que forma parte de la pelea interna entre las corrientes “más progres” y las “menos progres”, representadas por el Min. Lavagna. Lo que se nota es disgregación, confrontación , falta de capacidad para hacer cumplir las leyes, para controlar los acontecimientos y para mantener al Estado en el centro de las decisiones. Cuando el gobierno decide mandar a sus ministros al acto de D´Elía y defenderlo a capa y espada después en la toma de la comisaría lo que ha hecho es desplazarse desde su función central en el dispositivo del Estado a la defensa lisa y llana de una política facciosa.
Hay alteración en las respuestas del gobierno , se nota al disgregación donde deben tomarse las decisiones. Las encuestas siguen mostrando a un presidente con una alta imagen publica; aunque el respaldo ha caído, todavía muestra un porcentaje alto de adhesión en las encuestas. Es cierto que se trata de un fenómeno curioso: cuando las preguntas bajan de la opinión sobre imagen del presidente a su gestión, a cada una de las decisiones del gobierno, el cuestinamiento es amplio para la economía, es amplio para la seguridad. Hay imagen alta del presidente pero hay bajísima imagen para la gestión del presidente.
Es probable que este misterio se explique por el hecho de que la ausencia de una fuerza orgánica al margen del gobierno encarnado por Kirchner, la incompleta unidad del peronismo y la debilidad de las fuerzas opositoras, ponen a la sociedad en una situación que parece no dar alternativas. Responderle al encuestador: “pese a todo este presidente me gusta”, suena a ubicar algodones entre vidrios frágiles y quebradizos, que se pueden romper en cualquier momento cuando no sabemos el teléfono del vidriero para que venga a poner otro.
Pese a ese esfuerzo, los vidrios se pueden romper por un soplido de D’Elía, por una piedra suelta, por una derivación del desorden. Es preciso trabajar fuerte para la unidad del peronismo, que es la fuerza capaz de agarantizar la gobernabilidad. La gobernabilidad de la Argentina, la continuidad institucional deben estar en el centro de nuestro esfuerzo y eso requiere la unidad de un peronismo empeñado en unir a la nación.
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Jorge Raventos, Pascual Albanese, Jorge Castro , 27/07/2004 |
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