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Una nueva oportunidad histórica, bases para una alternativa política. |
Texto completo de las exposiciones de Jorge Raventos, Pascual Albanese y Jorge Castro, en la última reunión mensual del centro de reflexión para la acción política Segundo Centenario, que tuvo lugar el pasado martes 4 de mayo en el Hotel Rochester |
Jorge Raventos
Jorge Castro
Pascual Albanese
Jorge Castro
Lo que señala Jorge Raventos es que lo parece surgir en el mundo de hoy es una oportunidad histórica para que la Argentina crezca en el mediano y largo plazo, todavía mas amplia, todavía más rica en posibilidades que las que tuvo en la década del 90. China, por ejemplo, ocupó en el año 2003, el cuarto lugar de las exportaciones argentinas. Pero, de lejos, la forma en que aumentan las exportaciones, la tendencia, muestra que lleva inexorablemente a China a convertirse en el primer comprador de la Argentina, antes que Brasil y la Unión Europea. En los últimos años, las exportaciones argentinas a China se sextuplicaron, entre 1995 y en el 2002 crecieron un 300 % y en el 2003 aumentaron más del 100%.
Lo que esta ocurriendo en este momento es que, a pesar de las casi nulas posibilidades de obtener financiamiento interno o externo para realizar inversiones en la Argentina, las grandes empresas industriales transnacionales del complejo agroalimentario siguen realizando, incluso aceleran, las inversiones en el país. Más de 700 millones de dólares fueron invertidos exclusivamente en este rubro solo en el segundo semestre del año 2003 y la previsión de nuevas inversiones industriales en el complejo agroalimentario en el año 2004 supera significativamente lo ocurrido el año pasado. Detrás de estas decisiones de inversión que realizan las transnacionales del negocio de los alimentos , hay un diagnóstico preciso: más allá de las condiciones macroeconómicas y de la situación de incertidumbre que vive el país, ante todo por la no resolución del problema de la deuda pública en un default que mantiene desde diciembre del año 2001, más allá de todas estas condiciones macroeconómicas y políticas, lo que hay es la idea de que el crecimiento de la producción agroalimentaria argentina, en el contexto de una economía mundial en expansión , no es fenómeno de corto plazo de tipo provisorio, producto de mejoras circunstanciales por los precios de los commodities agrícolas, sino que responde a una tendencia de fondo, uno de los vectores principales de la época.
Las características de esta línea de fuerza de la economía mundial en esta primera parte del siglo XXI puede plantearse de la siguiente manera: las grandes transnacionales de alimentos, sobre todo las norteamericanas, disminuyen sistemáticamente sus inversiones en Estados Unidos y las trasladan al exterior y, en especial, lo están haciendo hacia los países del mundo emergente que presentan las mejores ventajas comparativas en materia de producción agroalimentaria, que es básicamente el caso de Brasil y de la Argentina.
La perspectiva de un MERCOSUR agroalimentario, unida a una activa vinculación a los países de América del Sur con los mercados del Asia Pacifico, es lo que abre una extraordinaria oportunidad para que los países de América del Sur encuentren una inserción profunda, de gran escala, dentro de las corrientes del comercio y la inversión del proceso de globalización del mundo de hoy.
En el año 2004, la producción de granos de Brasil y la Argentina, sumados, por primera vez en la historia ha sido superior a la norteamericana y la tendencia es la de acelerar esta capacidad productiva en la región , mientras disminuye la producción primaria en los Estados Unidos. La superior competitividad de la producción de granos en la Argentina, que es inequívocamente el agro más competitivo del mundo de hoy, con los costos de producción de una tonelada de soja en Argentina a menos del 30/35% que en los Estados Unidos, hace que el país gane sistemáticamente mercados en la economía mundial, a pesar de que es el único de los grandes productores agrícolas mundiales que no tiene subsidios de ningún tipo y que, además de eso, tiene retenciones del orden del 25%.
Pero esta superior competitividad agrícola de la Argentina no solo surge de las extraordinarias ventajas comparativas para la producción primaria. Es también el resultado del cruce de estas ventajas con las gigantescas inversiones realizadas en la década del 90 en todo el sistema logístico de la Argentina, esto es puertos, electricidad, caminos, hidrovia, potenciados por una utilización sistemática que coloca a la producción agraria argentina en el nivel tecnológico más avanzado, más todos los adelantos de la biotecnología, con las semillas transgénicas, y el uso generalizado de la siembra directa.
Por eso es que aumentan las inversiones de las grandes transnacionales de alimentos basadas, en este diagnóstico preciso de la alta complejidad del agro argentino, en el contexto de una economía mundial en expansión donde el eje está en el Asia Pacifico, con China a la cabeza, donde cerca de la mitad de la población mundial está participando de un crecimiento económico acelerado que aumenta también en forma continuada las condiciones de vida de estos pueblos y, al hacerlo, eleva también la demanda de alimentos.
En esta economía mundial globalizada, cada vez más abierta e integrada, impulsada por el extraordinario determinismo de la revolución tecnológica, resulta cada vez más difícil, y en el horizonte imposible, desarrollar industrias que no sean competitivas a escala internacional. En otros términos, en el mundo de hoy solo es posible crear ventajas competitivas sustentables en el largo plazo sobre la base de ventajas comparativas donde se puedan introducir mejoras constantes de productividad.
En el mundo de hoy, hay un gigantesco proceso de revolución industrial que se realiza sobre todo en los países emergentes, en particular el Asia Pacifico, en la década del 90 en América Latina y el grupo de países emergentes de Europa Oriental que el 1° de mayo se han incorporado a la Unión Europea.
En todos los casos, lo que allí surge con claridad es que es el perfil y las características propias de la industrialización en cada país deriva de los requerimientos del mercado mundial. Por eso, la industrialización de un país emergente resulta algo cada vez más alejado del voluntarismo político de los tecnócratas estatales y cada vez mas indisolublemente vinculado a los flujos de las inversiones de las grandes empresas transnacionales, convertidas en los grandes actores del proceso de globalización.
Por eso es que señalamos que no hay que temer la especialización productiva en el negocio de los alimentos, sino lo contrario. Hay que apostar a su profundización. La razón es la siguiente: en el contexto mundial, en una economía globalizada e integrada como la actual, la especialización agroalimentaria es la base para alcanzar superiores niveles de productividad y, en ese camino, una diversificación creciente de la economía, que se proyecta hacia el conjunto del sistema productivo. En términos históricos, y salvando las diferencias de época, éste fue el camino que cimentó la industrialización de Canadá, Australia y Nueva Zelanda, que hace un siglo presentaban similitudes estructurales con la Argentina.
Sobre este punto decisivo en el mediano y largo plazo, una vez más señalamos la extraordinaria clarividencia estratégica de Perón, cuando hace 60 años, en septiembre de 1944, en su mensaje de constitución de Consejo de Posguerra, dijo que “ La técnica moderna presiente la futura escasez de materias primas perecederas y orienta su mirada hacia las zonas de cultivos. En las pampas inagotables de nuestra patria se encuentra escondida la verdadera riqueza del porvenir” En definitiva, hay una gigantesca posibilidad histórica, de carácter estratégico, para la Argentina en el mundo de hoy. Lo que se trata de definir son las condiciones políticas necesarias para aprovechar esta gigantesca oportunidad, que es aún mayor que la se nos abriera en la década del 90, cuando se produce la convergencia de la desaparición de la Unión Soviético y del bloque comunista, mientras que aparecía con fuerza extraordinaria la globalización económica. Aquella oportunidad, que la Argentina aprovechó con el gobierno del ex presidente Carlos Menem, comenzó en 1989/91 y concluyó a mediados de 1997, en términos históricos, cuando estalló la crisis del sudeste asiático, originada en un shock financiero internacional , propagada después a Rusia en 1998, luego a Brasil en 1999 y alcanzando después a todo el mundo emergente, incluyendo a la Argentina.
El mundo se abrió y se cerró así en la década del 90. Ahora, en el siglo XXI, se abre con mayor intensidad. La cuestión es, en definitiva, la creación de las condiciones políticas para aprovechar e oportunidad. Esto supone encarar la construcción de un nuevo bloque histórico, cuya base de sustentación sea una alianza estratégica entre el peronismo, como actor político principal del país en su papel, por ahora indiscutido, de ser el único partido capaz de garantizar la gobernabilidad, y las nuevas fuerzas económicas y sociales de avanzada, surgidas en la década del 90, que tiene su expresión más notoria y significativa, pero no la única, en la extraordinaria dinámica del complejo agroindustrial argentino.
En este sentido, la experiencia de la década del 90 parece revelar la insuficiencia política de un proceso de reformas estructurales anclado principalmente en la alianza entre el Estado y los grandes grupos económicos transnacionales. Los auténticos hombres de Estado en ningún caso realizan “autocrítica”. Lo que hacen es modificar el rumbo. La “autocrítica” es un juego para adolescentes que toman la tarea eminente de la conducción del Estado como si fuera un juego frívolo y circunstancial. El hombre de Estado reorienta su actividad en las nuevas condiciones políticas y económicas .
Lo que aparece entonces es que esta extraordinaria transformación realizada en la década del 90, aprovechando la oportunidad histórica que se le abría a la Argentina y al mundo , presentó dos serias limitaciones . En primer término, por su naturaleza , estos actores transnacionales , que son las grandes empresas, conviene recordar e, no estuvo representado por empresarios sino por simples ejecutivos. Y en segundo lugar, también por la propia naturaleza de estos actores transnacionales, cuando se produce una crisis, como por ejemplo la que estalló en la Argentina con el colapso del gobierno de la Alianza en diciembre de 2001, inevitablemente, las características de estas empresas transnacionales, hacen que frente a las crisis tienden a reducir el nivel de exposición en el país, o incluso a salir aceleradamente. En términos prácticos, los grandes inversores transnacionales son más socios económicos que aliados políticos. Con una consecuencia adicional: esto incentivo en la opinión pública un fuerte rechazo a toda la experiencia de apertura económica .
Antes la historia de la Argentina de la década de los 80, que termina con el colapso hiperinflacionario de julio- agosto de 1989, exhibió el fracaso de las políticas basadas en los empresarios internacionalmente incapaces de competir, que solo podían sobrevivir merced a la intervención del Estado y a una estructura prebendaria, cuya expresión se condensó en los que se llamó la “Patria Contratista”. La respuesta a la emergencia hiperinflacionaria de 1989 fue una “revolución desde arriba” , fundada principalmente en la iniciativa , el coraje y la visión de Carlos Menem.
Hoy, las circunstancias políticas y sociales han cambiado sustancialmente. Por primera vez, como consecuencia del vacío que acompaña al default de diciembre de 2001, y la retirada de los actores transnacionales , así como por la maduración de las reformas estructurales de la década del 90, que ha creado un piso histórico superior, surge una burguesía nacional internacionalmente competitiva, que es el resultado de un proceso de reconversión empresaria, acumulación económica, innovación tecnológica y apertura cultural. Esto es resultado de la década del 90.
Esto aparece a la luz en todo el país: Aceitera General Deheza, liderada por Roberto Urquía, Asociación Argentina de Siembra Directa, con el liderazgo de Victor Trucco, figuras como Gustavo Grobocopatel, convertido en el principal productor agrícola del país. En definitiva, es un fenómeno que se manifiesta con total fuerza en el sector agroalimentaria pero que lo excede largamente. Incluye a grandes grupos empresarios que, a lo largo de la década del 90, frente al agotamiento del modelo prebendario de la “Patria Contratista”, incapaz de competir internacionalmente, impulsaron, siguiendo la orientación de la “revolución desde arriba” hecha desde el gobierno por Carlos Menem, un drástico proceso de reconversión de sus estructuras económicas, acorde con los cambios mundiales y con las reformas estructurales realizadas por la Argentina.
Por supuesto que no se trata de prescindir del concurso de los grandes actores transnacionales, sin cuya activa participación resulta ilusoria cualquier posibilidad de crecimiento sustentable, no solo de la Argentina sino de cualquier parte del mundo. Todos los países compiten por atraer la inversión de los grandes actores transnacionales. Lo que importa señalar , en definitiva, es que esta nueva burguesía nacional que ha surgido en la década del 90, que no tiene miedo de competir porque sabe que lo puede hacer internacionalmente, ve al mundo no como una serie de amenazas sino como una fuente de oportunidades. Si esta burguesía se asocia a un poder político que garantice la gobernabilidad y asuma a la responsabilidad histórica de impulsar nuevamente la participación de la Argentina en este mundo que se abre, se integra cada vez más, si esto que estamos señalando tiene un parecido con la realidad de las cosas , en ese caso, lo que ha ocurrido en la Argentina en los últimos once meses, no es un episodio menor en la historia , sino que será un inciso de los más olvidados, aún para los historiadores, en los libros de historia.
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Jorge Raventos, Pascual Albanese, Jorge Castro , 27/05/2005 |
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