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Globalización y justicia social .-- |
Texto completo de los discursos pronunciados por Pascual Albanese, Jorge Castro y Carlos Saúl Menem en el acto de presentación del libro "GLOBALIZACIÓN Y JUSTICIA SOCIAL. El peronismo en el siglo XXI", que tuvo lugar el pasado martes 8 de abril. |
DISCURSO DEL DR. JORGE CASTRO.
En un mundo en cambio constante, cuando la aceleración del tiempo histórico imprime cada vez mayor velocidad a esa transformación, la capacidad de anticipación a los acontecimientos constituye el capital fundamental para el éxito de la acción política. El planeamiento estratégico es la herramienta central de la acción.
En este marco, se hace indispensable la formulación de políticas estratégicas que permitan a nuestro país lograr una inserción lo más ventajosa posible en el nuevo escenario mundial . Todo ello requiere , ante todo y sobre todo, gobernabilidad y liderazgo político. En las actuales condiciones mundiales , la gobernabilidad no lo es todo, pero es casi todo. Sin ella, nada es posible. Menos aún enfrentar y resolver los desafíos pendientes , en particular, el más importante de todos: el desafío social.
Samuel Huntington señala que "la distinción política más importante entre países concierne no a su forma de gobierno, sino a su grado de gobierno". En el marco de la crisis mundial, la gobernabilidad constituye el principal problema político de la época . El problema fundamental de la gobernabilidad es la capacidad de ejercicio continuado de poder político democrático. Es aquello que permite tomar decisiones drásticas , incluso extremas , en tiempo de crisis.
Crisis es la súbita irrupción de lo nuevo. Y en esta época de cambios acelerados y formidables , las crisis han dejado de ser una circunstancias excepcional , un paréntesis entre dos períodos de normalidad , para convertirse en una regla permanente. Por eso la gobernabilidad se ha transformado en la razón de Estado en la era de la globalización.
La aceleración del tiempo histórico, el acortamiento de los plazos para resolver los atrasos estructurales y para restablecer la confianza y la mayor vulnerabilidad que afecta a las economías han potenciado la importancia crucial de garantizar la gobernabilidad , no sólo en las naciones emergentes sino en todos los países del mundo y, fundamentalmente, en el plano mayor y cada vez más relevante de la comunidad internacional.
El mundo globalizado no premia la lucidez tardía. La estrategia ya no controla al tiempo. Este parámetro tiene una consecuencia notable : cualquiera sea el campo de aplicación, el primer compromiso será decisivo. Todo se disputa desde el primer momento. No hay otra alternativa que la anticipación. En una atmósfera general donde todos los parámetros son inestables, cuando la mayoría de los puntos de referencia desaparecieron, la anticipación permite siempre adquirir una ventaja con respecto al adversario potencial en todos los campos de acción.
Las crisis no dan tregua. Obligan al pensamiento a estar alerta y a ejercer esa vigilancia con una total disponibilidad conceptual. Exigen la no rigidez de un pensamiento. En el futuro, todo tendrá que pasar "antes", cuando todavía se disponga de tiempo y cuando el tiempo no se haya convertido en un factor de incertidumbre o fracaso. Si el flagelo que hay que combatir es la incertidumbre, hay que permanecer en el tiempo de la seguridad y controlar las vías de su degradación .En este "mundo veloz", pierde sentido la antinomia tradicional entre audacia y la prudencia . Porque la prudencia requiere audacia. No hay nada más imprudente que la inacción. La verdadera opción , concebida en términos de capacidad de respuesta , es entre velocidad o lentitud.
En esta perspectiva, la crisis no es sinónimo de catástrofe. Es una oportunidad que hay que saber aprovechar . Es un período de incertidumbre que amplía el espacio para la elección . Incertidumbre y elección son las dos características principales de toda crisis. Por esa razón, la crisis constituye el mayor desafío al poder político. Le exige tomar decisiones en tiempo real. En este contexto, una decisión teóricamente acertada, pero adoptada después de tiempo, es una decisión equivocada. Y la gobernabilidad es precisamente la herramienta que permite tomar decisiones acertadas en tiempo real.
DIMENSIÓN DE LA CRISIS
La Argentina vive, ante todo y sobre todo, una formidable crisis de confianza nacional e internacional. Como toda crisis de confianza es una crisis esencialmente política. Su origen reside, básicamente, en el estado de notoria incertidumbre provocado por una irrefrenable y generalizada sensación de pérdida de rumbo estratégico que., con creciente intensidad, experimenta el país desde hace más de tres años, más precisamente desde la asunción del gobierno de la Alianza, agravada luego por las inexorables consecuencias de la cesación de pagos proclamada durante el breve mandato de Adolfo Rodríguez Sáa y profundizada finalmente tras la devaluación monetaria decretada por la administración de Eduardo Duhalde.
No hace falta abundar en cifras para ilustrar acerca de las dimensiones catastróficas de esta crisis verdaderamente inédita. En tres años, el producto bruto interno de la Argentina cayó cerca de un 20%. Las reservas monetarias del Banco Central descendieron de 33.000 millones de dólares a 10.000 millones de dólares. Los depósitos en el sistema financiero bajaron un 85%, de 70.000 millones de dólares a alrededor de 10.000 millones de dólares. La tasa riesgo país se multiplicó por diez, ya que escaló desde los 600 puntos básicos a los 6.000 puntos básicos. Las inversiones extranjeras directas en el sistema productivo argentino fueron descendiendo hasta casi desaparecer.
En términos reales, el monto de la deuda externa argentina se triplicó. En 1999 era del 54% del producto bruto interno. Hoy, incrementado por sucesivas refinanciaciones negociadas con altísimas tasas de interés durante la administración de Fernando De la Rúa, aumentado por el incumplimiento de las obligaciones iniciado durante el interinato de Rodríguez Sáa y fuertemente potenciada por la devaluación monetaria impuesta por el gobierno de Eduardo Duhalde, dicho monto, que el año pasado se incrementó en nada menos que 25.000 millones de dólares, equivale a más del 150% del producto bruto interno.
Los indicadores sociales son igualmente elocuentes. El ingreso por habitante descendió más de un 25%. El salario real descendió más de un 30%. El desempleo aumentó casi un 50%, ya que desde 1999 en adelante creció del 16% al 23% de la población económicamente activa. Los índices de pobreza más que se duplicaron, ya que saltaron del 7% al 27,5%.
Puede decirse entonces, sin riesgo de incurrir en exageraciones de ninguna naturaleza, que existen muy escasos antecedentes históricos de un país que, en tiempos de paz, haya sufrido en tan poco tiempo el fenomenal retroceso experimentado por la Argentina en estos últimos tres años.
En la acción de gobierno, es posible equivocarse en todo, menos en la definición de un rumbo estratégico acertado. Y la devaluación monetaria decidida en enero del 2002 constituyó el error estratégico más importante cometido en la Argentina desde la guerra de las Malvinas. Todo lo que intentó hacer el actual gobierno después de la devaluación monetaria no fue otra cosa que tratar de paliar sus tremendas consecuencias.
No se advirtió que, a diferencia de lo que ocurrió en otros países e incluso de lo sucedido con las anteriores devaluaciones argentinas, no nos encontrábamos frente a un simple reajuste del tipo de cambio. Durante la década del 90, la convertibilidad monetaria fue algo mucho más importante que una determinada relación entre el peso argentino y el dólar. En el terreno económico, la convertibilidad funcionó como un verdadero pacto de convivencia entre los argentinos. La estabilidad monetaria era la regla fundamental, compartida por todos, en la que se sustentaba la totalidad de las actividades y de las transacciones económicas. Aunque con un rango jurídicamente inferior, tenía una importancia práctica equivalente a la de la propia Constitución Nacional.
El argumento de que la devaluación mejoraría la competitividad internacional de la economía argentina no resiste el menor análisis. En la nueva economía surgida de la revolución tecnológica de nuestra época y de la globalización del sistema productivo, la competitividad no puede surgir de un artificio monetario. Depende, en cambio, del aumento incesante de la productividad, que sólo es posible cuando la existencia de un sistema financiero sólido permite la incorporación de nuevas tecnologías que posibilitan la reducción en el aparato productivo. Sin un aumento constante de la productividad, todo incremento de competitividad es ilusorio o, en el mejor de los casos, fugaz.
Una economía desvinculada del crédito y de la innovación tecnológica está irremediablemente condenada al atraso. La devaluación y la pesificación asimétrica asestaron sendos fuertes golpes a los dos ejes fundamentales necesarios para mejorar la productividad de la economía argentina. El primer golpe fue la desaparición del crédito. El segundo fue que el brutal encarecimiento del dólar convirtió en virtualmente imposible la incorporación de nuevas tecnologías.
El ranking de competitividad internacional que elabora anualmente el Foro Económico Mundial, que organizada la famosa reunión de Davos, establece que durante el año 2002 la economía argentina descendió en sólo doce meses desde el puesto 49 al lugar número 63. Esa caída de catorce puestos en solo doce meses es la más contundente desmentida a las teorías de las denominadas "devaluaciones competitivas", cuya trágica aplicación local fue el pecado de origen del actual gobierno de transición.
Estas estimaciones del Foro Económico Mundial aparece claramente verificada en los hechos. Los números cantan: en el año 2002, a pesar de la brutal modificación del tipo de cambio y de la sensible mejora en los precios internacionales de los productos agropecuarios, las exportaciones argentinas no sólo que no aumentaron sino que disminuyeron un 5%.
Lo cierto es que existió algo todavía más grave que la debacle económica y fueron sus tremendas consecuencias sociales. En doce meses, alrededor de siete millones de compatriotas cayeron por debajo de la denominada línea de pobreza. Más de tres millones y medio quedaron en situación de indigencia, que implica entre otras cosas un estado de nutrición deficiente. El fantasma del hambre recorre un país de población relativamente escasa y que está en condiciones de producir alimentos para 300 millones de personas.
Importa señalar que este cataclismo social fue una consecuencia directa de la devaluación monetaria, que golpeó en primer lugar sobre los trabajadores, los jubilados y los sectores más postergados de la sociedad argentina.
GRADUALISMO O CAMBIO DE REGIMEN
Frente a una situación de semejante gravedad,o se trata de contentarse con un planteo de tipo "gradualista", que en el fondo implica una aceptación, expresa o tácita, de las políticas implementadas por el actual gobierno de transición. La ausencia de una crisis hiperinflacionario no quiere decir de ninguna manera que el país no atraviesa por una crisis de dimensiones semejantes a la de 1989. Significa simplemente que esta crisis, tanto o más honda que aquella, tiene características distintas. Pero hoy como entonces la Argentina requiere un drástico cambio de rumbo, un viraje estratégico que vuelva a colocarla en sintonía con la gran corriente histórica mundial.
El potencial de crecimiento de la Argentina virtualmente intacto. Por qué está intacto? Porque los cambios económicos realizados en la década del 90 por el gobierno de Menem tienen en lo esencial un carácter irreversible. Las ganancias de productividad del sistema económico son un hecho. La infraestructura del país está entre las más avanzadas de América Latina: caminos, puertos, energía, gas, electricidad. En particular, la infraestructura tecnológica en materia de comunicaciones es, junto con la chilena, la más importante de América del Sur.
Por último, los argentinos tienen fuera del sistema financiero 35.000 millones de dólares, es decir, tres veces más que las reservas del Banco Central y cuatro veces más que el total de la base monetaria, incluyendo los 7000 millones de pesos de monedas provinciales. Esto convierte a la Argentina, en relación a su producto y a su población, en el país más dolarizado del mundo fuera de los Estados Unidos. Sin embargo, todo este dinero se encuentra fuera del sistema financiero y de la actividad productiva. La razón fundamental es la crisis de confianza, es decir, la crisis política. Resuelta la crisis política, restablecida la confianza, la Argentina tiene la posibilidad de reiniciar un crecimiento económico a la altura de su potencial en las condiciones de una economía mundial que vuelve a crecer.
Muchas gracias.
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Jorge Castro , 11/04/2003 |
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