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EL FUTURO DE LOS EJERCITOS |
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AFUERA CON LO VIEJO
Mucho antes del 11 de septiembre , altos funcionarios civiles y militares del Departamento de Defensa ya observaban este nuevo camino. La Revisión Cuadrienal de Defensa de 2001 fue un examen largo y riguroso del actual contexto de seguridad, y llegamos a la conclusión de que era necesaria una nueva estrategia.
Decidimos apartarnos del esquema de dos teatros de operaciones principales, que implica el mantenimiento de dos grandes fuerzas de ocupación capaces de movilizarse simultáneamente hasta las capitales de dos países agresores, ocuparlas y cambiar sus regímenes. Ese punto de vista funcionó muy bien en el período inmediatamente posterior a la Guerra Fría, pero ahora supone que estaríamos excesivamente preparados para dos conflictos específicos y muy mal preparados para contingencias inesperadas y para los desafíos del siglo XXI.
Garantizar que contamos con los recursos para prepararnos para el futuro y enfrentar los desafíos relacionados con la seguridad doméstica, exige una evaluación más realista y equilibrada de nuestras necesidades de combate en el corto plazo. En vez de mantener dos fuerzas de ocupación, decidimos poner énfasis en la disuasión en cuatro circunstancia bélicas clave, con el respaldo que nos da la capacidad de vencer rápidamente a dos agresores al mismo tiempo, mientras conservamos la opción de una contraofensiva masiva para ocupar la capital de un país agresor y sustituir su régimen. Como ninguno de estos dos agresores sabría por cuál se decidiría el presidente para cambiar el régimen, el poder disuasivo no disminuiría. Pero sin la exigencia de mantener una segunda fuerza de ocupación, liberamos recursos para el futuro y para otras contingencias menores que pudiéramos enfrentar.
También decidimos separarnos de la antigua estrategia basada en la amenaza, que predominó en la planificación de la defensa de nuestro país durante casi medio siglo, y adoptar un enfoque nuevo basado en las capacidades, que se centra menos en quién puede amenazarnos, o en dónde, y más en cómo se nos puede amenazar y en lo que necesitaríamos para disuadir a los atacantes y defendernos.
Es como tratar con ladrones nocturnos: no se puede saber quiénes son ni cuándo entrarán en la casa. Pero sí se puede saber cómo podrían intentar hacerlo. Sabemos que pretenderán romper la cerradura, por lo que necesitamos un cerrojo bueno y sólido en la puerta principal. Sabemos que tratarán de entrar por la ventana, por lo que es necesario una buena alarma. También sabemos que es mejor detenerlos antes de que entren, así que necesitamos una fuerza policial que vigile el barrio y expulse a los malos sujetos de las calle. Y sabemos que un gran pastor alemán tampoco estaría de más.
La misma lógica vale para la defensa nacional. En vez de formar nuestras fuerzas armadas en función de planes para combatir con tal o cual país, tenemos que analizar nuestras zonas vulnerables preguntándonos, como hace Federico el Grande en Principios generales de la guerra : "¿ Qué plan concebiría yo si fuera el enemigo?" ... y luego adaptar nuestras fuerzas lo necesario para detener y vencer esa amenaza. Por ejemplo, sabemos que como Estados Unidos tiene un poderío sin paralelo en tierra, mar y aire, para los enemigos potenciales no tiene mucho sentido tratar de competir con nosotros en forma directa. En la Guerra del Golfo aprendieron que desafiar a nuestras fuerzas armadas cara a cara es arriesgado. Así que más que organizar ejércitos de tierra, mar o aire que puedan competir con los nuestros, probablemente intentarán desafiarnos en forma asimétrica, buscando nuestras zonas vulnerables para sacar provecho de ellas.
Los potenciales adversarios saben, por ejemplo, que como sociedad abierta, Estados Unidos es vulnerable a las nuevas formas de terrorismo. Sospechan que los bienes espaciales y las redes de información estadounidenses locales pueden ser vulnerables. Y saben que no tenemos ninguna defensa contra misiles balísticos, lo cual es un incentivo para el desarrollo de armas de destrucción masiva y de los medios para lanzarlas.
Nuestro trabajo debe concentrarse en cerrar completamente tantas de esas vías de ataque como sea posible. Debemos prepararnos para formas nuevas de terrorismo, claro está, pero también contra ataques a los bienes espaciales de Estados Unidos, ataques cibernéticos a nuestras redes de información o agresiones con misiles crucero, misiles balísticos y armas nucleares, químicas y biológicas. Al mismo tiempo, Estados Unidos debe trabajar para desarrollar sus ventajas, como la capacidad de enviar fuerzas militares a sitios muy distantes, las armas para ataques de precisión y las capacidades bélicas espaciales, de inteligencia y submarinas.
UNA ESTRATEGIA DE SEIS PASOS
Antes de los ataques terroristas a Nueva York y Washington, ya habíamos decidido que para mantener la paz y defender la libertad en el siglo XXI, el Departamento de Defensa debía concentrarse en lograr seis metas de transformación: primero, proteger el territorio estadounidense y nuestras bases en el exterior; segundo, enviar fuerzas a escenarios distantes y mantenerlas; tercero, no permitir que nuestros enemigos encuentren un santuario, asegurándonos de que sepan que ningún rincón del mundo es suficientemente remoto, ninguna montaña lo bastante alta, ningún bunker o cueva convenientemente profundo, ningún vehículo todo terreno lo suficientemente veloz como para huir de nuestro alcance; cuarto, proteger nuestras redes de información; quinto, utilizar la tecnología de la información para enlazar los distintos tipos de fuerzas de Estados Unidos de modo que puedan combatir conjuntamente; y sexto, mantener sin trabas el acceso al espacio y proteger de cualquier ataque enemigo nuestros recursos en el espacio.
Nuestras experiencias del 11 de septiembre y de la subsiguiente campaña afgana reforzaron la necesidad de que la defensa de Estados Unidos vaya en esas direcciones. Es por ello que el presupuesto de defensa de 2003 se concibió para avanzar hacia cada una de esas seis metas con importantes incrementos de fondos. Estamos acrecentando el presupuesto para desarrollar tanto programas de transformación que nos proporcionen capacidades completamente nuevas como programas de modernización que apoyen la transformación. En los próximos cinco años, los fondos destinados a la defensa del territorio estadounidense y las bases en el exterior se incrementarán el 47 por ciento; los destinados a programas que impidan a los enemigos encontrar refugio, 157 por ciento; a programas que garanticen la llegada de nuestras fuerzas a zonas hostiles distantes, 21 por ciento; a programas de aprovechamiento de la tecnología de la información, 125 por ciento; a programas de ataque de las redes de información del enemigo y defensa de las propias, 28 por ciento; y a programas de refuerzo de los recursos estadounidenses en el espacio, 145 por ciento.
Al mismo tiempo, hemos propuesto el cese de varios sistemas que no se ajustan a la nueva estrategia de defensa, o que la en entorpecen, como el destructor DD-21, el programa de Defensa Antimisiles de Areas de la Marina, dieciocho programas correspondientes al Army Legacy y el misil Peacemaker. También propusimos dar de baja máquinas viejas y de mantenimiento muy costoso, como los cazas F-14 y mil helicópteros de la época de Vietnam.
La meta no es transformar completamente las fuerzas armadas de Estados Unidos en un año, ni siquiera en una década. Sería innecesario e imprudente. La transformación de las fuerzas armadas no es un acontecimiento puntual sino un proceso continuo. No llegará el punto en que podamos decir que las fuerzas estadounidenses ya se transformaron. Nuestro reto en el siglo XXI es defender nuestras ciudades, amigos, aliados y fuerzas desplegadas -como nuestros bienes en el espacio y nuestras redes de computadoras- de nuevas formas de ataque, mientras enviamos fuerzas a sitios distantes para combatir a los nuevos enemigos. Ello requerirá fuerzas conjuntas, completamente integradas y de rápido despliegue, capaces de llegar con premura a escenarios remotos y de colaborar con nuestras fuerzas aéreas y marinas para golpear con rapidez y con efectos devastadores a los enemigos. Implicará un mejor servicio de inteligencia, potencial ofensivo de precisión de largo alcance y plataformas marítimas para ayudar a contrarrestar la capacidad para privarnos de acceso de los adversarios.
Nuestra meta no es simplemente luchar y ganar guerras; implica, sobre todo, impedirlas. Para ello, debemos encontrar formas de influir en la toma de decisiones de los potenciales enemigos, para disuadirlos no sólo de usar armas que ya tienen, sino especialmente de desarrollar otras nuevas y más peligrosas. Así como la sola existencia de la Marina de Estados Unidos disuade a otros de invertir en armadas que compitan con la nuestra -porque les costaría una fortuna y no les daría margen de superioridad militar- , debemos desarrollar nuevos instrumentos cuya mera posesión desaliente a los adversarios de competir con nosotros. Por ejemplo, el despliegue de defensas antimisiles efectivas pude disuadir a otros de realizar gastos para obtener misiles balísticos, porque los misiles no les ofrecerán lo que quieren: el poder de tener a las ciudades de Estados Unidos y de sus aliados bajo amenaza nuclear. El fortalecimiento de los sistemas espaciales y la construcción de los medios para defenderlos podría disuadir a los potenciales enemigos de desarrollar pequeños "satélites asesinos" para atacar las redes satelitales de Estados Unidos. Las nuevas armas termobáricas que penetran en el suelo (como las que se usaron recientemente contra las fuerzas talibanes y de Al Qaeda ocultas en las montañas cercanas a Gardez, en Afganistán) podrían volver obsoletas las profundas instalaciones subterráneas donde se esconden terroristas y donde los Estados terroristas ocultan sus armas de destrucción masiva.
Además del desarrollo de nuevas capacidades, la transformación militar de Estados Unidos, requiere reequilibrar las fuerzas y los sistemas con que ya contamos, con el agregado de lo que el Pentágono llama recursos de baja densidad y alta demanda (eufemismo que, en palabras sencillas, quiere decir: nos equivocamos en nuestras prioridades y no compramos la cantidad suficiente de cosas que ahora sabemos que nos hacen falta). Por ejemplo, la experiencia de Afganistán nos enseñó cuán efectivos pueden ser los vuelos de aviones no tripulados, pero también nos hizo ver su grado de debilidad y que tenemos muy pocos. El Departamento de Defensa sabía desde hace tiempo que no tenía la suficiente cantidad de aviones tripulados para reconocimiento y vigilancia ni para mando y control, ni capacidades de defensa aérea, unidades de defensa contra armas químicas y biológicas, o cierto tipo de fuerzas para operaciones especiales. Sin embargo, a pesar de esas limitaciones, el departamento pospuso las inversiones que hacían falta, y continuó financiando lo que, en retrospectiva, eran programas menos valiosos. Eso tiene que cambiar.
Al tiempo que modificamos nuestras prioridades de inversión, debemos empezar a cambiar en nuestro arsenal el equilibrio entre máquinas tripuladas y no tripuladas, sistemas de corto y largo alcance, sistemas furtivos y no furtivos, tiradores y sensores, sistemas vulnerables y sistemas reforzados. Y debemos dar el salto hacia la era de la información, que es la base en que se fundan todos nuestros esfuerzos de transformación.
Después del 11 de septiembre nos encontramos con que nuestras nuevas responsabilidades en la defensa de la patria exacerbaron esas carencias. Ningún presidente de Estados Unidos debería tener que elegir entre proteger a los ciudadanos en el país y los intereses y fuerzas estadounidenses en el exterior. Debemos ser capaces de hacer ambas cosas. La idea de que podíamos transformarnos y a la vez reducir el presupuesto era seductora, pero falsa.
Desde luego, aunque la transformación requiere producir nuevas capacidades y ampliar los arsenales, también implica reducir las existencias de armas innecesarias. Así como el país ya no necesita una fuerza pesada y masiva para hacer frente a una invasión de tanques soviéticos, tampoco necesita los muchos miles de ojivas nucleares que se acumularon durante la Guerra Fría para disuadir a la Unión Soviética de un ataque nuclear. En aquel entonces, la seguridad de Estados Unidos dependía de una fuerza nuclear lo suficientemente grande y variada como para sobrevivir y tomar represalias ante un primer ataque soviético. Hoy, nuestros adversarios han cambiado y lo mismo ocurre con el cálculo de la disuasión. Es obvio que los terroristas que atacaron el 11 de septiembre no fueron disuadidos por el enorme arsenal nuclear estadounidense. Necesitamos encontrar nuevas maneras de disuadir a nuevos enemigos. Es por ello que el presidente Bush está adoptando una perspectiva alterna en materia de disuasión, que combina una fuerte reducción de las fuerzas nucleares ofensivas y mejoras en las capacidades convencionales y en los sistemas de defensa antimisiles que puedan proteger a Estados Unidos y a sus amigos, fuerzas y aliados contra un ataque limitado con misiles.
Asimismo, conforme reducimos el número de armas de nuestro arsenal nuclear, también debemos remodelarlo mediante el desarrollo de nuevos sistemas ofensivos y defensivos convencionales, más apropiados para contener a los enemigos potenciales que enfrentamos. Y debemos garantizar la seguridad y la confiabilidad de nuestras armas nucleares.
En conjunto, esta nueva tríada compuesta por una reducción en fuerzas nucleares ofensivas, armamento convencional más avanzado y una gama de nuevas defensas ( espacial, cibernética y contra misiles balísticos y de crucero), apoyada en una infraestructura de defensa revitalizada, constituirá la base de una nueva perspectiva en materia de disuasión.
Pero lograrlo requerirá también hacer el balance de los riesgos desde una nueva perspectiva. En el pasado, la perspectiva basada en la amenaza prestaba especial atención a los riesgos de corto plazo, concentrando la inversión en las personas, la modernización y la transformación. Construir las fuerzas armadas para el siglo XXI significa volver a hacer el balance de todos estos riesgos, de modo que al prepararnos para las amenazas de más corto plazo no tengamos que engañar al futuro ni a las personas que arriesgan sus vidas para garantizar que nosotros tengamos un porvenir.
Debemos transformar no sólo nuestras fuerzas armadas, sino también el Departamento de Defensa, estimulando una idiosincrasia de creatividad y riesgo inteligente. Debemos promover un enfoque más empresarial, que impulse a la gente a tomar más iniciativas y ser menos reactiva; a comportarse menos como burócratas y más como capitalistas de riesgo; un enfoque que no implique esperar a que surjan las amenazas para resultar validado por ellas, sino que prevea su aparición y desarrolle nuevas capacidades para evitarlas y disuadirlas.
Por último, no sólo debemos cambiar las capacidades con que contamos, sino también el modo como pensamos la guerra. Imaginemos por un instante que fuera posible viajar en el tiempo y dar un rifle M-16 a un caballero de la corte del rey Arturo. Si tomara el arma, volvería a montar su caballo y usaría la culata para golpearle la cabeza a su oponente, no habría transformación alguna. La habría si se escondiera tras un árbol y disparara desde allí. Ninguna de las armas de alta tecnología del mundo transformará las fuerzas armadas de Estados Unidos a menos que transformemos también nuestra manera de pensar, de entrenarnos, de ejercitarnos y combatir.
Continúa
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DONALD RUMSFELD , 22/11/2002 |
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