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EL FUTURO DE LOS EJERCITOS |
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CAMBIAR SOBRE LA MARCHA
Algunos creen que, hallándose Estados Unidos enfrascado en una difícil y peligrosa guerra contra el terrorismo, no es el momento de transformar sus fuerzas armadas. En mi opinión, lo cierto es lo contrario: justamente ahora es el momento de emprender cambios. Los sucesos del 11 de septiembre nos han dado poderosos motivos para hacerlo.
Todos los días, el Departamento de Defensa enfrenta requerimientos urgentes de corto plazo que generan presión para dejar fuera del tablero al futuro. Pero el 11 de septiembre nos enseñó que el futuro esconde aún muchos peligros desconocidos, y que, a nuestra cuenta y riesgo, fallamos a la hora de prepararnos para enfrentarlos. El reto estar seguros de que, con el paso del tiempo y conforme quede atrás la conmoción que nos produjo ese día, no volvamos a hacer las cosas como antes.
La tarea depende del Pentágono. En un solo año, 2001, adoptamos una nueva estrategia de defensa. Sustituimos la perspectiva, que tenía ya varias décadas, de los dos grandes teatros de operaciones con un enfoque más apropiado para el siglo XXI. Adoptamos una nueva estrategia para hacer el balance de los riesgos y reorganizamos y revitalizamos el programa de investigación y prueba en materia de defensa antimisiles, liberados de las restricciones del Tratado contra Misiles Balísticos. Reorganizamos el departamento para concentrarnos mejor en las capacidades espaciales. Mediante la Revisión de Lineamientos Nucleares adoptamos una nueva perspectiva de disuasión estratégica que incrementa la seguridad al mismo tiempo que reduce nuestra dependencia de las armas nucleares estratégicas. Y pronto anunciaremos una nueva estructura de mando unificado. Todo esto se hizo mientras librábamos una guerra contra el terrorismo; no es un mal principio para un departamento con fama de ser tan reacio a los cambios.
Desde luego, mientras se transforma el Pentágono, no debemos cometer el error de suponer que la experiencia de Afganistán es un modelo para la próxima campaña militar. Prepararse para volver a librar la última guerra es un error que se repite en buena parte de la historia bélica y algo que debemos evitar; así lo haremos. Pero de las experiencias recientes podemos obtener importantes enseñanzas para aplicar en el futuro. He aquí algunas que vale la pena considerar.
Primero, las guerras del siglo XXI requerirán cada vez más el concurso de todos los elementos del poder nacional: recursos económicos, diplomáticos, financieros, de aplicación de la ley y de inteligencia, y también operaciones militares abiertas y clandestinas. Karl von Clausewitz dijo que la "guerra es la continuación de la política por otros medios". En este siglo, una proporción de esos medios mayor que la habitual podría no ser militar.
Segundo, para tener éxito será decisivo que las fuerzas puedan comunicarse y operar sin solución de continuidad en el campo de batalla. En Afganistán vimos equipos compuestos por fuerzas especiales estadounidenses que trabajaban en tierra con pilotos de la Marina, la Fuerza Aérea y la Infantería de Marina, que estaba en el aire para identificar objetivos y coordinar la sincronización de los ataques aéreos, con consecuencias fatales para el enemigo. Lo que nos enseñó esta guerra es que la efectividad en el combate dependerá en gran medida de la operación conjunta, es decir, de que las diversas armas de nuestros ejércitos sean capaces de comunicarse y coordinar sus esfuerzos en el campo de batalla. Pero lograr la operación conjunta en tiempo de guerra requiere construirla en tiempos de paz. Debemos ejercitarnos como combatimos y combatir como nos ejercitamos.
Tercero, en esta guerra nuestra política de aceptar ayuda de cualquier país de un modo cómodo para su gobierno y de permitir que sea el país en cuestión quien determine cómo está ayudando -en vez de ser nosotros los que generemos esa descripción- , posibilita llevar al máximo tanto la cooperación de otros países como nuestra propia efectividad contra el enemigo.
Cuarto, las guerras pueden beneficiarse de las coaliciones en cuanto a la disposición, ciertamente, pero no deben combatirse mediante comités. La misión debe determinar la coalición, y no la coalición la misión, pues en tal caso la misión se reducirá a la búsqueda del mínimo común denominador aceptable para la mayoría de los participantes.
Quinto, defender a Estados Unidos requiere prever y , en ocasiones, tomar la delantera. No es posible defenderse contra todas las amenazas, en todas partes, en cualquier momento concebible. Defenderse contra el terrorismo y otras amenazas emergentes requiere que llevemos la guerra hasta donde está el enemigo. La mejor defensa, y en algunos casos la única, es una buena ofensiva.
Sexto, no debemos descartar nada, ni las fuerzas terrestres. Los enemigos deben entender que nos valdremos de cualquier medio a nuestra disposición para derrotarlos, y que estamos dispuestos a hacer los sacrificios que sean necesarios para alcanzar la victoria.
Séptimo, transportar rápidamente las fuerzas especiales estadounidenses al terreno de operaciones incrementa extraordinariamente la efectividad de una campaña aérea. Afganistán demostró que los proyectiles de precisión son mucho más efectivos si en tierra hay botas y ojos que informen a los bombarderos dónde exactamente deben hacer fuego.
Y por último, a los estadounidenses hay que hablarles claramente. Hay que decirles la verdad, y cuando no se les puede decir nada, hay que decirlo con toda franqueza. Los estadounidenses entienden lo que estamos tratando de lograr, lo que hay que hacer para cumplir con el trabajo, que no resultará una tarea fácil y que producirán bajas. Y también deben saber que, sean buenas o malas las noticias, se las comunicaremos claramente. A partir de un lazo de confianza, comprensión y comunidad de objetivos debe generarse un amplio apoyo público bipartidista.
Nuestras mujeres y hombres uniformados están haciendo un trabajo brillante en la guerra contra el terrorismo. Reconocemos ampliamente su labor y estamos orgullosos de ellos. Y lo mejor que podemos hacer para mostrar nuestro aprecio es garantizar que cuenten con los recursos, las capacidades y una cultura innovadora no sólo para ganar la guerra de hoy, sino para disuadir y, si es necesario, derrotar a los agresores que seguramente enfrentaremos en el peligroso siglo que tenemos delante.
Copyright Foreign Affairs Magazine ( Distributed by New York Times Special Features).
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DONALD RUMSFELD , 22/11/2002 |
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