Texto completo de las exposiciones realizadas por Jorge Raventos, Jorge Castro y Pascual Albanese en la reunión del centro de reflexión para la acción política Segundo Centenario realizada el pasado martes 7 de junio en la Universidad de Ciencias Empresariales y Sociales (UCES), calle Paraguay 1239, primer piso |
PASCUAL ALBANESE
Raventos hizo un poco de análisis de lo que fueron estos dos años desde el punto de vista de la conformación del gobierno de Kirchner y Jorge ha hecho el análisis del contexto mundial en el cual se desarrollaron estos dos años. Muy sintéticamente, vamos a tratar de abordar ahora cómo se expresan estos dos años acumulados en el presente de la política argentina. Desde el punto de vista cronológico, la semana del segundo aniversario del gobierno de Kirchner coincidió con dos ausencias significativas. La primera fue el 25 de mayo en la Catedral Metropolitana, cuando se interrumpe una tradición de 195 años de historia argentina con la ausencia del Tedeum en la Catedral. La segunda, tres días después, fue el sábado 28 de mayo, en el Día del Ejército, cuando el presidente estaba en Calafate, siendo que es el Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas.
Más allá de lo importante que sería hacer un análisis específico de cada una de esas dos ausencias y sus significaciones, porque en ninguno de los casos se puede calificar de casuales, ni mucho menos, hay sí un común denominador: el presidente Kirchner no quería escuchar la homilía de monseñor Jorge Bergoglio y el presidente Kirschner temía escuchar algunos silbidos en el campo de polo de Palermo donde se celebraba el Día del Ejército. Esto quiere decir que el presidente que, según la totalidad de las encuestas )y hay que creer aunque sea parcialmente en eso), tiene una alta dosis de aprobación de una franja importante de la opinión pública argentina, teme visceralmente la posibilidad de una reversión de esa tendencia de la opinión pública, que hasta ahora constituye su única base de sustentación política, que de alguna manera le permite compensar, como señalaba Raventos, esa debilidad de origen que le confiere el 22% de los votos con los que llegó a la Casa Rosada.
La expresión de estas dos ausencias, la del 25 de mayo y la del 28 de mayo, es probable que tenga alguna vinculación con algo que sucedió el domingo 29 de mayo, que llamó mucho la atención en el programa televisivo de Mariano Grondona, cuando a la hora de hacer un balance los dos años del gobierno de Kirchner, vía llamadas telefónicas de la audiencia, el 81% de los que llamaron consideraron que el balance era desfavorable y sólo el 19% lo consideró favorable. Como bien señaló Grondona, esa encuesta no es para nada creíble, por lo menos no tiene por qué ser creíble, como tampoco es para nada creíble, o por lo menos, como dijo Grondona, tampoco tienen por qué ser mejores o más creíbles que las suyas las encuestas de Artemio López.
Estos dos años que de alguna manera están condensados en esa semana de mayo, de las dos ausencias y del televoto del programa de Grondona, marcan justamente la mitad del mandato de Néstor Kirschner, más allá de que hay una yapa de cinco meses que le otorga el retiro anticipado del gobierno de Eduardo Duhalde. Cuando se llega a una mitad de mandato, comienza a pasar algo, en la Argentina y en cualquier país del mundo, y es que el tiempo se acorta y lo más importante empieza a ser el pasado y no precisamente el porvenir. En el medio entre ese pasado y ese porvenir, y lo dijo bien Raventos, está el domingo 23 de octubre, las elecciones de renovación legislativa de medio término, en las cuales el gobierno pretende remontar ese síndrome del 22%. Por eso esta expresión audaz del presidente, en el sentido de que las elecciones del 23 de octubre podían constituir un plebiscito, habría que decir a favor o eventualmente en contra de esa gestión de gobierno.
Como bien señaló días después en su columna dominical Joaquín Morales Solá, por supuesto que se trata de una apuesta audaz. Porque ganar un plebiscito es algo más que ganar una elección. Para ganar un plebiscito, se necesita la mitad más uno. Sobre esto probablemente Jacques Chirac puede dar en este caso un testimonio más contundente de lo que significa el riesgo político de un plebiscito en etapas de disconformidad. Por eso es que, puesto ante la necesidad imperiosa en parte autoimpuesto pero en parte a su vez necesaria de convertir la elección del 23 de octubre en un plebiscito, el gobierno tiene ahora que concentrar en 99,99% de sus energías de aquí al 23 de octubre no en gobernar sino en ganar la elección, o mejor dicho en ganar el plebiscito.
Por eso es que se produce una suerte como de “efecto dominó” de decisiones políticas y de definiciones políticas de enorme importancia que son las que se avecinan, ya no de acá a octubre sino de acá a agosto, o sea, en los próximos dos meses. Vamos a citar alguna de las más importantes, simplemente tres. Una, la más próxima, es en la ciudad de Buenos Aires, donde como todos sabemos el gobierno nacional ya no sabe muy bien qué hacer con Aníbal Ibarra. Y no sabe muy bien qué hacer con Ibarra porque, como todo el mundo sabe, fue el apoyo del gobierno nacional la causa determinante que hizo que Aníbal Ibarra fuera reelegido en el año 2003 como jefe de gobierno de la ciudad de Buenos Aires, por lo cual la vinculación y la responsabilidad política entre las acusaciones contra Ibarra y el gobierno del presidente Kirchner saltan a la vista.
En esa situación, es evidente que el gobierno teme que en este plebiscito en la ciudad de Buenos Aires su candidato, el actual canciller Rafael Bielsa, no solamente que perdería la elección, sino que peor aún no saldría ni segundo, sino más bien tercero en esta elección de diputados nacionales. Y éste es un desafío fundamental para un gobierno cuya base de sustentación política principal es la opinión pública y que puede llegar a salir tercero electoralmente en el lugar que es, sin ninguna duda, la expresión más representativa de la opinión pública argentina, con sus más y sus menos, que es la que se manifiesta precisamente en la ciudad de Buenos Aires.
El segundo elemento, y como diría Castro no por orden de importancia sino por orden expositivo, de estas definiciones que aguardan en un plazo máximo de sesenta días al gobierno de Kirchner es al lado de la ciudad de Buenos Aires y es nada menos que en la provincia de Buenos Aires, la principal provincia argentina desde el punto de vista político, donde el gobierno tiene que definir un acuerdo o desacuerdo profundo nada menos que con la fuerza política interna del peronismo que le permitió acceder a la Casa Rosada, que es el aparato del Partido Justicialista bonaerense que lidera Eduardo Duhalde.
No tiene demasiado sentido, más allá de las legítimas ansiedades que cada uno pueda tener, jugar a los pronósticos sobre si va a haber acuerdo o no va a haber acuerdo entre Kirchner y Duhalde en relación a la conformación de las listas para esta elección en la provincia de Buenos Aires. Más que eso, lo que importa señalar es que, sea cual sea la definición que tome el gobierno o que tome Duhalde en estas circunstancias, esa alianza ya está rota. Y que esa alianza esté rota significa que, junto con ella, está rota la coalición política que dio origen al gobierno de Néstor Kirchner. Desde ese punto de vista, la ruptura de la alianza entre Néstor Kirchner y Eduardo Duhalde tiene un valor político equivalente a lo que en octubre del año 2001 fue la renuncia del vicepresidente Carlos Alvarez durante el gobierno de Fernando De la Rúa, que señaló justamente el punto de la ruptura interna de la alianza que asumió el gobierno el 10 de diciembre de 1999.
En ese contexto de crisis de la alianza gobernante, pasa a ser casi secundario el hecho puntual de que haya o no haya acuerdo de acá a octubre en relación a la lista de candidatos a diputados nacionales y a cargos provinciales bonaerense. Porque, vale la pena reiterarlo, acá lo fundamental es que esa alianza está rota y que, inevitablemente, una franja muy importante del peronismo de la provincia de Buenos Aires, y habría que decir que con Duhalde, o hasta sin Duhalde, entra a partir de ahora en rumbo de colisión con el gobierno de Kirchner.
Desde el punto de vista simbólico, resulta sumamente significativo el hecho de que, en el reciente congreso del Partido Justicialista sector Duhalde, realizado en Lanús, haya sido el intendente Manuel Quindimil, quien desde ese punto de vista es como el arquetipo del peronismo bonaerense tradicional, el que haya señalado aquello de que “acá estamos los peronistas puros” y haya dado origen, precisamente, a esa enérgica respuesta del presidente cuando se autodefine como “peronista impuro” y de alguna manera marcó una raya divisoria que ya no es solamente táctica, sino que es doctrinaria y estratégica, en lo que hace a su confrontación con el peronismo de siempre, al que considera “puro” y, curiosamente, por puro, negativo.
Dentro de este contexto de crisis de la alianza gobernante, independientemente de que haya o no acuerdo electoral Kirchner-Duhalde en relación a las listas bonaerenses para octubre, es que adquieren entonces otra relevancia dos iniciativas en curso desde el punto de vista del proceso político argentino. Una de ellas es la aparición de un frente alternativo de oposición de centro derecha, encarnado básicamente en torno al acuerdo entre Mauricio Macri y Ricardo López Murphy. Y, por otro lado, la consolidación de un polo de oposición dentro del peronismo, encarnado por el acuerdo político entre Carlos Ménem y Adolfo Rodríguez Saa.
En este marco, podemos decir que empieza a haber en primer término esta ruptura de la coalición gobernante, en segundo lugar esta aparición de un frente político de centro derecha de oposición hasta ahora vacante en la política argentina y en tercer término, y no lo digo por orden de importancia, reiteramos, la consolidación de un polo político de oposición dentro del peronismo encarnado básicamente por Carlos Ménem y Adolfo Rodríguez Saa, con posibilidades de ramificación, a partir- precisamente- de la crisis de la alianza gobernante dentro del peronismo y particularmente dentro de la provincia de Buenos Aires.
Esta nueva situación política es más importante que el escenario electoral. Hace a algo que de alguna forma está presente en el análisis que acabamos de escuchar de parte de Jorge Castro, acerca de las cuestiones del poder político, de las crisis del poder político, y de sus repercusiones sobre la gobernabilidad en América del Sur. Porque de los trece presidentes constitucionales sudamericanos que desde 1989 hasta hoy, en los últimos quince años, no terminaron su mandato, cuatro de ellos fueron argentinos: Raúl Alfonsín, Fernando de la Rúa, Adolfo Rodríguez Saa y Eduardo Duhalde.
En esta situación que vivimos, podemos decir, parafraseando algo que decía Bernardo Neustadt al principio del gobierno de Menem y decía Ménem referido a su mismo gobierno: estamos practicando, señalaban, “cirugía sin anestesia” (se refería al comienzo de la década del 90, a los primeros dos años del gobierno de Menem) que es probable que estos dos primeros años del gobierno de Kirchner puedan calificarse exactamente al revés: anestesia sin cirugía. Esto es una acción orientada hacia el encandilamiento de la opinión pública sobre la base de una profunda inacción en el plano de la gestión de gobierno. El problema, seguramente, como pasa en estos casos, es qué sucede cuando el paciente se despierta y descubre que no fue operado y esto es, creo, lo que tarde o temprano, está por suceder en la Argentina.
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Pascual Albanese , 30/06/2005 |
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