LA ARGENTINA EN LA NUEVA ERA MUNDIAL

La agenda de los valores: Ratzinger y Bush

 


Texto completo de las exposiciones realizadas por Jorge Raventos, Pacual Albanese y Jorge Castro en la reunión del centro de reflexión para la acción política Segundo Centenario realizada el pasado martes 3 de mayo en la Universidad de Ciencias Empresariales y Sociales (UCES), calle Paraguay 1239, primer piso
JORGE CASTRO

Dice Martín Heidegger “En el imperio planetario del hombre organizado técnicamente, alcanza la subjetividad humana su cúspide suprema, a partir de la cual él se establecerá en la llanura de la uniformidad organizada y se instalará allí. Esta uniformidad pasará a ser el instrumento más seguro del dominio completo, esto es técnico, del hombre sobre la Tierra”.

En los últimos diez años, a partir fundamentalmente de mediados de la década del 90, el mundo asiste a una revolución tecnológica de una envergadura y una extensión hasta ahora nunca conocida en la historia de la Humanidad. Convergen las distintas tecnologías surgidas a partir de la tercera revolución industrial y en su conjunto, al confluir, crean una trama global interconectada de carácter cibernético en la que el conocimiento se transforma en la nueva inteligencia colectiva de carácter planetario. Todos, pueblos, naciones, individuos, tienen acceso directo a este gigantesco “pool” de conocimiento, cuya regla y expresión máxima es Internet, la red de redes. El acceso directo a esta gigantesca inteligencia colectiva transformada no en una metáfora sino en una estructura o, si ustedes prefieren, en una infraestructura de carácter mundial, tiene como implicancia directa una gigantesca revolución horizontalizadora.

Pasa en el mundo lo que ocurrió al generalizarse el uso de la imprenta y, por lo tanto, la posibilidad directa de que todos los individuos, en primer lugar los que sabían leer y escribir, tuvieran acceso directo a la palabra divina, a través de la Biblia y de los Evangelios. El resultado de este acceso directo, mediado por la imprenta a través de los que sabían leer y escribir, de la palabra de Dios fue una gigantesca revolución política y cultural que acható, horizontalizó, pulverizó todas las estructuras jerárquicas, ante todo las estatales, pero también las eclesiásticas, de la sociedad feudal. Por eso, el mundo moderno emerge en esta aparición del fenómeno de la imprenta y está asociado al nombre de Gutemberg, su inventor.

Ahora sucede algo semejante, sólo que a escala planetaria. Esta vez el fenómeno no abarca sólo determinados pueblos, sino a la totalidad de los pueblos, de las culturas y de las naciones del planeta. Desde Europa al Asia, incluyendo América Latina, abarcando incluso ciertos sectores del Africa, y teniendo como punto de partida la Europa tradicional, el mundo entero constituye una realidad uniforme, organizada, que se transforma en el instrumento más seguro del dominio completo, esto es técnico, sobre la Tierra. Aparece en esta uniformidad, además, la realización completa del proyecto de la modernidad, esto es el proyecto que transforma a la razón no en la búsqueda de las verdades últimas, sino en instrumento eficaz del hacer del otro. Aparece, en definitiva, como sinónimo del desarrollo de la modernidad, la conversión de la razón en un instrumento del dominio técnico del hombre sobre la Naturaleza. En estas condiciones de uniformidad creciente, de instrumentalización completa de la razón, a través del dominio igualmente completo de la Naturaleza y del mundo, desaparecen, como decía Raventos recién, los “grandes relatos” y el primero de esos “grandes relatos” que desaparece es el ateísmo desafiante que discutía con Dios su existencia y su significado.

Pero, en lugar de este ateísmo desafiante, que tuvo un carácter fundador y fundante de la modernidad, lo que aparece es este sinónimo de uniformidad que es el ateísmo trivial, esto es la idea y la práctica de que las decisiones del hombre, ante todo las de carácter cotidiano, y sobre todo en el aspecto moral, nada tienen que responder a ningún tipo de trascendencia.

Por eso es que, en este mundo de la uniformidad y del ateísmo trivial, se realiza plenamente aquello que decía Chesterton : “Cuando el hombre deja de creer en Dios, no es que no cree en nada, sino que cree en cualquier cosa”. Es asombroso, pero este hombre que dejó de creer en Dios creyó y practicó sus creencias, por ejemplo, sobre la supremacía de ciertas razas. Creyó y practicó sus creencias, por ejemplo, en ciencias de carácter esotérico como el marxismo-leninismo. Creyó y practicó sus creencias en el sentido asombroso de la idea de que en el hombre nada hay de espiritual, sino que en definitiva todo responde a una causalidad profunda.

Por eso es que dice Heidegger: “La modernidad es el frenesí desesperado de la técnica desencadenada”, en la que el tiempo se ha transformado en instantaneidad, esto es en uniformidad, en simultaneidad. Esto no es una ideología. Tiene como sustento esta gigantesca revolución tecnológica que ha tenido lugar en los últimos 10 años y que, al crear este “pool” de inteligencia colectiva de carácter global, al cual hay acceso directo de parte de todos aquéllos que tienen uno de los dos elementos de la cultura de la época, que es el acceso a Internet (el otro es cierta forma de conocimiento de inglés).

Lo que ocurre en esta forma de participar de la inteligencia colectiva de carácter global es que se participa de un sistema, de una infraestructura tecnológica, cuya característica fundamental es que permite tomar decisiones estratégicas en tiempo real a escala mundial y en la que, por lo tanto, la historia del mundo moderno, que era la puja entre el espacio y el tiempo, en lo esencial ha terminado, porque ha aparecido la tercera categoría, como resultado del triunfo del tiempo sobre el espacio y esa categoría es la instantaneidad, la simultaneidad, Internet.

El inconveniente que tiene esta instantaneidad, simultaneidad, Internet, es su trivialidad. El inconveniente que tiene no es la extraordinaria pujanza técnica y la capacidad excepcional de carácter instrumental de dominio de la naturaleza que implica su mera existencia. El inconveniente que tiene es su conversión, no en un desafío de los grandes ateísmos a la discusión con la divinidad, sino en su conversión en una ideología mediocre, trivial, puramente cotidiana, según la cual nada existe ni nada importa en la medida en que nada está fundado en la trascendencia. Dice Heidegger: “Lo peligroso, dice, no es la técnica, no hay nada demoníaco en la técnica. Lo que hay de demoníaco es en la medida en que aparece oculto el misterio de su esencia, pero lo que ocurre es que la esencia de la técnica no es técnica, sino cultural”.

En definitiva, este gigantesco instrumento de dominio de la Naturaleza y del hombre que ha emergido con carácter de infraestructura mundial en los últimos años no es un fenómeno técnico, es decir instrumental, sino la expresión de una cultura, la cultura del subjetivismo humano surgida con la modernidad y que, al culminar la modernidad a través de la globalización y de la desaparición del comunismo, también ha encontrado su fin.

Dice Heidegger, cuando recuerda que la esencia de la técnica no es nada técnico: “En todas partes se instalará la furia de la técnica, hasta que un día, a través de lo técnico, no fuera de él, la esencia de la técnica revelará su verdad”. En los últimos diez años emergió esta infraestructura tecnológica de alcance global, esta inteligencia colectiva de carácter planetario, a la que hay acceso directo, esto es sin mediaciones de instituciones ni de jerarquías. Por lo tanto, se extiende en el mundo una ola que ha alcanzado su manifestación extrema. Gutemberg, Internet, pero extremos son también sus límites. Porque en los último años lo que ha sucedido ha sido que la revolución tecnológica ha alcanzado su apogeo y su manifestación más extraordinaria en la civilización norteamericana. En los últimos tres años, el nivel de incremento de la productividad, esto es la capacidad de hacer más con menos insumos o, dicho de otra manera, el indicador fundamental de la economía de los países avanzados, en los Estados Unidos ha alcanzado el mayor nivel de los últimos 56 años. En un sentido estricto, lo que ha sucedido en los últimos años en los Estados Unidos es que la sociedad norteamericana se ha convertido en la primera economía de la información de la historia del hombre y luego, también en este período de diez años, se ha completado el vuelco a la economía de mercado de la única potencia comunista que quedaba en pie en el mundo de carácter significativo: el vuelco de la República Popular China al capitalismo, a la globalización.

Los dos países que en este contexto mundial, de surgimiento de una sociedad planetaria, están estructuralmente más vinculados a través de la técnica que impulsa el comercio y la producción son hoy China y Estados Unidos. Los Estados Unidos, además, no sólo ha ganado la “guerra fría”, sino que al converger con la Iglesia y Juan Pablo II ganó la “guerra fría” sin disparar un tiro. El dato histórico, la novedad histórica, la anomalía si ustedes prefieren, es que en 1989, 91, caída del Muro de Berlín, 9 de noviembre del 89, autodisolución de la Unión Soviética, octubre - diciembre del 91, es la primera vez en la historia de la humanidad en que una potencia hegemónica, que durante 40 años disputó la hegemonía del planeta, decide dar por terminada la contienda y lleva esta decisión hasta el extremo de autodisolverse, mientras mantiene intacto su sistema de defensa.

Nunca antes había ocurrido algo semejante. Siempre y en todos los casos, una potencia hegemónica dejaba de serlo tras haber perdido una guerra convencional. En 1991, entre octubre de ese año, el golpe de la frustrado “nomenclatura” en contra de Gorbachov, y diciembre de ese año, en el que las tres repúblicas eslavas de la Unión Soviética unidas(Rusia, Bielorrusia y Ucrania) deciden dar por terminado el experimento iniciado 74 años antes por Lenin, es la primera vez en la historia de la humanidad que una potencia que disputaba la hegemonía mundial da por terminada la contienda mientras mantiene todavía intacto su sistema de defensa, que es equivalente en términos estratégicos a los Estados Unidos. También un año y medio antes, en 1989, ha ocurrido otra anomalía histórica. En un año, que la prensa europea y norteamericana denominó el “año milagroso”, la totalidad de los regimenes comunistas de Europa oriental, salvo Rumania, cayeron uno tras otro en un ejemplo perfecto de “dominó histórico”, sin disparar un tiro. En movimientos de opinión con carácter de unanimidad nacional, todos y cada uno de los regimenes comunistas de Europa oriental se desplomaron ante un movimiento de su propia opinión pública. La República Democrática Alemana se suponía que era el régimen comunista de Europa Oriental más fuerte, más avanzado en el dominio de la técnica. De pronto, en junio de 1989, comenzaron las manifestaciones en Europa Oriental y en primer lugar en la República Democrática Alemana, teniendo como eje las iglesias evangélicas, que comenzaron a reclamar libertad en los pueblos y ciudades de Alemania Oriental. Pero las manifestaciones, en la medida en que se tornaron cada vez más tumultuosas y masivas, pasaron a reclamar ya no solo más libertad sino una sola demanda, la reunificación de Alemania, esto es afirmar, en el mismo reclamo de la libertad, la identidad nacional. Y esto se produjo en todos y cada uno de los países de Europa Oriental que cayeron en ese “año milagroso”, sin que sus regímenes, que habían utilizado los tanques de manera repetida en el transcurso de los treinta años previos, se atrevieran a utilizar el poderío militar intacto de que disponían.

Dice Heidegger, que es un santo todavía no proclamado por la Iglesia Católica: “decidir es fácil, lo que es difícil es crear las condiciones que hacen fácil decidir”. Juan Pablo II asume el Papado en 1978. Su primer viaje al exterior, como no podía ser de otro modo, es a Polonia. Afirma allí dos cuestiones fundamentales: la fe, considerada elemento central de la cultura, y el hecho de que la cultura fundada en la fe es el elemento constitutivo fundamental de la identidad nacional polaca. Fe, cultura, identidad nacional del pueblo polaco, esto dice de manera repetida este pastor enérgico, capaz de un mensaje profundo y simple. Dice estas cuatro cosas: fe, cultura, identidad nacional, pueblos.

Un año y medio después, comienzan las huelgas en el astillero de Gdansk y surge Solidaridad, el primer movimiento sindical autónomo del pueblo polaco frente al régimen comunista. Además, este movimiento obrero de los trabajadores polacos afirma sus convicciones en materia de fe y en materia de identidad nacional polaca. Dos años después, la crisis de legitimidad del régimen comunista polaco llega a un extremo tal que el Ejército polaco interviene como alternativa a una intervención soviética y del grupo de países del Pacto de Varsovia. Va a ser la primera Junta Militar comunista, encabezada por el Gral. Jaruzelski, de toda la historia de los regimenes comunistas desde 1917 en adelante, que hasta entonces habían aplicado estrictamente el principio de la subordinación del poder militar al poder civil del Partido Comunista.

Para Juan Pablo II, en definitiva, la cuestión fundamental no era tanto decidir sino crear las condiciones que hicieran fácil decidir. Por supuesto, como corresponde a su concepción católica, hablaba siempre en términos de encarnación de sus conceptos y de su prédica Esta idea de la primacía de la cultura estaba acompañada por la convergencia estratégica con la política del presidente Ronald Reagan, quien desde que asumió la presidencia de los Estados Unidos en 1981 aumentó año por año 10% el gasto militar norteamericano, descontada la inflación, obligando a la Unión Soviética, si quería mantener la paridad estratégica que tenía con los Estados Unidos desde la década del 70, a aumentar en forma equivalente su propio gasto de defensa.

La estimación de la inteligencia norteamericana, terminada la guerra fría, caída la Unión Soviética, es que el producto bruto soviético jamás superó el 30% del producto norteamericano. Durante la guerra fría, pensaban que era el 50% o, dicho de otra manera, cada vez que el gobierno norteamericano de Ronald Reagan aumentaba los gastos de defensa un 10% anual descontada la inflación, los sucesivos gobernantes soviéticos tenían que hacer lo mismo, pero multiplicado por tres en relación con su producto bruto interno.

La economía soviética, además, estaba en una situación de estancamiento desde la década del 60. El impulso fundamental de la acumulación soviética, que era la sobre- inversión de capital unida a un carácter efectivo del terror sistematizado, sobreinversión de capital más la KGB, había encontrado sus límites, en el sentido de un mecanismo de acumulación en el cual, aún sobreinvirtiendo el capital, la tasa de crecimiento era cada vez menor y, al mismo tiempo, el terror como arma sistemática del proceso de acumulación también había alcanzado sus límites y había despertado un cansancio generalizado en la propia sociedad, incluso en los que ejercían el arma del terror, de modo que perdía su eficacia como instrumento de incentivo a la acumulación.

Y entonces comenzó, en la década del 80, esta convergencia entre la primacía de la cultura de Juan Pablo II, más el aumento sistemático del gasto en defensa de los Estados Unidos, en el momento daba comienzo la tercera revolución industrial. El resultado es que, por primera vez en la historia, una contienda por la hegemonía terminó con una de las partes reclamando su abandono del conflicto hasta el extremo de la autodisolución.

Dice Chesterton: “En la historia hay más arrepentimientos que confesiones”. Pero en 1991, cuando las tres repúblicas eslavas deciden disolver la Unión Soviética, hubo arrepentimiento y hubo confesión. Los propios protagonistas de la aventura comunista, la culminación extrema de la racionalidad modernista de la razón instrumental llevada hasta el terror, siguiendo la escuela de sus antecesores jacobinos, se arrepintieron y se confesaron. Juan Pablo II, que otorga primacía a la cultura, piensa que la cultura es también, al mismo tiempo, no solo un fenómeno espiritual sino el gran campo de disputa del poder político. Lo que pensó Juan Pablo II, lo que piensa Ratzinger, transformado en Benedicto XVI, es que la cultura es el núcleo mismo del poder político. Quien gana allí gana el poder, quien pierde allí pierde el poder. Dice Nietzsche ,el segundo santo todavía no proclamado por la Iglesia Católica: “La gran política tiene dos características, la primera, es que es un esfuerzo constante de imaginación del futuro, no porque se trata de saber lo que acontecerá, porque eso nadie lo puede saber, sino para tener ante los ojos, para ver y de un modo activo, el futuro no se contempla sino se construye”, dice él, las posibilidades de lo venidero, sobre la premisa tan alejada del pragmatismo barato de los que se creen realistas, de que lo real no es solo lo actual sino también lo virtual, es decir lo posible y que la inteligencia es ante todo una mayor capacidad de atención para ver en el presente lo que contiene de posible.

Por eso dice Nietzsche, o San Nietzsche, como ustedes prefieran, que la “gran política” es la conciencia decisiva, esto es esencial, del instante actual, del presente. A la gran política no le interesa ni un pasado colocado atrás ni un futuro al que no hay acceso. Solo le importa el instante actual del presente cargado de posibilidades. Pero agrega San Federico Nietzsche: “para esta gran política, se requieren grandes hombres convincentes que ante todo, a través de la guerra espiritual, transformen los valores, porque allí está el poder”. Pero agrega una segunda característica de la gran política y es que la gran política, para él, es el combate por el dominio de la Tierra. La gran política, dice, es necesariamente planetaria. Agrega que, siempre y en todos los casos, la gran política es política, esto es lucha por el poder, pero con la aclaración imprescindible de que el gran poder de la gran política es, ante todo, la lucha por las ideas creadoras, por aquellas ideas que hacen posible y, por lo tanto fácil, decidir.

Otro gran político y gran pensador político, difícil de considerar -al menos todavía- integrante del santuario de la Iglesia Católica, que fue el general Juan Domingo Perón, señalaba, recuerden ustedes, que la política es ante todo, “la lucha por la idea”. La gran política es lucha por las ideas y por la cultura, es lucha por el dominio del planeta, por el dominio de la Tierra considerada como un todo.

No hay prácticamente en el mundo de hoy debate ni discusión sobre las fuerzas del capitalismo fundado en la técnica. En España, Pedro Solbes, el Ministro de Economía de José Luis Rodríguez Zapatero, está a la derecha de Rodrigo De Rato. Esta semana va a ser reelegido esa gran figura histórica del mundo contemporáneo que es el primer ministro británico Tony Blair. Tony Blair es el heredero más exitoso, más logrado, más completo de Margaret Thatcher. El es el que sacó las conclusiones de esa otra gran figura histórica de Gran Bretaña que fue la líder conservadora. Es un hombre de convicciones, de ideas, que está dispuesto incluso a arriesgar el poder para colocar en juego aquello que estima prioritario desde el punto de vista estratégico, como por ejemplo la intervención en Irak.

Pero si Pedro Solbes en la España de hoy está a la derecha de Rodrigo Rato y Tony Blair es el gran discípulo de Margaret Thatcher, qué les queda a estos perdedores históricos que son la expresión del “progresismo” en el mundo ?. Les queda levantar la batalla cultural. Les queda lo que hace Rodríguez Zapatero en España, que es agitar un anticlericalismo barato, propio de la década del 30 del siglo pasado. Algo de eso sucede hoy también en la Argentina.
Jorge Raventos, Pascual Albanese, Jorge Castro , 12/05/2005

 

 

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