UNA NUEVA OPORTUNIDAD HISTÓRICA, BASES PARA UNA ALTERNATIVA POLÍTICA

 

Documento de trabajo elaborado por Jorge Raventos, Pascual Albanese y Jorge Castro
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7 ) EL PERONISMO Y EL PARTIDO COMUNISTA CHINO

Los grandes movimientos nacionales están obligados a hacerse cargo de los resultados de las transformaciones estructurales que protagonizan. Importa aquí recordar la experiencia reciente de los comunistas chinos. La Asamblea Popular china dio carácter constitucional a la teoría de las "tres representaciones", elaborada por el anterior presidente Jiam Zemin, que sostiene que el Partido Comunista no sólo tiene que expresar los intereses de las masas populares obreras y campesinas, sino que también debe representar a las "fuerzas económicas avanzadas", que constituyen la nueva burguesía emergente en el proceso de apertura económica realizado en los últimos veinticinco años, y a las "fuerzas culturales avanzadas", o sea a los trabajadores de la sociedad del conocimiento. Más de 100.000 empresarios están ya afiliados al Partido Comunista. De hecho, y por primera vez en su larga historia, el Comité Central del Partido Comunista Chino cuenta ahora con la presencia de dirigentes de extracción empresaria.

Hoy, antes que nada, nuevamente hay que discutir un proyecto histórico en la Argentina. De allí que la tarea política de conformar este bloque histórico, necesario para salir de la crisis y aprovechar la oportunidad que el país tiene por delante, no demande solo la articulación entre el peronismo y esta nueva burguesía nacional internacionalmente competitiva. Se requiere, asimismo, la participación activa de lo que, en el lenguaje del Partido Comunista Chino, serían las "fuerzas intelectuales" avanzadas: el mundo cultural, base de la sociedad del conocimiento, en particular aquello que Antonio Gramsci caracterizara hace muchos años como la "intelectualidad orgánica", encargada de llevar adelante la acción política en la dimensión, absolutamente esencial, que Perón, en su último mensaje al Congreso Nacional del 1º de mayo de 1974, definiera acertadamente como "la lucha por la idea".

Esta alternativa política, basada en la construcción de un nuevo bloque histórico, se nutre en las tres categorías fundamentales del pensamiento estratégico de Perón: la Evolución Histórica, que en su profética visión lleva inexorablemente a la organización de las sociedades en unidades geográficas y sociales cada vez mayores, la Conducción Política, que consiste en saber "fabricar la montura propia para cabalgar la evolución" en cada momento de esa evolución histórica y, en tercer lugar, aunque axiológicamente correspondería decir en primero, la Justicia Social, entendida como un valor referencial para guiar permanentemente la acción política.

En la era del universalismo, signada por el surgimiento de una verdadera sociedad mundial, la actual exigencia de la evolución histórica es responder, en el plano de la conducción política, a través de la fabricación de una nueva "montura propia", al desafío de enfrentar y resolver, en un marco de equilibrio y armonía, el gigantesco desafío representado por las desigualdades sociales de nuestra época.

En las actuales circunstancias, la fabricación de dicha "montura" requiere dos elementos fundamentales. En primer lugar, la definición de una estrategia de inserción de la Argentina en el nuevo escenario mundial. En segundo término, la articulación de un bloque histórico que sea política y socialmente acorde con esa estrategia de crecimiento, cuyos tres componentes básicos son el peronismo como actor político principal, una burguesía nacional internacionalmente competitiva y una intelectualidad orgánica capaz de librar la batalla cultural necesaria para convertir en sentido común a esta propuesta de transformación de la Argentina.

La lucha por la justicia social en la era de la globalización contiene dos características centrales. La primera característica es que, en una época signada por la tendencia estructural hacia una mayor concentración de la riqueza, el contrapeso político necesario es una mayor distribución del poder. De allí la importancia crucial de la descentralización política, concebida no solo como un simple recurso tecnoburocrático vinculado con el mejoramiento de la gestión pública, ni como herramienta estratégica para el reordenamiento geopolítico de la Argentina, sino, también y fundamentalmente, como un esfuerzo sistemático por colocar lo más cerca posible de la base la capacidad de decisión sobre los asuntos concernientes a cada actor social y a cada comunidad local.

Esto supone una sistemática transferencia de poder, o sea de responsabilidades acompañadas por los correspondientes recursos, del Estado nacional hacia las regiones, las provincias, los municipios y, por sobre todas las cosas, hacia las propias organizaciones sociales, aquéllas que Perón bautizara como las "organizaciones libres del pueblo".

El segundo elemento de la justicia social en la era de la globalización, en un mundo que ingresa en la sociedad del conocimiento, cuando la distribución del ingreso está cada vez más ligada con la distribución del saber, es una revolución social de carácter educativo y laboral, que promueva un salto cualitativo en los niveles de formación profesional y de capacitación laboral del conjunto de la población argentina.

En la segunda mitad del siglo XIX, la extraordinaria visión educadora de Sarmiento, continuada por la generación del 80, mediante la implantación de la enseñanza gratuita y obligatoria, posibilitó un proceso de alfabetización masiva que cambió a la Argentina y la colocó en un lugar de privilegio en América Latina. A comienzos del siglo XXI, hace falta una visión de igual envergadura para que los argentinos de todas las edades y de todos los escalones sociales puedan desarrollarse en las condiciones extremadamente competitivas de la nueva economía de la información.

La vinculación entre el mundo de la educación y el mundo del trabajo, cruzada por el vector del cambio tecnológico, es la única herramienta efectiva para la reducción del desempleo, la pobreza y las desigualdades sociales. Junto a los niveles tradicionales de la enseñanza primaria, secundaria y universitaria o terciaria, irrumpe con creciente intensidad la necesidad de un "cuarto nivel" educativo, de características no formales, centrado en la formación permanente y el aprendizaje continuo, para incorporar nuevos conocimientos y nuevas capacidades, no ya durante una edad determinada sino a lo largo de toda la vida.

En la Argentina del siglo XXI, la tarea de impulsar un salto cualitativo en los niveles de formación profesional de la población económicamente activa, entendida como un esfuerzo de autoeducación permanente de la sociedad, adquiere una significación social tan trascendente como la que tuvo la legislación laboral que distinguió a la revolución social encarnada por el peronismo entre 1945 y 1955.

Este desafío no es apto para tecnócratas. Las organizaciones sociales, y en particular el sindicalismo argentino, tienen un rol absolutamente decisivo. Por su experiencia histórica y su capacidad organizativa, los sindicatos están en condiciones de convertirse en los principales actores sociales de este esfuerzo de autoeducación colectiva de la sociedad.

En ese sentido, resulta imprescindible que los planes sociales, empezando por el plan jefes-jefas de hogar, contemplen obligatoriamente una contraprestación educativa en materia de capacitación laboral, que no sólo contribuya a restaurar la cultura del trabajo, erosionada por un asistencialismo vacío de contenido, que atenta contra la dignidad de los beneficiarios, sino que les provea de las herramientas idóneas para transformarse en protagonistas genuinos del quehacer económico y social.

Documento de trabajo elaborado por Jorge Raventos, Pascual Albanese y Jorge Castro
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Jorge Raventos, Pascual Albanese, Jorge Castro , 03/05/2004

 

 

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