Confrontación y polarización

 


Cuando, un domingo atrás, el cardenal Jorge Bergoglio exhortó en Luján a construir una nación de hermanos, reconciliada en la confianza recíproca, alejada de rencores, venganzas y divisionismos, apuntaba al centro de este momento de la Argentina, en el que la crispación de los espíritus –al menos de algunos espíritus- parece conducir vertiginosamente y en reversa a la recreación de los conflictos de hace tres décadas.
Al presidente de la República no le agradó esa plegaria del cardenal. Y tampoco le gusta que se le pida prudencia y espíritu de reconciliación. Considera que esos son reclamos de un diablo vestido de sotana. Habituado a fragmentar partidos y fuerzas y a cooptar dirigentes y gobernadores, parece dispuesto a pelear con la Iglesia, a procurar dividirla y hasta a cooptar a Dios a su facción, si ello es preciso, con tal de conservar y fortalecer su poder.

La lógica de acumulación de influencia del doctor Kirchner pasó desde el principio por la confrontación. Venía de lo que él mismo definió como la más reducida cosecha electoral de la historia (“Soy el presidente menos votado”, fueron sus palabras) y consideró que, a falta de fuerza propia, la clave de su continuidad residía en promover la debilidad ajena. Había que golpear y dividir.

La fórmula le dio resultado en primera instancia, porque su confrontacionismo parecía perfilar un gobierno de decisiones, algo que una porción significativa del país –particularmente aquellos que resentían su propio fracaso por haber votado a la Alianza- parecía añorar. El decisionismo presidencial parecía dibujar un gobierno fuerte y su estilo confrontativo, a menudo provocador, sonaba como una encarnación postergada del “que se vayan todos” con que la opinión pública unos años antes había expresado su decepción con el sistema político.

Con el tiempo, esas primeras impresiones se fueron revelando como espejismos. Más que “que se vayan todos”, el mensaje real del Presidente podía traducirse como “que se quede uno solo, amparando con su poder a quienes estén dispuestos a sometérsele”. Más que un alzamiento contra la vieja política, lo de Kirchner se convirtió en una “segunda selección” de aquellos elencos repudiados y en una confrontación con las instituciones: manipulación de la Justicia, sometimiento del Poder Legislativo, plena hegemonía del Ejecutivo, fragmentación de los partidos, feudalización de los poderes provinciales y municipales por el manejo discrecional de la Caja.

A su vez, el poder que parecía emanar de esa política de confrontación permanente se transformaba en debilidad flagrante cada vez que era resistido por sectores sociales dispuestos a apelar a la acción directa. En esos casos, quedaba a la vista que el gobierno era una oveja con piel de lobo. Fue el caso, por ejemplo, de su retroceso frente a los padres de Cromagnon (donde entregó al más importante de sus gobernadores aliados: Aníbal Ibarra), o el repliegue frente a los vecinos de Gualeguaychú que le dictaron la política a seguir con Uruguay; o ante la pueblada de petroleros santacruceños que forzaron una reforma impositiva y han conseguido, hasta el momento, anestesiar las investigaciones destinadas a encontrar a los culpables del “primer muerto político” de este gobierno: un policía de la provincia del Presidente.

El confrontacionismo permanente se vuelve ahora más incómodo para el presidente cuando van apareciendo sectores dispuestos a responder a las agresiones oficialistas y cuando la sociedad empieza a reaccionar frente a la demolición de instituciones.

Hay empresarios que muestran sus uñas ante las presiones destinadas a manejarles sus empresas; otros que no quieren sentirse amordazados para dar la alarma frente a una potencial crisis energética que el gobierno prefiere silenciar o nombrar sólo con eufemismos. Hay obispos dispuestos a pelear contra los ensayos de mandatos perpetuos como el que (¿globo de ensayo?) se quiere autoproporcionar el gobernador misionero Carlos Rovira con rotundo apoyo de la Casa Rosada. Frente a la pretensión de reelección indefinida de Rovira (que Kirchner viajó a respaldar) se han movilizado en Misiones desde la CTA hasta los radicales, desde la CGT a los pastores protestantes, desde un amplio sector del justicialismo hasta obispos y monjas. Un obispo encabeza la lista de constituyentes del Frente de la Dignidad Ciudadana, otro –el de Posadas- respondió a los ataques de Kirchner contra la Iglesia señalando que “se desconocen” los títulos de conducta ética y de sacrificio del Presidente para levantar su dedo acusador.

Así como hay empresarios que intentan recuperar la voz y así como la Iglesia procura no dejarse atropellar por el poder, en el seno del peronismo surgen sectores que reclaman el respeto a la legalidad y a la vida política del partido, que se encuentra intervenido judicialmente por ostensible presión gubernamental.

Y hasta han mostrado voluntad de respuesta sectores de la llamada familia militar y víctimas del terrorismo de los años 70, que reclaman que, si de reabrir los expedientes de aquellos años de plomo se trata, la tarea debe hacerse con alguna ecuanimidad, con el criterio de una justicia que, si no es ciega, al menos tampoco sea tuerta, facciosa, unilateral.

Durante largos meses, a juzgar por las encuestas ha habido sectores de opinión pública que parecían resignados a apoyar el estilo presidencial mientras la demolición fuera una operación gratuita, o en la que, en todo caso, el costo, fuese pagado por víctimas ajenas y silenciosas.

Pero de pronto, cuando empiezan a manifestarse ulterioridades, cuando los ataques del gobierno empiezan a recibir respuestas, esa opinión pública pasa a repensar la situación. Si el propio gobierno se alarma y alarma a la sociedad proclamando que “el pasado no está vencido”, esos sectores de opinión pública siempre dispuestos a arrojarse en defensa del vencedor, prefieren tomarse un momento de meditación. Quizás estos sectores hasta habrían terminado por olvidar la teoría de los dos demonios, que les sirvió de interpretación funcional para explicarse su propia actitud en los años de plomo, si se los convencía de que uno de esos demonios estaba vencido, definitivamente liquidado, prácticamente subyugado. Pero si el propio gobierno insinúa que no es así. Si, a partir de la misteriosa desaparición del señor Jorge Julio López, los voceros oficialistas dejan inferir que se está recreando una situación de tensión violenta, un revival de los años setenta… entonces esos sectores de la opinión pública empiezan a preguntarse quién será el responsable de ese peligroso revival cuando hasta hace muy poco tiempo el país parecía básicamente pacificado.

La doctora Elisa Carrió se encuentra en estos días en Pretoria, analizando la forma en que Sudáfrica procedió para superar las décadas de injusticia y transgresiones a las libertades y a los derechos humanos del régimen del appartheid. Parece evidente que Nelson Mandela, un auténtico luchador que pasó buena parte de su vida en la cárcel y edificó su liderazgo espiritual,entre otros motivos, sobre ese valor de sacrificio, no se dedicó a reabrir heridas ni a reclamar revanchas hacia atrás, sino a mirar para aderlante y a construir una nación más justa y equitativa hacia delante. ¿No es un ejemplo a tomar en cuenta, junto a la capacidad de los españoles para zanjar en los pactos de la Moncloa las divisiones heredadas de su sangrienta guerra civil? La capacidad de reconciliación de esas sociedades, una arquitectura que sintoniza con la exhortación del cardenal Bergoglio en Luján, será una virtud que sólo ellas pueden exhibir? ¿Será un objetivo demsaiado inalcanzable para los argentinos?

El gobierno despliega la confrontación permanente en el plano interno y es aliado, externamente, de quienes –como Hugo Chavez y Fidel Castro- practican la confrontación permanente con la nación más poderosa del mundo, con el vecino hemisférico más dinámico y potente. ¿Será una muestra de prudencia involucrarse en esas alianzas, ser secuaz de aquellos vidriosos liderazgos?

En la última semana, el subsecretario estadounidense para asuntos interamericanos, omitió la mención de Argentina al enumerar naciones del continente que están comprometidas con la democracia y con un manejo positivo de los desafíos de la época. El confrontacionismo interno se va asociando a una confrontación internacional en la que el país ni siquiera lleva la voz cantante, sólo hace de claque.

Elegido ese camino, cuesta imaginar que el gobierno esté en condiciones de desandarlo. El mismo se cierra la retirada, convirtiendo en mérito la actitud confrontativa. El gobierno necesita hacer gala de fuerza, de poder extremo, hasta de poder discrecional. Interpreta la conciliación como debilidad y vulnerabilidad. Le sucede al presidente lo que a los arqueros que salen mal en un corner y consideran que si retroceden están perdidos. Habitualmente esos arqueros prefieren caer en su ley. Antes que retroceder prefieren salir más todavía.

Precisamente porque la realidad exhibe las debilidades en la autoridad del gobierno (los mencionados retrocesos frente a padres, vecinos, piqueteros y huelguistas), sus negligencias y ciertas consecuencias de sus políticas (crisis energética; falta de custodia para testigos como el señor López), el oficialismo se empeña en hacer demostraciones de poder discrecional y de insistencia en algunos rumbos adoptados.

Lo previsible es que, en función de esa lógica, acentúe la polarización y la confrontación, sea con el pico caliente ante el atril, sea por la reacción habitualmente impune de algunos de sus acólitos

La especulación del gobierno reside en que cree poder evitar que la confrontación permanente se convierta en polarización político-electoral, cree poder operar (para ello cuenta con la caja y los superpoderes) para evitar que surja una convergencia electoral alternativa en 2002.

Si no hubiera otros signos, lo que ocurrió el último domingo de septiembre en los comicios brasileros debería ser un recordatorio, tanto para el gobierno como para quienes trabajan por una alternativa, de que la sociedad encuentra las herramientas de su autodefensa, aún si tiene que fabricarlas con materiales tan dudosos como los que usaron los brasileros para impedir la victoria de Lula Da Silva en primera vuelta.

Guste o no, quien siembra confrontaciones cosecha polarizaciones.
Jorge Raventos , 18/10/2006

 

 

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