¿CUÁNTA ENERGÍA VA QUEDANDO?

 


Una señora le reclama a otra: afirma que le ha devuelto abollada una cacerola que ella le prestó sana. La respuesta de la vecina es de libro: "Primero: usted nunca me prestó una cacerola; segundo: yo se la devolví sana; tercero; cuando me la dio ya estaba abollada". A veces, la abundancia de argumentos es contraproducente.
El Presidente Kirchner afirma que no hay crisis energética presente ni futura, que sólo "hay un exceso de demanda". El Ministro Julio De Vido afirma que la situación "es óptima", se enoja contra la "estupidez" de quienes vaticinan una crisis : "La famosa -y deseada por algunos- crisis energética no llega", ha dicho. De inmediato reclama un "uso racional de la energía" para poder abarajar la demanda creciente. (Es decir: ¿la oferta insuficiente?). El Gobierno aconseja a las empresas que prevén una expansión en sus necesidades que piensen cómo se procurarán la energía extra que necesiten.

Sospechosa abundancia de argumentos.

Paralelamente, es un hecho que falta gas oil en muchas estaciones de servicio del país y que las empresas se replantean sus planes de inversión tomando en cuenta la crisis energética. Esa que no existe.

El Departamento de Energía de Estados Unidos, por su parte, considera tener "todas las evidencias de que la crisis se marcará con mayor claridad en el corto plazo". Tanto en materia de gas y petróleo como en electricidad.

¿Cuál es el motivo por el cual el oficialismo ha decidido abundar en argumentos en lugar de tomar por las astas la escasez energética? Probablemente se trata de que la discusión seria del tema pondría en la picota tanto la falta de previsión, como la falta de atención oportuna a las señales de alerta que llegaron desde empresas, usuarios y técnicos (y hasta desde la propia Secretaría de Energía) y desnudaría algunos criterios adoptados en el Ejecutivo menos orientados por las necesidades productivas del país que por cálculos electoralistas.

Así como en el caso de la carne, el Gobierno no vaciló en sacrificar la producción y la exportación en aras de estimular artificialmente el consumo interno en el corto plazo, en el campo energético planchó las tarifas y permitió que éstas quedaran absolutamente desencajadas en el sistema de precios relativos. Desestimuló la inversión (con consecuencias que ahora empiezan a hacerse notorias) por temor a una reacción de los consumidores. ¿Fue en defensa de algún principio de, digamos, "justicia social"? En absoluto. Los más pobres usan gas de garrafa, a precios básicamente regidos por el mercado. Los consumidores domiciliarios más ricos, los que habitan viviendas de 3.000 o 5.000 dólares el metro cuadrado, reciben gas de red subsidiado. ¿Fue por alguna entelequia nacionalista? "Nacionalismo, pero al revés – estima el economista Agustín Monteverde-. Se paga más de tres veces por el gas boliviano que el precio que se le reconoce a las productoras locales. El costo del transporte de gas neuquino a la región metropolitana es un tercio más bajo que el boliviano".

Ni nacionalismo, pues, ni justicia social. Sólo cálculo electoralista de corto plazo y temor a reacciones adversas de la opinión pública. Pero, ojo: si las consecuencias de esa política de miras cortas se dejan ver antes de la fecha de los comicios bajo la forma de cortes energéticos o falta de combustible más extendida que la actual, las reacciones que se quería evitar pueden precipitarse de todas formas.

En el oficialismo empiezan a advertir con inquietud que hay sutiles cambios en el talante social, una propensión más amplia a reparar en los excesos y las falencias del Gobierno, una tendencia más marcada a hacer las cuentas. Para un político como Néstor Kirchner, reacio a soportar críticas, objeciones y disidencias, acostumbrado desde su gestión en Santa Cruz a manejar su feudo con discrecionalidad, esta nueva situación es desconcertante e incómoda.

La Casa Rosada no podía asimilar, durante la última semana, los cuestionamientos elevados por intelectuales, sectores de la cultura y de la política, a las crecientes manifestaciones de antisemitismo que se han observado en diferentes sectores, hasta en el universitario. Haciéndose eco de la incomodidad de la sede gubernamental, la flamante titular del Instituto contra la Discriminación, María José Lubertino, al revés de lo que induce a pensar el cargo que ostenta, desestimó la denuncia de sobrepique, sin siquiera considerarla, y la calificó de "maniobra política". La perplejidad ante una situación en que aparece la reticencia social hace que el oficialismo pierda sus reflejos. Tal como había ocurrido con las provocaciones del funcionario Luis D'Elía contra la demostración que encabezara el ingeniero Blumberg.

Por cierto, la Casa Rosada no ha perdido sus recursos básicos. El superávit manejado a piacere merced a los superpoderes otorgados por el Congreso todavía le otorgan al Gobierno un fuerte handicap para conquistar voluntades (o resignaciones) y para urdir maniobras que procuren la dispersión de las fuerzas que resisten su hegemonía. En ese capítulo el oficialismo mantiene su ventaja, aunque esté perdiendo velocidad.

Es posible que en el curso de las próximas semanas deba afrontar resistencias en el seno del justicialismo: ya son varias las voces importantes del peronismo que reclaman la normalización democrática de ese partido, congelado y regido por un interventor judicial que mira a Tribunales pero recibe mensajes de la Plaza de Mayo. Hombres como el ex Presidente Ramón Puerta y el Gobernador salteño Juan Carlos Romero –por citar sólo dos de los dirigentes más conocidos- están moviéndose en esa dirección. El Gobierno registra la oposición de Jorge Sobisch, de Roberto Lavagna, de Mauricio Macri, de Elisa Carrió, del tronco central del radicalismo. Sabe que no le vendrá bien el surgimiento de una oposición peronista, pero apuesta, en todo caso, a evitar que todos esos vectores de disidencia lleguen a establecer una convergencia, una alternativa unificada.

El dilema de la oposición –o de la mayor parte de ella- es inverso. Existe una opinión pública que rechaza el proyecto hegemónico de Kirchner y espera que las fuerzas que se ofrecen como alternativa construyan poder, no meras candidaturas parciales o testimoniales. Esa opinión pública juzgará el comportamiento de candidatos y fuerzas políticas por la voluntad y capacidad que pongan para esa tarea.

Por cierto, todos aquellos candidatos mencionados están por ahora en una instancia de presentarse ante la sociedad y afirmar cada uno su propia perspectiva. Pero aún considerando este hecho, desde el propio interés de cada una de las candidaturas alternativas reales o virtuales en danza es imprescindible mantener viva la idea de una convergencia, capaz de forzar una segunda vuelta electoral y de ganar en el ballotage. Cada candidato puede trabajar sobre la ilusión o la perspectiva de que la convergencia opositora se centrará en su propio nombre, pero eso debe incluir la esperanza (el aliento) de la convergencia. Lo contrario -estimular la dispersión y obstruir la convergencia- sólo puede ser interpretado como una táctica perdedora a priori, suicida y, de hecho, funcional a los intereses del oficialismo.

El comprensible fortalecimiento de las aspiraciones particulares necesita del fortalecimiento del cauce común para que la sociedad pueda creer en una alternativa.

La Casa Rosada le teme a una segunda vuelta. Su fórmula es divide et impera. Habrá que ver si de aquí a la hora del comicio tiene la energía suficiente para ponerla exitosamente en práctica.
Jorge Raventos , 18/09/2006

 

 

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