¿Puede afirmarse que en la situación política argentina hay un antes y un después de la gran demostración ciudadana que encabezó el ingeniero Blumberg el 31 de agosto? |
Es difícil evadir cierta arbitrariedad cuando se establece ese tipo de fronteras temporales: los cambios que se manifiestan con claridad a partir de cierta fecha, ¿no venían, en rigor, procesándose desde antes? En este caso específico, ¿no es exagerado atribuir tanta trascendencia a una manifestación que, aunque reunió a decenas de miles de personas, no llegó a superar esta vez las 150.000 que Blumberg supo congregar en ocasiones anteriores?
Ciertamente, antes del acto del 31 de agosto ya podían apreciarse algunos traspiés del gobierno de Néstor Kirchner, ya había muestras de repliegue, ya se escuchaban excusas, así estuvieran bellamente maquilladas por la propaganda oficial.
Ya antes del 31 de agosto se observaban signos de búsqueda de convergencia entre los sectores que cuestionan al oficialismo y, de hecho, el surgimiento de la candidatura virtual de Roberto Lavagna –que es vivida como un dolor de cabeza por la Casa Rosada- había ocurrido antes de la manifestación de Blumberg.
Pero la demostración del 31 de agosto representó para el gobierno un revés en varias dimensiones: Kirchner fracasó al mostrar su insensibilidad frente al tema de la seguridad ciudadana, que es la mayor preocupación registrada de la opinión pública. Fracasó, además, cuando dio rienda suelta a su subsecretario Luis D'Elía para que provocara a Blumberg e intantara la maniobra intimidatorio de una "contramarcha"; volvió a fracasar cuando se demostró que esa manifestación oficialista impulsada por D'Elía con fondos oficiales apenas si reunía a una escuálida porción de la clientela que se mueve con la extorsiva política del toma y daca de subsidios.
Ese triple (o cuádruple) revés del oficialismo tiene rasgos cualitativos: importa no sólo porque ocurrió, sino porque ocurrió ante los ojos de todo el mundo, inequívocamente: el gobierno perdió, y exhibió su debilidad tanto en la calle como en el orden político conceptual. Para Kirchner es indispensable hacer exhibiciones de fuerza, de discrecionalidad. El pintoresco estilo de malevo de uno de sus secretarios de Estado es cultivado minuciosamente: se trata de mostrar que el gobierno es capaz de hacer daño, de maltratar, de imponerse a cualquier costo. Sucede, sin embargo, que esa imagen, ansiosa de verosimilitud, apenas si es verídica. El gobierno sólo es capaz de imponerle condiciones a ofrendas aisladas. Durante muchos meses se dedicó a cazar en el zoológico y practicar puntería contra ejemplares encerrados cada cual en su propia jaula. Cuando tropezó con resistencias colectivas (padres de Cromagnon, vecinos de Gauelguaychú, trabajadores de Santa Cruz, por citar algunos ejemplos), prefirió replegarse. Lo mismo hizo ante Blumber: procuró neutralizarlo por seducción y fracasó. Ahora quiso intimidarlo y también fracasó. Los titulares posteriores al 31 de agosto dan cuenta de su nuevo retroceso cuando anuncian que ahora –es decir, después de la demostración de Blumberg- el gobierno empezará a ocuparse del tema seguridad. Un estudio semiológico de la Fundación Atlas mostró la semana pasada que, en más de medio centenar de discursos presidenciales de los últimos meses las palabras - crimen, delito, seguridad - , inseguridad brillaban por su absoluta ausencia.
Tantos signos de retroceso del gobierno ante la demostración de Blumberg son los que autorizan a considerar esa movilización como una bisagra entre dos momentos.
A la luz de esos hechos, el conjunto de los datos en la relación del gobierno con las fuerzas no oficialistas pasa a redefinirse. Todos pueden ahora tomar nota de las vulnerabilidades del oficialismo.
La lógica de la confrontación, practicada por el doctor Kirchner desde el inicio de su administración, suponía, embrionariamente, un principio polarizador. La política práctica del gobierno aspiraba, sin embargo, a neutralizar los efectos negativos (para él) de esa estrategia confrontativa. Una polarización supone el riesgo de que las víctimas se unan; Kirchner ha tratado de disociar confrontación de polarización, procurando atomizar el universo de sus adversarios, tratando de que estos no constituyeran un continente, sino un archipiélago.
La confrontación atomizada le ha resultado útil al Presidente: cada víctima de sus proyectiles (tomaran estos la forma de una movilización hostil de los camioneros de Moyano, de los piqueteros de D'Elía, la de una citación imperiosa del secretario Guillermo Moreno, o la de una mención agresiva del propio Presidente desde "el atril"), rendía el resultado suplementario de intimidar o disuadir – de disciplinar, en suma- a los ejemplares de otras jaulas: aparecía como una demostración incontrastable del poderío del Gran Cazador.
La lógica confrontación-atomización le permitió al Presidente compensar durante estos tres años su debilidad de origen ("soy el presidente menos votado") con un espejismo de poderío que le resultó redituable en términos de registro de encuestas y apoyo de la opinión pública. Ese aparente poderío, aún en sus formas más despóticas, parecía preferible a la evocación del caos que quedaba como reminiscencia de la crisis del gobierno de la Alianza y de los meses que la sucedieron.
Pero ese hipotético poderío del Presidente, eficaz para acumular instrumentos ante la desarticulada oposición, ha sido no obstante incapaz de responder con eficacia comparable a problemas graves señalados por los ciudadanos: la seguridad urbana y la ausencia de políticas fuertes frente al crimen organizado en primer lugar.
El presunto poderío del gobierno, ahora cuestionado desde la opinión pública, empieza a hacer agua en momentos en que también se lo discute en otros términos: la irrupción de la candidatura de Roberto Lavagna refleja una quiebra en el seno del bloque de poder y la diferenciación de un sector de mucha importancia (en el plano productivo, en el de los factores de poder, en el de los medios de comunicación) que toma distancia en relación con el kirchnerismo. Conviene mirar con atención los enfrentamientos del oficialismo con un poderoso holding industrial, que durante la última semana fue duramente hostigado a través de medios adictos por la propaganda oficial.
El nuevo paisaje, donde muchos que parecían haber perdido la voz ahora la recuperan, incluye asimismo reacciones en el seno del peronismo: el gobernador de Córdoba, José Manuel De la Sota ha hecho oir sus críticas tanto al estilo del Presidente como a la política oficial hacia el sector agrario. El último fin de semana, en Salta y con la presencia del gobernador Juan Carlos Romero, un sector representativo del justicialismo de provincias reclamó la normalización de su partido, intervenido judicialmente por indicación oficial. Las resistencias al kirchnerismo tienen ahora expresión tanto en el PJ bonaerense como en corrientes significativas de otros distritos.
Desde el peronismo, desde la UCR, desde el Partido Ssocialista, desde corrientes importantes del centro derecha, desde oenegés y desde cenáculos de técnicos e intelectuales empieza a registrarse una acentuación de la política opositora y signos, así sea tenues, de convergencia.
El paisaje político está cambiando. Ese cambio puede inclusive acelerarse si, como algunos temen, la crisis energética se manifiesta con crudeza durante el verano
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Jorge Raventos , 09/11/2006 |
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