Aunque Néstor Kirchner, contenido por sus astutos asesores de imagen,
haya
representado esforzadamente el papel de
funcionario-ensimismado-en-su-tarea-cotidiana y haya afectado
indiferencia
ante la vigorosa demostración que el 31 de agosto encabezó el ingeniero
Juan
Carlos Blumberg frente mismo a la Casa Rosada, el conjunto de la
ciudadanía
no le atribuyó demasiado verosimilitud a esa actuación. |
No sólo era
notablemente perceptible el nerviosismo oficial ante la movilización,
sino
que las impresiones digitales del gobierno estaban a la vista en los
intentos de provocar a Blumberg y de intimidar a la opinión pública con
la
convocatoria a una \"contramarcha\", lanzada por funcionarios públicos
y
diputados kirchneristas de los gobiernos nacional y bonaerense, en
destacado
lugar el señor Luis D\'Elía, un protegido de la Casa Rosada que, tras
tomar
por la fuerza una comisaría, consiguió no ser citado por la Justicia y
además fue nombrado subsecretario de Estado por el Presidente de la
Nación.
La escuálidez de la \"contramarcha\" kirchnerista de D\'Elía y
asociados no
pudo disimularse ni siquiera con un maquillaje de último momento: el
empleo,
valga lo que valga, de la \"chapa\" del Premio Nobel Pérez Esquivel,
una
figura cuya ostensible candidez no le impidió, sin embargo, comprender
y
confesar ante los medios que había sido, \"manijeado y usado\" por el
gobierno. Para el oficialismo el mal paso implicó la caída de una
máscara,
así se tratara de una máscara transparente. Como lo puntualizó en su
columna
de *La Nación *el analista Joaquín Morales Solá: \"*Las fuerzas de
choque de
viejos piqueteros estaban y no estaban en la esfera del oficialismo.
Kirchner jugaba* *con ese enredo para asustar sin pagar el precio de
asustar. En las últimas horas quedó claro que D Elía y Pérsico son
hombres
funcionales al esquema presidencial y obedientes a la voluntad del jefe
del
Gobierno\"*.
El fracaso de la \"contramarcha\" oficialista producida con el
anquilosado
estilo del clientelismo resaltó, por oposición, el éxito de la
convocatoria
de Blumberg, que congregó a varias decenas de miles de ciudadanos
independientes, expresión casi quintaesenciada de la poderosa opinión
pública de la ciudad de Buenos Aires que no se dejó intimidar y que
concurrió individualmente o en pequeños grupos hasta concretar la
multitud
que iluminó con sus velas la plaza histórica.
¿Se trataba de una manifestación opositora? Sin duda no lo era en su
origen,
puesto que sólo se proponía peticionar ante las autoridades por las
evidentes falencias del sistema de seguridad pública. Pero ese deseo de
peticionar proactivamente fue transformado por un deseo opuesto: el del
gobierno, que impulsado por su lógica confrontativa y por su voluntad
de
considerar enemigo a todo aquel que no se cuadre como un súbdito, puso
a la
multitud en la posición de adversario político. Cuando uno quiere
pelear,
dos pelean.
Tanto la vigorosa participación evidenciada una vez más por la opinión
pública porteña como el comportamiento obsesivamente controlador del
gobierno evocan aquellas jornadas de los años 89 y 90 del siglo XIX,
cuando
el presidente Juárez Celman se encontraba en la cúspide de lo que había
sido
llamado el \"unicato\", mientras la ciudadanía de Buenos Aires
reaccionaba
congregándose en mitines en los que reclamaba cambios y reformas.
En el
Senado se alzaba la voz de Aritóbulo del Valle cuestionando el unicazo:
\"El
presidente de la República interviene personal, individualmente y fuera
de
la Constitución en todos los actos de la vida política argentina;
porque al
presidente de la República se lo consulta para nombrar gobernadores,
ministros y diputados y el presidente indica si son o no son de sus
simpatías…\". El presidente manejaba el Congreso, el Ejecutivo y los
jueces;
y manejaba los negocios a través de lo que hoy algunos llamarían
\"capitalismo de amigos\". Al decir de Miguel Angel Cárcano, \"los
partidos son
disueltos (…) No existe otro partido que el del presidente al cual
pertencen
las mayorías parlamentarias y todos los gobiernos de la nación y sus
estados. La autoridad del presidente es indiscutida. Los gobernadores
acatan
dócilmente sus órdenes y a tal punto llega la obsecuencia que a sus
partidarios los llaman *incondicionales(…)*\". El presidente confronta
inclusive con quienes lo estimularon y respaldaron para llegar al
gobierno y
se rodea sólo de amigos, aliados cooptados e intereses asociados.
La
opinión
pública porteña lo enfrenta. Se constituye una corriente plural, la
Unión
Cívica, cuyo denominador común reside en el cuestionamiento del
\"régimen
corrupto\". Narra el difundido divulgador histórico Felipe Pigna: \" Se
denuncian los negociados (…). Se reclama decencia, sufragio libre y
algo tan
elemental como que se cumpla con lo establecido en la Constitución
Nacional\". La movilización crítica de la opinión pública, ante la
cerrazón
oficialista, termina eclosionando en lo que se conoce como \"revolución
del
90\", un movimiento que es derrotado militarmente por el gobierno de
Juárez
Celman, pero que en definitiva provoca la renuncia presidencial y la
asunción del vicepresidente, Carlos Pellegrini.
Muy lejos, obviamente, de aquellas circunstancias del *unicato* de
fines del
siglo XIX, la práctica de la confrontación constante que se ha vuelto
connatural con el gobierno de Néstor Kirchner y la falta de reflejos
para
absorber los cuestionamientos de la sociedad (que constituyó durante
meses
el principal pilar del presidente, paliativo del magro respaldo
electoral
con que accedió) generan una atmósfera de polarización social que
guarda
pese a todo un aire de familia con aquella que sembró Juárez Celman más
de
una centuria atrás.
La historia, claro está, no se repite. O, dicen, no lo hace al menos
en
términos idénticos. En cualquier caso, para asegurarse de esto conviene
siempre tener en cuenta los antecedentes.
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Jorge Raventos , 09/01/2006 |
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