Perón no entendió nada.

 


Hace ya treinta años, Juan Domigo Perón anunciaba la creciente importancia de la realidad internacional para la fijación de las políticas internas:
“En el futuro, todo será política exterior, y las políticas locales remitirán a ese orden internacional.”
Anticipaba una visión, hoy triunfante en todo el planeta, según la cual, si uno quiere ser verdaderamente nacionalista, lo que tiene que hacer es insertarse en el mundo.
En un artículo de Andrés Cisneros publicado esta sábado por la revista “Noticias” se explica cómo el gobierno del doctor Kirchner maneja esta dialéctica entre el mundo y el país como si hubiera invertido las polaridades que proponía Perón.
Perón afirmaba que, en el futuro, todo iba a ser política exterior y que las políticas locales se diseñarían en función del escenario internacional. El doctor Kirchner parece entender que las cosas son justamente al revés.

Así, el gobierno argentino considera que la toma del puente de Gualeguaychú es tan legítima como la del puente Pueyrredón. Maltratamos adentro a Coto, Alarcón, Paulsen o Sergio Acevedo por las mismas razones que desairamos a Vázquez, Bachelet, Alan García, Fox, Chirac, Putin, Bush, el presidente de Vietnam, los primeros ministros de Japón e Italia, Aznar, la reina de Holanda o al mismísimo presidente de los Estados Unidos, aunque eran nuestros huéspedes.

Con Chile, Uruguay, Bolivia, Perú, Paraguay, Finlandia, Méjico, España, Italia, Francia, Estados Unidos, Japón, Vietnam, Rusia y, próximamente -en un repechaje que se está maquinando- con Inglaterra de nuevo por Malvinas, tenemos problemas por la misma, exacta razón que el Poder Ejecutivo mantiene frentes conflictivos con el periodismo, la Iglesia, la Justicia, los militares, los bonistas, la comunidad judía, el campo o los empresarios no subsidiados. Es el reino euforizante de la infalibilidad perpetua: aunque perdamos trece a cero en La Haya, “el fallo contiene importantes avances para nuestra posición.”

Mientras la democracia consiste en el gobierno de la mayoría pero con respeto por las minorías, el bonapartismo produce gobiernos excluyentes que desprecian el consenso. La dictadura de la mayoría –más estrictamente, de la primera minoría- supone la negación de la democracia republicana.

Cuando ya no se distingue al gobierno del Estado, resulta sencillo identificar al Ejecutivo con el pueblo y, al considerárselo no ya solo una parte de él, sino su mismísima encarnación excluyente, se termina creyendo que la fracción gobernante es lo mismo que toda la Nación. Es entonces cuando cualquier disidencia bordea la traición. El presidente afirma, una y otra vez, que distintos interlocutores tratan de extorsionarlo: esta forma de ver al mundo suele producir, precisamente, lo mismo que denuncia.

Las políticas externas de Kirchner y Chávez no podían sino confluir: ambas expresan procesos internos en que el proyecto político aparece difuso mientras crecen el personalismo y la hegemonía presidencial.

Si las instituciones se debilitan, nada puede asombrar en que se vaya reemplazando a Alberdi por D’Elía, tan semejante a Hugo Chávez que ambos configuran las caras, interna y externa, de una misma forma de hacer política. Cuando Hugo Moyano sitia con camiones a Carrefour sin que al gobierno se le mueva un pelo ¿Puede extrañar que ante el tribunal del Mercosur hayamos alegado que impedimos el comercio entre Chile y Uruguay para que los epígonos de Busti “se expresen con libertad.”?

No habiendo en el mundo una relación de identidades comparable a la de argentinos y uruguayos, la malvinización de este conflicto, con la dimensión que le otorga el envolvernos en la bandera para enfrentar una disputa exclusivamente ambiental con quienes siempre hemos considerado como hermanos, configura una verdadera cruzada contra nosotros mismos, un conflicto esencialmente intestino, involucrando a los desprevenidos uruguayos en la inmisericorde confirmación de que, para determinadas formas de entender la política, para un argentino no hay nada peor que otro rioplatense.

Argentina adolece de políticas de estado y el mundo nos ignora porque no somos previsibles, sino gobernados por malabaristas que trabajan para la tapa de los diarios del día siguiente. La tinellización de nuestra política exterior no pasa solo por la tanga de Evangelina Carrozo, corresponde a su cortoplacismo esencial, plagado de exabruptos y golpes de efecto, con anuncios espectaculares que luego no se continúan. ¿Falta mucho para que lleguen las inversiones chinas?

Por supuesto que tal cosa no ocurre en el vacío: expresa cabalmente a un régimen político en que los Borocotó no son la excepción sino la regla, con una Cancillería que convierte al caso Hilda Molina en una mediática zarzuela de misivas presidenciales parvulares, pero después vota en la ONU sosteniendo sin sonrojarse que en Cuba se respetan los derechos humanos.

Único gobierno del mundo cuyos funcionarios ya organizaron, al mismo tiempo, dos cumbres y sus dos respectivas contra-cumbres de Presidentes y entre cuyos puntales internos se cuentan D’Elía, Hugo Moyano, Alicia Castro, Bonafini, Bonasso o Gorriarán Merlo, no puede sino tener como aliados externos a Castro y Chávez o pegarnos a Ahmadinejad, Lukashenko y Kim Jong Il. Hay coherencia en todo eso.

Es la misma razón por la que están hundiendo al Mercosur. Chávez viene de pulverizar a la Comunidad Andina de Naciones ¿Alguien puede, por ventura, creer que va a comportarse con seriedad y disciplina en nuestro espacio de integración? En el fondo, se trata de lo mismo: rechazar a la globalización, renegar del capitalismo y perpetuarse personalmente, convirtiendo a la región en una fortaleza inexpugnable para la modernidad.

Eludamos la ingenuidad de atribuir estos desastres a meras cuestiones de carácter o de mala educación personal. Las causas son estructurales: el bonapartismo en lo interno y el chavismo en lo externo son la misma cosa, sedicentes progresías que, en nombre de la revolución, nos condenan al atraso. Perón, está claro, no entendió nada.

(*) ex Secretario General y Secretario de Estado de Relaciones Exteriores de la Cancillería entre 1992 y 1999.

Publicado en la revista Noticias el 26 de Agosto de 2006
Andrés Cisneros , 28/08/2006

 

 

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