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Política Exterior de Pago Chico |
El rechazo del gobierno de la convocatoria de Naciones Unidas a integrar las Fuerzas de Paz al sur del Líbano configura, a lo sumo, un acierto involuntario: la manera en que fue hecho y las razones invocadas no hacen sino aumentar el alarmante aislamiento de la Argentina y la confirmación de que nuestra política exterior continúa abrevando en la vocación por producir testimonios ideológicos antes de atender al interés nacional en juego. |
"Al Líbano no quiero que vayan ni cascos blancos, ni azules ni negros". La no desmentida definición atribuida por la prensa al Presidente expresa una decisión correcta pero por razones equivocadas. Las explicaciones de Cancillería de que "el escenario de Medio Oriente exhibe un equilibrio muy delicado" y que, por otra parte, "no nos encontramos en condiciones" de sumarnos a la convocatoria de las Naciones Unidas –decidida justamente con el voto a favor de nuestro embajador- supone imaginar que ese Alto Organismo solo envía tropas a lugares sin problemas y que la única respuesta posible es una negativa a secas.
En resumen, está bien que no hagamos un envío inmediato, porque aún falta que las grandes potencias terminen de armar el operativo y marquen una cancha donde protagonistas como nosotros puedan efectivizar su aporte. Pero está mal que no dejemos abiertas las opciones y cerremos las puertas en base a razones tan inconsistentes.
Ejercicio elemental de comparación inevitable: Brasil dijo que por ahora no, que sus tropas están tan ocupadas precisamente en cumplir con otras misiones semejantes de Naciones Unidas que eso mismo les impide acudir de inmediato a esta convocatoria, pero se mantienen a disposición y, ahí nomás, el día 16 de agosto, el miércoles pasado, el propio canciller brasileño se subió a un avión para hacerse presente en el Líbano. El nuestro dedicó esa jornada a tareas protocolares, presidiendo la ceremonia oficial para la solemne recepción de estilo de las copias de cartas credenciales de sus excelencias, los flamantes embajadores plenipotenciarios de dos repúblicas hermanas del Caribe y otra del sudeste asiático. Mientras todo eso ocurría, los diarios de esa fecha informan que hasta el envío de cascos blancos humanitarios ha sido descartado por Argentina.
Los dichos del Presidente, los trascendidos desde el oficialismo y las conclusiones de los observadores apuntan a atribuir la actitud del gobierno a tres razones principales: no hacer lo mismo que Menem, prevenirnos de otro ataque terrorista y no acompañar a Estados Unidos. Veamos una por una.
No hacer lo mismo que Menem. Gustaran o no sus decisiones, no está dicho que Menem hubiera optado por ir al Líbano. De hecho, en su momento envió dos barcos exclusivamente de escolta - con instrucciones de no combatir- ante la invasión de Irak a Kuwait, cuando la convocatoria fue hecha legalmente por la Naciones Unidas. Pero se pronunció en contra de la segunda invasión a Irak, mediante una convocatoria unilateral de Washington, sin aprobación de la ONU. De manera que Menem no hizo siempre lo mismo, por lo que no hay manera posible de obrar siempre distinto que Menem.
Un estadista toma sus decisiones según su propia evaluación del interés nacional en cada oportunidad concreta. Definirse en base a lo que un antecesor hubiera hecho o dejado de hacer configura, en el fondo, una grave carencia de criterio propio y la suprema ironía de que quien en realidad le fija la agenda es el fantasma del mismo adversario del cual se procura diferenciar.
Prevenirnos de otro ataque terrorista. El terrorismo no triunfa sobre sus víctimas cuando masacra personas o vuela edificios. Su verdadera victoria deviene cuando el miedo nos invade y ajustamos nuestra conducta al temor, permitiendo que sean ellos, los terroristas, los que nos fijen nuestra política exterior. Ahora, además, estamos ayudando a impulsar en Naciones Unidas una línea de acción que permita a Irán desarrollar armamento nuclear no controlable por el sistema de Naciones Unidas. ¿Qué seguirá después? El poema de Bertolt Brecht, lo más probable.
En esa dirección, poco falta para que decidan anular los acuerdos de Malvinas y emprender con bombos y platillos un glorioso retorno al Movimiento de Países No Alineados, que desde el 11 de septiembre se reúnen en Cuba.
No acompañar a Estados Unidos. Para quienes observan la realidad sin distorsiones de estudiantina ideológica, la coincidencia o no con los demás gobiernos del mundo dependerá del siempre cambiante cuadro de situaciones puntuales. Para tomar ejemplos a la mano, Brasil no se suma a esta convocatoria como tampoco accede a la presión norteamericana en el voto sobre Cuba o las patentes medicinales. Pero sí se alió con Washington nada menos que en la segunda guerra mundial y después en la Guerra Fría. Estudia sus intereses y decide según el caso. Francia, tan antinorteamericana, se opuso vehementemente a acompañar a Estados Unidos en la desastrosa aventura de Irak pero está enviando miles de soldados a esta misión al sur del Líbano.
Hacer antinorteamericanismo militante resulta tan absurdo como el seguidismo incondicional. En realidad, es lo mismo, desde signos puestos. Quienes condenan a los Noventa por una supuesta conducta subordinada pueden terminar cometiendo el mismo error desde el otro extremo: el mal que efectivamente se causa a los intereses nacionales acaba siendo equivalente al que se procura demonizar.
Paradójicamente, este tipo de actitudes conforma una política exterior facciosa, del todo comparable a la de nuestras dictaduras militares, con las que tanto enlaza por la doctrina: en Naciones Unidas estamos votando hoy sobre Cuba exactamente igual que Fidel Castro votaba protegiendo de inspecciones a Videla y Pinochet cuando los derechos humanos que se violaban eran los nuestros. Poco se sabe, siguiendo con la ONU, que, al recuperar la democracia, de ciento cincuenta y ocho estados miembros, Argentina venía siendo, durante años, el cuarto país que votaba más en contra de Estados Unidos. Solo Sudán, Yemen y Cuba nos superaban. En plena Guerra Fría, Kadafi votaba más en acuerdo con Washington que nosotros. Argentina solo coincidía con EE.UU. en un 12,5% mientras Brasil o Chile rondaban el doble y la España de Felipe González pasaba del 50%, con Francia e Italia en casi el 70%. Así se construyó, durante años, una política exterior facciosa que nos aisló del mundo hasta terminar generando la catástrofe de Malvinas. En los Ochenta y los Noventa la revertimos, pero ahora tomamos decisiones que parecen regresarnos, también en este tema, al más crudo setentismo. Filocastrense, además.
Las buenas razones. El mundo está hegemonizado por los Estados Unidos. La mejor forma de balancear ese pernicioso desequilibrio pasa por fortalecer la diplomacia multilateral y apuntalar a las decisiones de las Naciones Unidas, organismo al cual recurrimos, por ejemplo, para reclamar por Malvinas y cuyo Consejo de Seguridad integrábamos cuando se resolvió enviar tropas de paz al sur del Líbano.
Lo que Argentina debió hacer no es dar un portazo adolescente a la convocatoria del Consejo de Seguridad, sino contestar con un aporte en positivo, poniéndonos a disposición de la ONU para acudir cuando se verificaran ciertas condiciones, hoy todavía ausentes. Para fijar esas condiciones, debimos concertar rápidamente con nuestros socios del Mercosur, más Chile, un esquema de participación que representara a la región como un protagonista internacional capaz de exhibir acuerdos y pesar en el mundo. De mostrarnos unidos, que tanta falta nos hace: llevamos demasiado tiempo en que el mundo solo percibe de nosotros una patética sucesión de conflictos de medianera, trifulcas de conventillo y decisiones propias de gobernantes de pago chico.
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Andrés Cisneros , 22/08/2006 |
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