Las detenciones practicadas en Londres, que probablemente desbarataron el operativo terrorista más importante de la historia universal, superior incluso en sus dimensiones a los atentados del 11 de septiembre de 2001, revelan que, lejos de estar cerca de su finalización, la guerra global que desarrollan Estados Unidos y sus aliados contra las redes del terrorismo transnacional, tiende a adquirir mayor intensidad. |
De hecho, toda la dinámica de la política mundial está atravesada por este enfrentamiento sin cuartel. La tenaz resistencia a las tropas estadounidenses en Irak, la escalada bélica en el sur Líbano entre Israel y Hizbollah, la acción de Hamas en Palestina y la cuestión del plan nuclear en Irán están inscriptos dentro de la lógica de este conflicto sin fronteras. En esta guerra de nuevo tipo, de características claramente asimétricas, en la que uno de los contendientes es una entidad de naturaleza no estatal, el análisis de la relación de fuerzas requiere una adecuada apreciación de las fortalezas y las debilidades de cada uno de los antagonistas. El presupuesto de defensa de los Estados Unidos representa 45% del gasto de defensa mundial. Según el Pentágono, ese presupuesto está orientado a librar lo que define como “una larga guerra global”.
En este contexto, Estados Unidos despliega fuerzas militares en 130 países. Por su parte, las redes de Al Qaeda y sus aliados, según estimaciones de la inteligencia norteamericana, están instaladas en más de sesenta países. Operan con recursos económicos infinitamente menores, y están obligadas a actuar en la más absoluta clandestinidad. A pesar de esta diferencia descomunal de recursos entre ambos contrincantes, Estados Unidos considera que, en la actualidad, su territorio corre más peligro de sufrir un ataque nuclear que durante todo el largo período de más de 40 años de la Guerra Fría. Un estudio realizado en el Senado norteamericano (Comisión Lugar) consigna que existe un 70% de probabilidades de que, en un plazo de diez años, EEUU sufra en su territorio un ataque de proporciones catastróficas, mediante la utilización de armas de destrucción masivas, nucleares, químicas o bacteriológicas. Todo indica que las células desbaratadas en Londres planeaban perpetrar atentados con explosivos líquidos altamente sofisticados.
La conclusión, al menos provisoria, es que, cuando la contienda se dirime en el plano territorial, como sucede en Medio Oriente, la aplastante superioridad militar y tecnológica de EEUU tiende a prevalecer. En cambio, cuando las redes del terrorismo transnacional logran imponer las condiciones de la batalla, por fuera de cualquier marco territorial definido, aparecen las vulnerabilidades de la superpotencia y la fortaleza de su antagonista. El resultado es que esta “larga guerra global”, asimétrica y polar, está mucho más cerca de su principio que de su fin.
Publicado en la revista NOTICIAS el 11/8/06 |
Jorge Castro , 14/08/2006 |
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