CUBA SIN FIDEL

 


Más allá de las múltiples e inevitables conjeturas acerca de la evolución del estado de salud de Fidel Castro, y aún teniendo como válida la posibilidad de una recuperación temporaria, existe un dato incontrastable: el martes 1º de agosto comenzó la transición política en Cuba.
La sola delegación provisional de funciones en su hermano Raúl, jefe de las Fuerzas Armadas, es una circunstancia inédita en los 47 años de historia del régimen. Marca un antes y un después. Quiérase o no, la sucesión está en marcha.

Comprender la dinámica de este nuevo curso de los acontecimientos, requiere, ante todo y sobre todo, partir de un hecho básico: el poder político en Cuba no reposa en ninguna estructura institucional. No es detentado por el Partido Comunista, ni siquiera por las Fuerzas Armadas. Reside, única y exclusivamente, en el carisma personal de Fidel. Su desaparición no representa simplemente un cambio en el liderazgo político. Constituye, lisa y llanamente, la aparición de un gigantesco vacío. Pueden surgir sucedáneos pero jamás sucesores.

En principio, el encumbramiento de Raúl Castro no expresa únicamente un intento de continuidad dinástica. Es también la demostración cabal de que, aunque por supuesto infinitamente por debajo de la autoridad indiscutida e indiscutible de Fidel, el principal resorte de poder existente en Cuba son las Fuerzas Armadas. La primera instancia de recambio, con independencia de cómo sea formalizado institucionalmente, es inevitablemente un régimen militar. El aparato del Partido Comunista, que sería la segunda estructura de poder sobreviviente, no tiene ninguna chance de ganar la supremacía. El tercero de los factores de poder existentes es la burocracia estatal, cuyo elevado nivel de desprestigio y corrupción le impiden ingresar en esa competencia.

Fuera de estos actores internos, existen dos factores externos de enorme importancia. El primero es la poderosa comunidad cubana en el exilio, para la que la desaparición de Castro supone la reanudación de la batalla por la democratización de la isla caribeña. Vale la pena consignar una extraña paradoja: Cuba, que ha protagonizado la primera y única revolución socialista de América Latina, ha creado también, en ese mismo lapso, una de las burguesías más prósperas y dinámicas del subcontinente, que reside hoy en Miami, pero que nunca ha perdido las esperanzas de reencontrarse con su destino nacional.

El segundo factor externo es la Venezuela de Hugo Chávez, cuya irrupción en el escenario continental, potenciada por el incesante incremento del precio del petróleo, representó para el actual régimen cubano la herramienta que le permitió superar el serio estrangulamiento económico y político que sufría desde la desaparición de la Unión Soviética en diciembre de 1991.

Cabe prever entonces que, en una primera instancia, la influencia de Chávez pueda funcionar como un factor de estabilización de ese régimen militar que sustituiría a Fidel. Pero también vale la pena consignar que, en términos de mediano y largo plazo, el inmenso vacío político que dejará esa desaparición abre posibilidades para una apertura política, que contaría con el formidable incentivo del aporte de una oleada de inversiones extranjeras directas. Este boom de inversiones, unido al elevado nivel educativo de la población cubana, un logro revolucionario que coloca a su fuerza laboral en un nivel de formación superior al promedio regional.
Pascual Albanese , 06/08/2006

 

 

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