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Kryptonita y superpoderes |
El fallo que emitió la Corte Internacional de La Haya ante el recurso presentado en su momento por el gobierno argentino para detener la construcción en Uruguay de dos fábricas de pasta de celulosa no debería ser sobreinterpretado ni tampoco observado con una óptica de tribuna deportiva.
Es cierto que no corresponde tratar el 13 a 0 (en contra) que arrojó la votación entre los magistrados permanentes del alto tribunal como el score bochornoso de un match de fútbol o de rugby. |
Tampoco es una muestra de lucidez argumentar –como se esforzaron sin suerte algunos voceros- que Argentina consiguió un triunfo, por el hecho de que se le permitirán nuevos recursos en el futuro. Ni calvo ni tres pelucas.
Como apuntó, entre otros, el senador Rodolfo Terragno, la noticia que llegó desde La Haya en la madrugada del jueves 13 de julio fue "la crónica de una derrota anunciada". Pocos dudaban de que el recurso sería rechazado. Hasta el gobierno lo sospechaba o lo sabía.
El fallo negativo es el precio que la Casa Rosada decidió pagar para asordinar por un tiempo la protesta activa de los vecinos de Gualeguaychú, tras meses de incapacidad oficial para encontrar solución a un problema que ni previó ni supo encauzar y contener oportunamente. El fracaso en la esfera diplomática, la incapacidad para evitar el corte de los pasos internacionales con los recursos que otorga la Constitución y el temor a una opinión pública intensamente motivada precipitaron la opción presidencial por judicializar el tema de las pasteras, un camino que por su propia naturaleza implica la confrontación antes que la negociación virtuosa con la otra parte, capaz de potenciar la asociatividad y los intereses compartidos. Insistir en ese camino –el de los tribunales y las campañas agresivas ante la banca internacional para obstruir la financiación del emprendimiento uruguayo- además de otros fracasos, promete una tirantez incesante con Montevideo. Por lo demás, agotado el paréntesis de armisticio que la Casa Rosada obtuvo de Gualeguaychú mientras se aguardaba el resultado del recurso ante La Haya, ahora deberá afrontar la impaciencia de una sociedad que ha convertido el no a las papeleras en un compromiso y que le reclama al estado central renovadas pruebas de fidelidad.
Repentinamente, el gobierno nacional se ha encontrado con una convergencia circunstancial de frentes complicados. A la reactivación del activismo ambiental en Gualeguaychú se le han sumado las manifestaciones reclamando por la inseguridad y la convocatoria al paro ganadero lanzada por las Confederaciones Rurales cuando ya no podían contener más la presión de sus bases. En varios casos, asambleas autoconvocadas de productores han buscado como punto de referencia la figura de la diputada santafesina María del Carmen Alarcón.
El tema de la inseguridad promovió demostraciones espontáneas en la Capital Federal y en Necochea que no sólo reclamaron renuncias de ministros (Alberto y Aníbal Fernández) sino que terminaron solicitando al ingeniero Juan Carlos Blumberg (y obteniendo de él) la promesa de una convocatoria a manifestar en Plaza de Mayo, frente a la sede del Poder Ejecutivo. Los manifestantes expresaron ante los micrófonos y las cámaras de las emisoras porteñas su indignación por el hecho de que el oficialismo reclamara superpoderes para menjar el presupuesto y no empeñara el poder que le da la Constitución para dar eficazmente una batalla contra el crimen. El llamado "garantismo" judicial (que algunos prefieren llamar abolicionismo penal) fue otro de los blancos de la crítica de los ciudadanos movilizados. Desde los escritorios que manejan la comunicación oficialista se procuró desviar hacia ese blanco judicial las críticas que, en rigor, apuntaban en primer lugar contra el gobierno y algunos de sus más altos funcionarios.
La Casa Rosada no parecía preparado para tanta convergencia de nubarrones. Estaba, hasta principios de la última semana, empeñada en una apuesta que consideraba ganada de antemano frente a la oposición parlamentaria, alrededor de la aprobación de los llamados superpoderes y de la consagración de los decretos de necesidad y urgencia. Y estaba, por sobre todo, confiada en su poder para consagrar su propia continuidad, ya sea con la repetición de la candidatura de Néstor Kirchner o con la entronización de su esposa como postulante a la presidencia en 2007.
Tanta confianza parece reinar en el kirchnerismo sobre esa superioridad política que el gobernador bonaerense, Felipe Solá, hasta se ha animado a insinuar alguna maniobra para conseguir su re-reelección, más allá de la evidente transgresión legal que supondría.
En cualquier caso, el poder que se le asigna a Kirchner (y del que no sólo el kirchnerismo parece convencido) es, en verdad, controvertible., Las encuestas de opinión pública le siguen ofreciendo buenos números, pero hoy la aprobación inequívoca ha caído por debajo del 50 por ciento (cuando supo estar en más de 70 por ciento). Si se mide en términos fácticos, ese poder, que hasta ahora siempre fue suficiente para enfrentar a una oposición política dispersa y desorientada, se mostró impotente ante la acción directa encarnada por sectores impulsados por convicciones intensas: los padres de Cromagnon le voltearon a un virtual gobernador aliado; las movilizaciones obreras en Santa Cruz forzaron cambios en la política impositiva; los piquetes de Gualeguaychú le condicionaron el manejo de las relaciones exteriores. La debilidad presidencial quedó a la vista frente a demostraciones cívicas espontáneas como las que en su momento congregó el señor Blumberg o a las asambleas convocadas por los sectores del campo: en ambos casos se vió obligado a retroceder.
Ahora, el surgimiento de la candidatura (todavía virtual) de Roberto Lavagna le impone al poder de Kirchner nuevos desafíos, que ascienden desde el plano de la acción directa de sectores atomizados de la periferia al de una crisis en el propio bloque de poder. Lavagna es un emergente de esa crisis, una prueba de la disgregación en el bloque, crisis que ejerce influencia sobre el conjunto del sistema político: al debilitar al gobierno, fortalece relativamente a quienes venían soportando sus golpes, sus presiones y sus aprietes, desde sectores de la Justicia o de las fuerzas armadas hasta la prensa, que ahora empiezan a devolver los golpes.
La emergencia de la figura de Lavagna ha producido el efecto que produjo porque refleja esa crisis en el sistema de poder. Cada paso de Lavagna tiene el efecto duplicado de sumarle fuerza y restársela simultáneamente a Kirchner, porque su crecimiento es un reflejo de la desagregación del bloque oficialista.
El apuro de la Casa Rosada en garantizarse ya mismo superpoderes sine die, que le demanda un costo político, se vuelve incomprensible si no se entiende la clara conciencia que Kirchner tiene de su propia debilidad potencial. Muchos se preguntan para qué necesita mostrarse ante la sociedad como un obsesionado de la concentración de poderes cuando tiene un congreso que suele rendirse a sus deseos. Es que Kirchner sabe que esa fidelidad puede cambiar si la atmósfera política se modifica y desconfía precisamente del peronismo, que tiene un gran olfato para anticipar esos súbitos cambios de clima.
El telón de fondo de las dificultades que se le abren al gobierno, que ciertamente no carece de relevancia, es el creciente aislamiento internacional que padece, no compensado, sino incrementado por su asociación con el régimen de Hugo Chávez. Ese aislamiento –agravado en los últimos días por la tirantez con el gobierno chileno de la señora Bachelet- , es la otra cara de la política de confrontación que, más allá de los gestos diplomáticos, más allá de los presidentes que visitan la región y eluden una escala en Buenos Aires, se traduce en la ínfima recepción de inversión extranjera de los últimos años y en la caída del país a los puestos más rezagados en los índices de globalización.
Un hombre que sabía de estrategia, Juan Domingo Perón, afirmaba que la verdadera política es la política internacional, que se hace dentro o fuera de las fronteras. El gobierno parece practicar una doctrina inversa: prioriza siempre la política interna. Del mismo modo que, para reprimir (temporariamente) el índice inflacionario, suspendió la exportación de carne (cuando teóricamente la justificación del dólar artificialmente alto reside en ampliar la capacidad exportadora), en su obsesión por acumular poder subordina la integración en el mundo a sus necesidades de corto plazo de la política doméstica, fundadas en una estrategia de confrontación permanente. Parece evaporarse así cualquier visión nacional de largo plazo, orientada a la afirmación del interés del país.
El revés en La Haya, el deterioro de las políticas de integración energética con Chile,la pérdida de oportunidades para afirmar nuestra presencia en el mercado mundial de carnes, la confrontación con las tendencias centrales de la política internacional (y las fuerzas que lo encarnan), la ausencia de inversión externa son aspectos de esa situación.
El "superpoder" atribuido al Presidente puede estar acercándose a un yacimiento de kryptonita.
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Jorge Raventos , 17/07/2006 |
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