Movilización estudiantil en Chile
El Mayo chileno dice - no -

 


Más de 700.000 estudiantes secundarios, así como 100.000 universitarios y 80.000 profesores de enseñanza media y superior se lanzaron a las calles en Chile a lo largo de 3 semanas, en la más gigantesca movilización de los últimos 30 años. A los estudiantes y profesores se sumaron organizaciones sociales, sindicales, fuerzas políticas extraparlamentarias y miles de habitantes de barrios marginales, sobre todo del gran Santiago, hasta llegar a un total estimado de 2 millones de personas, en un país que tiene 15.2 millones de habitantes.
Los secundarios (16/18 años de edad) reclaman una reforma drástica del sistema educativo, lo que incluye la gratuidad de los exámenes de ingreso a la universidad y del transporte en los grandes centros urbanos. Además exigen la derogación de la “Ley Orgánica Constitucional de Educación” (LOCE), sancionada por el régimen militar el 10 de marzo de 1990, un día antes de dejar el poder el general Augusto Pinochet.

La LOCE estableció el traspaso de los colegios secundarios del Estado chileno a los municipios, la creación de escuelas privadas con subvención fiscal y el estímulo a la creación de universidades privadas.

La magnitud de la movilización convirtió este reclamo generacional en una crisis política de envergadura, desatada a los tres meses de mandato de la presidente Michelle Bachelet, que cuenta con 62% de aprobación de los chilenos, uno de los niveles más altos en esta etapa de todos los presidentes constitucionales que se han sucedido en Chile desde 1990.

Esta crisis política no es consecuencia del rechazo de la juventud a la presidente Bachelet; todo lo contrario. Antes de la crisis, la juventud, en especial el núcleo de 16 a 24 años, era la que otorgaba el mayor respaldo a Bachelet y su gobierno (70.8%), 8 puntos por encima del promedio nacional; la cuestión es la desafectación/alienación de la juventud chilena respecto al régimen político del país.

El voto en Chile es obligatorio, pero con previa inscripción voluntaria en el registro electoral; y el hecho central de la realidad política chilena es que el 75% de los jóvenes con mayoría de edad no se inscribe en los registros electorales y, por lo tanto, no vota.

Chile llegó a las elecciones del 11 de diciembre del 2005 con el mayor padrón de votantes de su historia, pero, aún así, 1.8 millones de jóvenes no se inscribieron y rechazaron el derecho a sufragar; y los 260.000 jóvenes de 18 a 24 años que si lo hicieron, votaron mayoritariamente en blanco o anularon sus votos. El porcentaje de jóvenes inscriptos, además, disminuye en todos las franjas entre los 18 y los 29 años. Los jóvenes inscriptos de 18 a 19 años eran el 28.8% en 1992 y fueron 6.5% en el 96; los de 20 a 24 bajaron del 71.5% al 53.2% en ese periodo; y los de 25 a 29 años pasaron del 95% a 83%.

Un hecho sociológico se transforma en acontecimiento político por su magnitud. En Chile no hay un curioso desapego de la juventud respecto a la política, sino una drástica alienación de los jóvenes hacia el sistema político como tal. Ese sistema es el más efectivo, institucionalizado y admirado en toda América Latina; es el “sistema ejemplar” de la región. Chile tiene, en los últimos 22 años, 18 de crecimiento continuado; y, a partir de 1990, la pobreza ha caído del 45% a menos del 9% en la actualidad. Es un sistema sinómino de previsibilidad, credibilidad y continuidad. Y es respecto a él que la juventud de Chile se siente totalmente ajena; y actúa en consecuencia.

Este sistema es el producto de la transición democrática que se inauguró en 1990, al finalizar el régimen militar. Es una transición surgida de una transacción entre las fuerzas democráticas y el régimen militar. Esta política de transacción surgió del debate previo en las fuerzas opositoras entre la ruptura (insurreccional) con el régimen militar, por un lado, y la necesidad de una transición pactada, por el otro. La primera era la del Partido Comunista y la de su brazo militar, el Frente Patriótico Manuel Rodríguez; la otra, la del Partido Socialista y la Democracia Cristiana, que triunfó.

Esa política de transición pactada es un acuerdo desde arriba, entre elites, que, por su misma naturaleza, tiene una limitación raigal para incorporar lo nuevo. Toda la historia de Chile es la de un profundo correlato entre los partidos políticos y las clases sociales; cada clase tiene su partido, y cada partido lo es de una clase. Significa que la democracia chilena, altamente institucionalizada (“clasista”) es estructuralmente elitista. Esta es la fuente de su fortaleza y también de su debilidad. Es lo que los jóvenes de Chile, en estas tres semanas memorables, han puesto de relieve con la fuerza y la elocuencia de los hechos.

Tres semanas que traen a la memoria la metáfora histórica de Mayo del 68 en Francia: un reclamo educativo, de un sector universitario de Paris (Nanterre), que, al movilizarse, paralizó el país y cuestionó el poder y la legitimidad de la V Republica, el régimen más efectivo y legítimo desde la Revolución de 1789.

“Todo en la política consiste en establecer cuando lo sólido se hace liquido y lo liquido sólido”, dice Bismark.

Publicado en el diario PERFIL el 11/6/06
Jorge Castro , 13/06/2006

 

 

Inicio Arriba