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Una sombra doliente sobre la pampa. |
La amenaza es enorme: de una actitud ofensiva, de incorporación de tecnología, los productores agropecuarios pueden volver al "modelo defensivo" del "costo cero". Y, entonces, la producción caerá. |
Artículo publicado el sábado 5 de enero de 2002 en el Suplemento "Clarín Rural" del diario "Clarín".
Corre una sombra doliente sobre la pampa argentina. El espectro de Santos Vega regresó a las llanuras ahora preñadas de maíz y soja. Mientras los chacareros terminan de levantar el trigo en el sudeste, el nuevo gobierno proclamó el fin de la convertibilidad. Ahora el campo tiembla, porque además del desdoblamiento del tipo de cambio en un dólar oficial y uno libre (lo que implica una retención indirecta) pende la amenaza de los derechos de exportación.
Lo que está en jaque es la continuidad de la Segunda Revolución de las Pampas. La convertibilidad había establecido el punto de partida para el despegue del gigante dormido. El campo necesitaba dos cosas: estabilidad, y no discriminación. La primera se logró a poco andar, cuando la sociedad asimiló el uno a uno. El punto de partida de la segunda fue la eliminación de las retenciones, una lacra de varias décadas, que tuvo su punto final en la propia ley de convertibilidad.
Mientras duraron las retenciones, el agro tuvo que conformarse con mirar de lejos la evolución de la agricultura del Primer Mundo. Los productores acudían en masa al Farm Progress Show, en la década del 80, para rumiar su bronca por los fierros y los rendimientos que se veían en el Corn Belt. A Francia ni iban, porque entendían que la agricultura europea partía de un modelo altamente intensivo, sustentado en fuertes subsidios.
Aquí, en esos tiempos era imposible asimilar esa tecnología. El tipo de cambio permanentemente devaluado ya era una barrera para la importación. Además, había una altísima protección arancelaria, lo que encarecía aún más los insumos y equipos de la revolución verde. Esto ya establecía una barrera para el crecimiento.
Pero lo realmente grave estaba en el otro término de la ecuación. Los productores no podían obtener el precio "lleno" de sus productos, porque por la vía de los tipos de cambio múltiples o las retenciones una parte quedaba en el Estado. Y lo que más enervaba era que sólo los productos agrícolas pagaban estos derechos, en una discriminación sustentada con argumentos inverosímiles.
Entonces, la tecnología era carísima en términos de producto. En los EE.UU. hacían falta 200 toneladas de soja para comprar una cosechadora. En la Argentina, la misma máquina costaba 400 toneladas. Lo mismo con el fertilizante, los herbicidas, la semilla de mayor potencial de rendimiento, los camiones, el cemento y todo lo que la enorme red agropecuaria compra y mueve.
En estas condiciones, sólo se podía producir con lo básico: el suelo. Y toda la tecnología se basaba en el criterio del "costo cero". El campo supo sobrevivir, aunque a costas de la degradación de los suelos, fruto de la no reposición de nutrientes. El exceso de laboreos provocó una aceleración de la erosión (porque la moderna agricultura conservacionista requería insumos químicos inaccesibles en el modelo cerrado). Cualquier cosa que se ponía significaba arriesgar más allá de lo razonable.
Pero así y todo, el sector seguía aportando alimentos para la población y divisas (las únicas) para sostener la economía nacional. Hasta que a fines de los 80 la cosa no dio para más. El proteccionismo y los subsidios habían tirado abajo los precios internacionales, y aquí se apretó aún más el torniquete de las retenciones. El trigo, en diciembre del 88, valía 160 dólares en el mundo, y en la Argentina los productores recibían menos de 50. La producción se vino abajo, las exportaciones también y el país colapsó.
En 1991, se terminaron las retenciones, desaparecieron los cambios múltiples y el campo pudo recibir, por primera vez en décadas, el verdadero valor internacional de sus productos. De pronto, la tecnología se abarataba. No todos lo entendieron de entrada. Pero a poco andar, las pampas entraron en una vorágine innovadora.
Año tras año, se duplicaba el consumo de fertilizantes. En 1990 una sola fábrica nacional producía 50.000 toneladas. Y había otras tantas de importación, fundamentalmente para las economías regionales. Hoy el consumo se arrima a 2 millones de toneladas, se instaló la mayor fábrica de urea del mundo (Profértil), se amplió la que ya existía y se instalaron tres grandes plataformas logísticas de importación, mezclado y distribución. Todas inversiones monstruosas de grandes firmas nacionales e internacionales.
A 10 kilos de grano por kilo de fertilizante, esas 2 millones de toneladas significan 20 millones de toneladas adicionales de cereal. La producción en 1989 había caído a 30 millones de toneladas. Ahora estamos en las 70. La mitad de estas 40 millones de toneladas adicionales es consecuencia del fertilizante.
Cada grano de trigo lleva un poco de fertilizante adentro. El fertilizante es gas. Es decir, que el trigo le agrega valor al gas (que antes se venteaba) y al fertilizante. Sin embargo, algunos todavía piensan que el trigo es un "producto primario", con menor valor que otros bienes.
La reconversión tecnológica permitió recuperar los suelos. Se pasó de una
agricultura intensiva en energía y fierros a una agricultura inteligente, conservacionista y muy eficiente. Las pampas producen más kilos por litro de gasoil que cualquier otra agricultura del mundo. Entregan más kilos por milímetro de agua de lluvia, por kilo de nutriente agregado, por hombre ocupado, que cualquier otra región del planeta. Por eso sus productos se exportan a más de 100 países.
Se duplicó la producción, se triplicaron las exportaciones. Se generaron miles de puestos de trabajo, sobre todo por el extraordinario efecto multiplicador de esta actividad. No hicieron falta más tractoristas, pero sí el doble de camiones, camioneros, estaciones de servicio, gomerías, parrillas de camioneros, paradores en los puertos. Se sumaron las imponentes inversiones de la agroindustria, en especial la oleaginosa, con las plantas más competitivas del mundo. Un racimo de nuevos puertos privados, acoplados a estas plantas de crushing, con muelles para la importación de fertilizantes, generó una plataforma logística que envidian los farmers del norte.
Este proceso tuvo un alto costo para los productores. Buena parte de su renta genuina fue transferida al sistema financiero, como consecuencia de la competencia del Estado como tomador de crédito. Mientras otros sectores directamente se fundían, el campo se endeudaba pero seguía entregando cosechas récord año tras año. Eso es competitividad.
Ahora la amenaza es enorme. Del modelo ofensivo, basado en tecnología, podemos volver al modelo defensivo, el del "costo cero". La producción va a caer. La inversión también. Ojalá que el sol vuelva a iluminar, con luz brillante y serena, a los que ahora mandan. |
Héctor Huergo , 08/01/2002 |
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