En un mundo cada vez mas integrado por la globalización, la inserción internacional de un país se mide según la naturaleza de los vínculos políticos y económicos que establece en el plano mundial. En la inmensa mayoría de los casos, la Argentina ha debilitado esos vínculos internacionales. Entre las contadas excepciones figuran Venezuela y Cuba. |
El ejemplo más notable es lo que sucede hoy con Uruguay, el país histórica y culturalmente más unido a la Argentina, en un conflicto que coloca al Mercosur ante la crisis más seria de su historia. Pero no son sólo los graves diferendos suscitados con Finlandia y la Unión Europea por el tema de las papeleras, o con Francia, a raíz del retiro de Suez. Tampoco este inventario se agota por las controversias publicas con los organismos multilaterales de crédito, el clima de desconfianza que provocan en el mundo hechos como la suspensión de las exportaciones de carne, o incidentes menores, y ya crónicos, derivados de deslices protocolares, como el acaecido recientemente -uno mas- con la Reina de Holanda. Lo más importante de esta política de ruptura y omisión, es que la Argentina ha perdido relevancia relativa en el terreno regional y mundial. Más que el resultado de una política exterior errada, este retroceso es producto de la ausencia de una política exterior en sentido estricto. Las decisiones de la política exterior argentina están supeditadas, absolutamente, a las necesidades de la política doméstica, fundada en una estrategia de confrontación permanente. No hay, en suma, una estrategia nacional de largo plazo, orientada a la afirmación del interés del país, en un mundo que experimenta una de las mayores transformaciones de su historia.
Publicado en la Revista Noticias el 29 de abril de 2006 |
Jorge Castro , 05/02/2006 |
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