A los bifes

 


Al ingresar en el último tercio del mes de abril, la principal preocupación sigue siendo adjudicarse una victoria sobre el índice de inflación: está empeñado en que el INDEC mida en abril un aumento de precios inferior al 1 por ciento. Para conseguirlo, Néstor Kirchner cuenta con la gestión de uno de sus hombres duros, el flamante secretario de Comercio Interior, Guillermo Moreno. Este apuntó en primer lugar, casi obviamente, al precio de la carne, una asignatura que el oficialismo no consigue aprobar (probablemente porque la estudia con textos y conceptos obsoletos).
Aunque presentadas como si hubieran sido resultado de un acuerdo, las medidas que Moreno anunció a pocas horas de su asunción no dieron respuesta a las principales inquietudes de la cadena productiva de la carne (en primer lugar, la reducción del kilaje exigido para el faenamiento de animales y la reapertura de las exportaciones), razón por la cual de inmediato se oyeron voces de protesta del sector y, previsiblemente, esas voces se multiplicarán muy pronto en asambleas regionales. Las Confederaciones Rurales Argentinas se apresuró a aclarar que no había “avalado ni con su presencia ni con su firma” las medidas “adoptadas unilateralmente por el gobierno nacional”.

Moreno, por su parte, hizo saber a través de una resolución que el incumplimiento de los precios máximos fijados para doce cortes de carnes en distintas variedades sería castigado con la aplicación de la vieja Ley de Abastecimientos de la década del 70, que prevé multas, inhabilitaciones, clausuras e incluso arrestos. El gobierno prepara sus armas para lo que imagina como una guerra prolongada con un amplio, vigoroso y numeroso sector productivo que ha mostrado hasta el momento no dejarse intimidar fácilmente. Quizás influida por esa atmósfera de batalla , la Casa Rosada ha decidido mantener en su puesto al secretario de Agricultura, Miguel Campos, que acaba de ser procesado y embargado por la Justicia, imputado de haber otorgado irregularmente beneficios a ciertos frigoríficos. “El fallo no está firme”, argumentó el Jefe de Gabinete para explicar la conservación del secretario en el gobierno. El razonamiento es plausible, aunque implica una desescalada verbal para esta administración, que siempre prometió deshacerse de funcionarios ante la primera denuncia suficientemente probada de manejos turbios. Es probable que el oficialismo quiera poner con este comportamiento una nueva frontera, ante la perspectiva de que denuncias análogas comiencen a afectar a más funcionarios. De hecho, hoy son muchos los que plantean en voz alta los riesgos de manejos incorrectos ante el cuantioso monto (4.500 millones de pesos) de los fondos fiduciarios que el gobierno tiene bajo su manejo casi discrecional. El diario La Nación advertía unos días atrás que “los fondos fiduciarios se han constituido en un verdadero presupuesto paralelo, mucho más flexible y alejado de los controles rigurosos que tienen que garantizar la transparencia del gasto público (…) su abuso y transformación en instrumentos corrientes pueden dar lugar a la utilización indebida e irregular”. El matutino recordaba que “la mayor cantidad de los fideicomisos está en la órbita del Ministerio de Planificación Federal, a cargo de Julio de Vido, que no sólo financiará la obra pública de la Nación en las provincias, sino que además las controlará con escasa o nula participación de los estados provinciales. Las diferencias sobre ese manejo discrecional de la obra pública fueron una de las razones de la renuncia de Sergio Acevedo como gobernador de Santa Cruz”. Y concluía sugestivamente: “Cabe recordar que una de las mejores definiciones de corrupción reside en la fórmula M + D - T (monopolio más discrecionalidad menos transparencia)”.

El Secretario de Agricultura se benefició así de la atmósfera conflictiva y defensiva que reina en el oficialismo. En rigor, el procesado Campos es cuestionado simultáneamente (aunque con distintos motivos) por los productores ganaderos y por su propio subsecretario, Javier De Urquiza, con quien hasta llegó a tomarse a golpes en su despacho. La Casa Rosada entendió que desplazarlo en las actuales circunstancias sería leído como una concesión a los productores cárnicos y un signo de debilidad.

Es que, como se ha señalado reiteradamente en esta página, el Presidente esta obsesionado por ser visto como un gobernante fuerte y poderoso, capaz de hacer y deshacer a gusto.

“¿Es tan fuerte Kirchner?”, se pregunta en su columna de la revista Noticias el penetrante James Neilson. Y responde: “Depende de las circunstancias. Frente a los que no pueden o no quieren defenderse cortando carreteras, extorsionando a supermercadistas, apedreando edificios o celebrando marchas en el centro de la Capital Federal, es decir, frente a los militares retirados, los empresarios y los economistas ortodoxos, Kirchner sí es capaz de hacer gala de un grado de dureza inusitado, pero cuando es cuestión de tratar con individuos que no vacilarían en tomar la calle para vociferar consignas en su contra, suele ser un dechado de blandura”.

Ciertamente, el gobierno se replegó y dispuso concesiones ante acciones directas potencial o efectivamente multitudinarias: dejó caer a su aliado Aníbal Ibarra de la jefatura de gobierno porteña ante la presión de los padres de Cromagnon, modificó la legislación impositiva después de la trágica pueblada de Las Heras, en su propia provincia; permitió que se empantanara en un diferendo de difícil salida la relación con Uruguay por su miedo a contrariar a los vecinos de Gualeguaychú que, abroquelados tras la defensa del medio ambiente, pasaron a determinar la política exterior del país.

Esa debilidad de fondo explica, quizás, la sobreactuación de dureza que el gobierno practica cuando puede. La pelea con el sector de la carne aparece como un desafío interesante, porque en este caso, como se dijo aquí un mes atrás, “el sector ha abierto un abanico de reacciones posibles que abarcan desde las medidas jurídicas hasta el recurso a la acción directa, que es el que, como muestra la experiencia, el gobierno ha demostrado respetar (y temer) más”. Habrá que ver si el oficialismo puede resolver esta prueba a los bifes
Jorge Raventos , 24/04/2006

 

 

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