Una equivocación estratégica.

 

Las vastas consecuencias de la devaluación pesarán negativamente y por mucho tiempo en la vida nacional: ni se recuperará el consumo ni volverá la inversión y, como siempre, los golpeados serán los asalariados.
Con la devaluación monetaria, el nuevo gobierno, acompañado en esta oportunidad por la inmensa mayoría del "país político", aunque no de la opinión pública, acaba de suscribir la decisión estratégica más importante adoptada en la Argentina durante los últimos doce años. Lamentablemente, se trata de una decisión estratégica equivocada, cuyas vastas consecuencias habrán de pesar negativamente y por mucho tiempo en la vida nacional.

Es obvio que los constantes desaciertos que caracterizaron a los dos años de gobierno de la Alianza habían colocado al régimen de convertibilidad en un estado de terapia intensiva. De allí que, desde fines del año 2000, la Argentina haya quedado encerrada en una opción de hierro: profundizar el camino iniciado en 1991 con la implantación de la convertibilidad, a través del mecanismo de la dolarización, o admitir la necesidad de devaluar la moneda argentina.


Aumentó la incertidumbre y la inseguridad

Frente a esa disyuntiva, el gobierno eligió el camino equivocado. Para ello, al igual que en la Asamblea Legislativa que nominó a Eduardo Duhalde, contó nuevamente con el activo apoyo del radicalismo y del Frepaso. Por elementales razones de disciplina política y para evitar una nueva debacle institucional, el proyecto oficial fue esta vez respaldado mayoritariamente por los bloques parlamentarios del peronismo. Por encima de las lógicas discrepancias que puede generar dicha postura, cabe señalar que esta actitud revela que, a diferencia de lo que demostró la Alianza durante el anterior gobierno, el peronismo como fuerza política está munido de un sentido de la responsabilidad de gobierno que le otorga la capacidad ser solidario hasta con el error.

No se trata ahora de discutir sobre lo ya ocurrido, sino de analizar los resultados. En una situación caracterizada principalmente por la existencia de una formidable crisis de confianza nacional e internacional, la devaluación y sus consecuencias en el terreno de la modificación forzada de las relaciones contractuales introducen una brutal dosis de inseguridad y de incertidumbre adicional sobre el presente y el futuro de la Argentina. En este contexto, no cabe esperar una salida del "corralito" financiero que agobia a la sociedad ni una disminución en las actuales tasas de interés ni tampoco una recuperación significativa de los niveles de inversión y de consumo.

Más allá de ciertos casos puntuales, en que podría registrarse alguna reactivación de carácter sectorial, limitada en el tiempo y con escasos efectos de propagación, en estas condiciones el conjunto de la economía argentina no logrará entonces superar la recesión y recuperar la senda del crecimiento económico, única alternativa viable para reducir el desempleo y mejorar el deteriorado nivel de vida de los argentinos.


Se licuarán los efectos de eventuales quitas en la deuda externa

En el frente externo, el previsible incremento de las exportaciones, seguramente muy inferior al estimado por los partidarios de la devaluación, contrasta con las mayores dificultades que tendrá el país para afrontar las obligaciones internacionales correspondientes a una deuda externa contraída principalmente en dólares. En ese sentido, la devaluación del peso argentino tenderá a licuar gran parte de los eventuales beneficios derivados de una quita de capital a obtenerse en la renegociación planteada con los acreedores internacionales. A su vez, el encarecimiento de la importación de insumos y bienes de capital impactará negativamente sobre la capacidad de innovación tecnológica de las empresas y sobre la productividad del sistema productivo, que constituye el único factor genuino para mejorar de manera sustentable la competitividad internacional de la economía argentina.

En el corto plazo, los efectos inflacionarios de la devaluación no pueden sino golpear sobre el salario de los trabajadores, los haberes de los jubilados, los activos de las empresas y el patrimonio de las todas familias argentinas. Benefician, en cambio, a aquella minoría privilegiada que tiene colocados sus ahorros en el exterior.


Más pobreza y más marginalidad

En ese sentido, estamos ante una decisión socialmente regresiva, que incrementará los ya elevadísimos índices de pobreza y de marginalidad. El aumento del precio de los bienes transables internacionalmente, en particular de los alimentos, repercutirá principalmente sobre el valor de la canasta de consumo de las familias de menores ingresos.

En la práctica, la devaluación implica la profundización del actual dualismo social, a través de la institucionalización de un dualismo monetario: el dólar será la moneda de refugio para las franjas pudientes de la población, mientras que el peso será la moneda obligada de los trabajadores y de los sectores sociales más desprotegidos.

A partir de ahora, no es difícil prever un agravamiento estructural de la crisis. En un tiempo imposible de pronosticar, pero probablemente corto, la brutal lógica de los acontecimientos hará necesario un drástico cambio de rumbo. En las actuales circunstancias políticas, sólo el peronismo está en condiciones de protagonizar ese viraje estratégico. No sería la primera vez que el peronismo se corrige a sí mismo. Ni será la última.
Pascual Albanese , 08/01/2002

 

 

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