EL TALÓN DE AQUILES DE KIRCHNER:
INFLACIÓN Y OPINIÓN PÚBLICA.

 


Texto completo de la presentación realizada por Pascual Albanese en la última reunión mensual del centro de reflexión para la acción política Segundo Centenario, en la que expusieron también Jorge Castro y Jorge Raventos
Está de moda hablar de las fortalezas del gobierno de Néstor Kirchner. Por eso, hoy, día en que la destitución de Aníbal Ibarra constituye una rotunda desmentida al mito político de la invulnerabilidad presidencial, nos vamos a concentrar en el análisis de sus debilidades. Lo primero que conviene precisar es que unas y las otras están relacionadas entre sí. Se cumple el axioma estratégico de que toda fortaleza encubre una debilidad y toda debilidad encierra, al menos potencialmente, una fortaleza. La inteligencia política reside, en primer lugar, en encontrar unas y otras en cada caso concreto y, en segundo lugar, saber explotarlas adecuadamente.

La característica central de la actual situación política argentina es la existencia de un gobierno fuertemente centralizado, que implementa, de una manera coherente y decidida, una estrategia de concentración de poder, fundada en la confrontación permanente. Esa estrategia tiene su principal base sustentación en un gigantesco vacío político, expresado en la ausencia hasta ahora de una opción de poder alternativa.

Este panorama hace que los diferentes factores de poder, tanto internos como internacionales, que muchas veces se sienten agredidos por las políticas oficiales, permanezcan también sumidos en la más absoluta pasividad. La principal razón es que no encuentran ninguna vía de canalización política que visualicen con posibilidades de éxito. Esta caracterización abarca desde la propia administración norteamericana hasta distintos sectores empresarios, incluyendo a la Iglesia Católica, a las Fuerzas Armadas y a la mayoría de los medios de comunicación social.

Es frecuente atribuir las causas de ese panorama a la falta de un proyecto compartido y de un liderazgo unificador. El inconveniente de esa explicación es su carácter tautológico. En realidad, esa situación es preexistente al gobierno de Néstor Kirchner. Más aún, puede decirse que dicho vacío es la principal razón que posibilitó su encumbramiento en el 2003.

En términos políticos, la ausencia de un proyecto compartido, unificado en torno a un liderazgo aglutinante, no tendría entonces que tomarse como un problema, sino más bien como un dato, a partir del cual es necesario elaborar una estrategia apropiada.

Esto implica señalar que, en las actuales circunstancias de extremada horizontalización y de fragmentación política, no hay en el corto plazo ninguna forma viable de construcción de tipo piramidal. El voluntarismo político es insuficiente para construir liderazgos efectivos.

En ese contexto, la única alternativa efectiva para la acción es convertir la necesidad en virtud, es decir la debilidad en fortaleza. Así como se habla hoy del “Estado-red”, en contraposición con la antigua organización piramidal del Estado, habrá que plantearse la articulación de la “oposición-red”. Porque los nuevos mecanismos de construcción política tendrán que privilegiar ese método de tipo policéntrico de construcción en redes.

La ventaja política de esta forma de organización, con múltiples centros de iniciativa, es que en una red cada uno de los nodos que la integran puede autoconcebirse como el centro de esa red, sin que esa percepción altere el funcionamiento del conjunto. En el terreno estrictamente político, este policentrismo permite amortiguar, por un tiempo muy valioso, los inevitables conflictos que suscita la natural puja por el liderazgo.

En la Argentina de hoy, esa construcción política en forma de red tiene, a su vez, que plantearse en una doble dimensión: hacia adentro y hacia afuera del peronismo. Hacia adentro del peronismo, la cuestión es cómo construir una masa crítica dotada de poder suficiente como para plantearse como una alternativa diferenciada al oficialismo. Hacia afuera del peronismo, se trata de cómo plantearse una amplia política de alianzas orientada a modificar la actual correlación de fuerzas.

En el plano interno del peronismo, esto implica generar un espacio de coincidencias con distintos sectores y dirigentes, tanto políticos como sindicales, que disienten con el proyecto oficial pero que, por distintos motivos, no están dispuestos, al menos por ahora, a generar una situación de ruptura con el oficialismo.

En ese sentido, es importante la consolidación alcanzada por el sub-bloque integrado por una docena de diputados nacionales que, dentro del denominado Bloque Peronista Federal, mantiene una clara posición crítica al gobierno de Kirchner. Ese sub-bloque, integrado entre otros por un grupo de diputados bonaerenses del antiguo “duhaldismo”, por Alejandra Oviedo y Adrián Menem, puede transformarse en un embrión de un nuevo reagrupamiento político interno del peronismo a escala nacional, capaz de unificar a las tendencias opuestas al oficialismo.

De una forma u otra, sin necesidad de compromisos públicos, y mucho menos orgánicos, es necesario promover el acercamiento a ese espacio de figuras representativas como Juan Carlos Romero, Carlos Reutemann, Rubén Marin, Ramón Puerta y también de otros sectores internos desgajados del antiguo “duhaldismo bonaerense”, sin descartar ni siquiera a Daniel Scioli, erigido hoy, aún más allá de su voluntad personal, en un símbolo de la “institucionalidad remanente” en la República Argentina.

Ese reclamo unificador del peronismo está basado en tres coincidencias fundamentales. El primer punto de ese reclamo unificador es la plena reivindicación de la identidad histórica, doctrinaria y política del peronismo frente a la estrategia de la “transversalidad”. El segundo es la reaparición en la agenda política de la cuestión de la justicia social, mediante la exigencia de un inmediato mejoramiento del poder adquisitivo del salario de los trabajadores, en convergencia con el planteo de la gran mayoría de las organizaciones sindicales. El tercer punto es la normalización del Partido Justicialista, a través de la realización de elecciones internas absolutamente limpias y transparentes, tal como lo plantearan Carlos Menem, y Adolfo Rodríguez Saá en el documento conjunto que ambos suscribieran en San Luis en enero del año pasado.

Hacia afuera del peronismo, es necesario forjar una amplia coincidencia cívica en torno a la defensa irrestricta de la institucionalidad democrática. En cierto sentido, se trataría de una versión actualizada de “La Hora del Pueblo”, aquella recordada confluencia multisectorial promovida por Perón en 1971 para garantizar el restablecimiento de la vida democrática, que agrupaba a la casi totalidad del arco político de esa época, o de la Asamblea Multipartidaria que, con idéntico propósito, surgió en las postrimerías del último régimen militar.

En la actualidad, esa confluencia, insinuada con la aparición conjunta de los bloques legislativos de la oposición para oponerse al proyecto oficial de modificación del Consejo de la Magistratura, tiene necesariamente que abarcar desde Ricardo López Murphy hasta Elisa Carrió, incluyendo por supuesto a la Unión Cívica Radical, a Jorge Sobisch y a Mauricio Macri. Desde allí es necesario un mensaje centrado en la lucha contra la corrupción, la plena reivindicación del Estado de Derecho, la libertad de expresión, el ejercicio del diálogo y la exhortación a la unidad nacional y a la reconciliación de los argentinos.

La mencionada aparición conjunta de distintas fuerzas opositoras para oponerse, aunque fuera infructuosamente, al proyecto oficial de reforma del Consejo de la Magistratura marcó, en ese sentido, un paso significativo, aunque notoriamente insuficiente. Demás está decir que dentro de esa coalición conviven fuerzas con las que el peronismo podrá eventualmente concertar acuerdos políticos de más largo plazo, como el PRO, y otras con las que tal vez sólo haya coincidencias centradas en el reclamo institucional, como es el caso del ARI, empeñado en construir una nueva opción de centro-izquierda, cuya consolidación como posible alternativa de gobierno demanda la previa desaparición política del “kirchnerismo, que actualmente ocupa ese espacio.

Pero también es indispensable señalar que la ausencia de una expresión representativa del peronismo le resta a ese espacio de oposición la posibilidad real de trascender el marco testimonial para influir realmente en el plano de las decisiones políticas.

Todo esto supone que la construcción, dentro del peronismo, de una fuerza independiente del “kirchnerismo” tiene que estar políticamente vinculada con la activa presencia de una expresión orgánica del peronismo en el arco de fuerzas opositoras.

En una primera etapa, esa expresión del peronismo no incluirá seguramente a todos los dirigentes y/o sectores que participan del espacio interno disidente dentro del Partido Justicialista. Es muy probable que la mayoría de ellos prefiera, al menos en un principio, “no sacar los pies del plato”. Será seguramente responsabilidad política del pequeño núcleo de dirigentes que en definitiva en primera instancia conformen esa “pata peronista” encarar la indispensable tarea de articulación política entre los distintos sectores de centro-derecha que integran ese arco opositor, en particular las corrientes lideradas por Macri, Sobisch y López Murphy, y los demás sectores del peronismo que integran ese espacio de la disidencia interna en el Partido Justicialista.

Con vistas a la elección presidencial de 2007, conviene estudiar detenidamente la experiencia de Sebastián Piñera en Chile, más allá incluso del resultado desfavorable que obtuvo en la segunda vuelta electoral del 15 de enero pasado. Hasta mediados de 2005, Michele Bachelet aparecía como invencible y su principal contrincante era Joaquín Lavin, quien no tenía ninguna chance de revertir esa tendencia. La irrupción de Piñera, como una opción de centro entre la Concertación Democrática y la coalición de derecha encabezada por Lavin, modificó el curso de los acontecimientos.

Piñera terminó disputando con Bachelet una porción del voto democristiano, disconforme con el cada vez mayor predominio socialista dentro de la Concertación. A tal efecto, Piñera rescató el mensaje del “humanismo cristiano”, una reivindicación ideológicamente imposible de realizar por la candidata socialista. Desde ese posicionamiento, a caballo entre Bachelet y Lavin, Piñera logró superar a Lavin en la primera vuelta y canalizar al mismo tiempo el apoyo de la casi totalidad de su electorado para la confrontación final.

En el caso de la Argentina, una corriente justicialista que enfrente al “kirchnerismo”, encarne un mensaje social y reivindique enérgicamente la identidad doctrinaria y política del peronismo, puede ponerse en condiciones para disputar una parte significativa del electorado peronista y de cosechar también, en una primera o en una eventual segunda vuelta electoral, el respaldo de todos los sectores denominados independientes y de centro derecha, necesario para convertirse en la columna vertebral de un “Centro Amplio”, que pueda erigirse en una opción mayoritaria en el 2007, una posibilidad que no está al alcance de una coalición de centro-derecha de carácter tradicional, o sea ajena al peronismo.

Pero los caminos se construyen “paso a paso”. Porque cada uno de esos pasos modifica la realidad y moldea el siguiente movimiento. En una primera etapa, esta necesaria tarea de construcción política tiene que poner énfasis en lo cualitativo más que en lo cuantitativo y en lo estrictamente político más que en lo específicamente territorial.

Desde allí, podría plantearse la posibilidad de coordinar la acción de una extensa red nacional de dirigentes intermedios y de cuadros políticos, capaz de funcionar como una suerte de “fuerza de despliegue rápido” en la hipótesis, para nada descartable en esta Argentina de los imponderables, de una brusca aceleración de los acontecimientos, en la eventualidad de que la convergencia entre la escalada inflacionaria, los reclamos salariales y “la calle”, sin contar a otros muchos imponderables posibles, y hasta probables, apresuren los tiempos políticos.

En esta situación, conviene recalcar que la acción política no puede limitarse ni mucho menos al “armado” político en el sentido tradicional. Porque la acción política trasciende hoy de lejos el plano estrictamente institucional. Así lo corrobora lo ocurrido hoy con Ibarra, quien jamás habría sido destituido de no mediar la movilización de los padres de Cromañon, que amenazaron con constituirse al gobierno de Kirchner lo que fueron las Madres de la Plaza de Mayo para el último régimen militar.

En estas condiciones, la acción política requiere entonces tener una presencia activa donde las cosas pasan. En las asambleas populares de Gualeguaychú, donde los vecinos sufren las consecuencias de la ineficacia y el “doble discurso” del gobierno nacional. En las elecciones del Colegio de Abogados de Buenos Aires, donde es necesario articular una expresión unificada para enfrentar las maniobras del “kirchnerismo” en el Poder Judicial. Al lado de la Iglesia Católica, en la lucha en defensa del derecho a la vida y en la reafirmación de los valores culturales de nuestro pueblo. Reivindicando como instituciones fundamentales de la Nación a las Fuerzas Armadas y a las fuerzas de seguridad, frente a las constantes agresiones ideológicas promovidas desde el oficialismo. Sabiendo distinguir políticamente entre Raúl Castells, uno de los escasos dirigentes piqueteros que no están a sueldo del gobierno nacional, y que por ese motivo fue procesado por extorsión por exigir alimentos en un casino de Resistencia, y Luis D’ Elía, designado subsecretario de Estado luego de haber ocupado la comisaría 24 de la Boca. Marchando junto a los vecinos de los municipios bonaerenses, que salen a la calle en contra del aumento de las tasas municipales. Junto a las entidades agropecuarias, en su exigencia por la eliminación de las retenciones a las exportaciones. Junto a las organizaciones de defensa del consumidor, contra los aumentos de precios y demandando la reducción del IVA en los artículos esenciales de la canasta familiar. Junto a la CGT y a las organizaciones sindicales, que comienzan a movilizarse por los salarios de los trabajadores y por un aumento a las remuneraciones de los jubilados y pensionados. Porque es en esas disímiles movilizaciones, y en la cambiante dinámica política que ellas generan, donde está la base indispensable para una modificación de la tendencia de la opinión pública de la clase media de los grandes centros urbanos y para la amplificación de la convocatoria para una alternativa política de recambio.

En cualquier circunstancia, el axioma estratégico, es el concepto, despojado de todo desborde pasional sino extraído de la ciencia política, de “enemistad absoluta” con el “kirchnerismo”. Esa “enemistad absoluta” tiene un carácter exclusivo y excluyente. Implica entonces la necesidad de centrar la acción en la derrota del adversario, sin distraerse en ninguna otra disputa secundaria. Por lo tanto, no queda espacio para la existencia simultánea de otros oponentes ni la persecución de objetivos superpuestos. El talón de Aquiles existe. La cuestión política es no errarle.
Pascual Albanese , 14/03/2006

 

 

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