Reemplazar a Alberdi por D´Elía.

 


El conflicto por las plantas de pasta celulósica en con Uruguay no evoluciona sino para empeorar. Lo que el presidente argentino calificó inicialmente como un asunto meramente ecológico que no debiera escalar a un problema de otra naturaleza, terminó precisamente en eso, de la mano de un manejo torpe y poco profesional. El desenvolvimiento de los hechos alarma en la medida en que podría estar expresando no solo una sucesión de errores asombrosos sino, mucho peor, a toda una manera de entender la política exterior y su manejo en reiterados cursos de colisión. Argentina continúa aumentando su descrédito en el mundo y falta de presencia en la región. Piedra libre para quien descubra dónde se encuentra, perdido, el Mercosur. Se reproduce, a continuación, un artículo de Andrés Cisneros publicado este sábado 4 de marzo en el diario La Nación.
Empecemos por lo último: desde que el propio Presidente y el nuevo canciller desplazaron del protagonismo al gobernador Busti han crecido las posibilidades de un manejo más racional en el conflicto con Uruguay por las plantas de celulosa.
La Argentina no carece de buenos argumentos, pero nos hemos manejado tan mal que nos encontramos hoy discutiendo lo errado de nuestros procedimientos en lugar de la razón de fondo que podamos tener. Una cosa es negociar ahora, con la obra un tercio avanzada, y otra en 2002, cuando Uruguay las anunció, o en 2003, cuando su Congreso las aprobó y no hicimos nada. Falta una explicación pública de semejante morosidad.

El tema podría agravarse por la verosímil posibilidad de que también Brasil y Paraguay procuren emprendimientos similares. ¿Cuál podría ser un camino de solución?

Recordando Itaipú

Hace treinta años enfrentamos un problema semejante y lo superamos por arriba, no por abajo. En los años 70, Brasil anunció que construiría Itaipú, la represa más grande del mundo, capaz de producir tanta energía eléctrica como toda la de la Argentina junta: unos 75.000 Gwh. Sucesivos gobiernos argentinos reaccionaron oponiéndose frontalmente, con cortes que dificultaban el comercio entre Chile y Brasil incluidos. Destacado exponente de esa postura era el almirante Isaac Francisco Rojas, que auguraba catástrofes ecológicas y geopolíticas. Ante la negativa brasileña, optamos, como ahora, por la vía jurídica, en ese caso la ONU y no La Haya.

Años después, las Naciones Unidas consagraron nuestro reclamo de "aguas abajo", sólo que Itaipú ya estaba prácticamente terminada. Campeones morales otra vez, repetíamos un tic demasiado frecuente en la conducta exterior argentina: impotentes para cambiar la realidad, derivamos a un juridicismo para el caso irrelevante y nos quedamos con la razón mientras otros se quedaron con nuestras islas, nuestros territorios o construyeron afectando, real o supuestamente, nuestra ecología.

La hostilidad por Itaipú duró hasta la administración del doctor Cámpora, para ser inmediatamente revertida por los ocho meses de presidencia del general Perón, que reemplazó las hipótesis de conflicto con los vecinos por otras de cooperación, prefigurando la filosofía que, diez años después, generaría el Mercosur.

A partir de allí, cesamos la oposición a Itaipú y abrimos negociaciones para construir otras represas, asociados y no enfrentados con los países limítrofes. Así surgieron Yaciretá, Salto Grande, varias obras complementarias y el acuerdo final sobre Corpus y Garaví, que pasaron a constituirse en un sistema integrado de administraciones binacionales que superó el problema por arriba, por la cooperación y no el enfrentamiento. Como la Unión Europea con el carbón y el acero, el Mercosur tuvo su antecedente en esos acuerdos hidroeléctricos.

En este asunto de la celulosa empezamos tan mal como en Itaipú. Cabe preguntarse si no restan aún espacios de entendimiento semejantes a los que tan exitosamente plasmamos en las décadas del 80 y del 90. El comercio mundial de pasta celulósica ronda los ciento cincuenta mil millones de dólares, con demanda creciente que justificaría la conformación rioplatense de un polo integrado de producción que contemplara todos los intereses, con exportaciones equivalentes a las de carnes y granos.

Uruguay, que ha procedido muy discutiblemente, se manejó en el conflicto por la vía exclusivamente institucional. De este lado, si a pesar de nuestras sólidas razones persistimos en reemplazar a Alberdi por D'Elía, no haremos otra cosa que transferir a nuestras relaciones exteriores el primitivismo y la falta de respeto por las instituciones que ya caracterizan nuestra vida política interna.

Los muy atendibles intereses de los pobladores de Gualeguay-chú, ausentes de contención institucional suficiente, derivaron en acciones de hecho, ilegales y dañosas para la buena relación con Uruguay, imprescindible para cualquier solución inteligente.

El gobierno nacional no puede tolerar distraídamente piquetes a otro Estado soberano como si se tratara de una administradora de surtidores o una cadena de supermercados. El resultado será -ya lo está siendo- un gravísimo aumento de nuestro aislamiento en la región y en el mundo, para estupor de un pueblo que alguna vez soñó, con derecho, que la Argentina pasaría a la Historia como bastante más que una mancha en el mapa.

El autor fue secretario general y de Estado de Relaciones Exteriores de la cancillería argentina (1992-99)

Publicado en el diario LA NACION el 4/3/06
Andrés Cisneros , 03/05/2006

 

 

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