|
De la Nueva Izquierda al populismo posmoderno. |
Paul Piccone es el orientador de la revista estadounidense "Telos", desde hace 40 años dedicada al debate y al análisis profundo acerca del populismo, el federalismo, la descentralización y los conflictos entre modernidad y tradición.
|
Reproducción de la síntesis de la entrevista realizada por Jorge Raventos que fue publicada en la revista "Tres Puntos". El texto completo del diálogo mantenido a través de Internet puede encontrarse en
www.agendaestrategica.com.ar/EstrategiaDetalles.asp?IdMaterial=83
Paul Piccone es uno de los intelectuales más singulares de los Estados Unidos. Vinculado en sus orígenes con las ideas de los maestros de pensamiento de la Escuela de Frankfurt (particularmente con aspectos de la obra desarrollada en América por Max Horkheimer y Theodor Adorno), Piccone, junto al núcleo que lo acompañó en la creación de la revista "Telos" en la década del 60, se constituyó en un animador de la entonces llamada Nueva Izquierda de los Estados Unidos, un movimiento heterogéneo en el que sus ideas tuvieron un sesgo revulsivo.
A cuatro décadas de su fundación, "Telos" - siempre orientada por Piccone - es una de las publicaciones más interesantes de América del Norte si lo que se busca es el análisis profundo, el debate franco y la apertura de ideas. Sus estudios sobre el populismo, el federalismo, la descentralización, los conflictos entre modernidad y tradición (para citar sólo algunas de las preocupaciones constantes de la revista) son particularmente incitantes para una lectura con ojos argentinos. La Universidad de Quilmes editó algunos de esos artículos en un tomo titulado "Populismo Posmoderno", que constituye la única muestra del pensamiento de Piccone y sus compañeros de "Telos" publicada en castellano.
- La palabra globalización se usa para tantas cosas que corre el riesgo de describir poco. ¿Cómo la define usted?
- No hay nada misterioso en la globalización como tal. En términos estrictamente económicos tiene que ver con el desarrollo de un mercado internacional, proceso que está en marcha desde hace mucho. La única novedad aquí es el impacto que han tenido las nuevas tecnologías y medios de comunicación sobre las transacciones económicas y financieras y la aceleración de la integración mundial. Estos desarrollos han tenido un efecto devastador en principio sobre las culturas pre-modernas que no estaban preparadas (y eran, pues, incapaces) para funcionar como la clase de agentes económicos autónomos presupuestos por las relaciones racionales de mercado.
El problema real de la globalización o integración económica internacional, tiene que ver no con la participación en el mercado global (que es inevitable), sino con la preservación y defensa de las culturas particulares. Esto no puede hacerse simplistamente con la resistencia a la penetración extranjera en los mercados locales. Lo importante es la capacidad de fortalecer la integridad cultural al tiempo que se intenta la globalización en los propios términos y evitar que sean relegadas poblaciones enteras a una suerte de sub-identidad cultural, privada de competir eficazmente en el mercado global.
En la era posmoderna, la "racionalidad" de las culturas locales no puede seguir siendo cuestionada legítimamente desde el punto de vista de cualquier otra cultura que intente universalizar sus propios mitos particulares. Por eso, la oposición a la globalización económica reduce la posibilidad de los países marginales de participar en la economía mundial (y, así, la posibilidad de huir del marginamiento), mientras deja incólume la americanización progresiva de la población y su demanda de bienes culturales y estilos de vida responsables de su dependencia.
- En su discurso aparece con frecuencia el concepto "Nueva Clase": ¿Podría desarrollarlo aquí? ¿Cómo se expresa el poder de esta clase, política e ideológicamente?
- El concepto de "Nueva Clase" no es para nada nuevo. Tiene raíces anarquistas que se remontan hasta Mikhail Bakunin. Los mismísimos Marx y Engels ya habían prefigurado ideas similares, pero nunca las desarrollaron sistemáticamente en sus escritos. Más recientemente, el concepto resucitó (aunque acotado) gracias a Gyorgy Konrad e Ivan Szeleny y a la versión más sofisticada y teorética de Alvin W. Gouldner. Desafortunadamente, el concepto ahora es sistemáticamente rechazado y tomado como otro intento de reciclar y actualizar la muy desacreditada noción marxista de clase - noción sobre la que Marx nunca pudo teorizar satisfactoriamente. La Nueva Clase no es una "clase" en el sentido marxista de una relación con los medios de producción, sino en un sentido general, metafórico, que la describe como un grupo poseedor de capital cultural (conocimiento), que usa ese capital para asegurarse una posición social privilegiada con respecto a aquellos que no lo tienen.
En la medida en que tales relaciones de poder sólo se pueden mantener privilegiando la racionalidad formal y los valores presuntamente universales y descartando como irracionales (o, en el mejor de los casos, pre-racionales) otros modos preconceptuales de ser, la Nueva Clase reclama la codificación exhaustiva de toda la realidad como precondición para reconocerla como tal, legitimando así sus propias habilidades particulares como único medio para acceder a esa realidad.
- En su pensamiento, y en general en el de "Telos", hay una vigorosa defensa del federalismo, en términos de autonomía de pueblos y comunidades ante el gobierno central. ¿Puede desarrollar aquí ese concepto y el rol político que le asigna?
- En Estados Unidos, un sistema armado específicamente para garantizar las particularidades culturales de las unidades políticas que constituían la federación ha sido convertido en su opuesto, con un Estado central que contempla cada vez más a cada una de esas unidades como meras correas de transmisión para implementar los mandatos del centro. Pese a una gran dosis de resistencia en los niveles locales, esta sustitución de un sistema descentralizado por uno centralizado ha venido procesándose durante mucho tiempo. Lo que lo ha permitido es, entre otras cosas, el despliegue exitoso de la ideología de la Nueva Clase: un liberalismo gerencial muy lejano de su contraparte del siglo XIX. Al contraponer un gobierno central alegadamente basado en valores neutros, conocimiento científico y racionalidad, con comunidades locales ligadas sólo por tradiciones particulares, costumbres, religión, dialectos, etc., la Nueva Clase ha deslegitimado progresivamente a éstas últimas - por lo común, instrumentando las crisis que se dan - y así pavimentó el camino para la usurpación por el gobierno central de la mayoría de las funciones que originalmente constituían prerrogativas locales.
Hoy Estados Unidos funciona como una nación centralizada más que como una federación. La reivindicación del significado original del federalismo en "Telos" siempre ha estado vinculada a la crítica de la democracia representativa como insuficientemente democrática, y con la necesidad de volver operativa la democracia directa, al menos en los niveles inferiores de la toma de decisiones.
- En los últimos años, tanto en el debate cultural y político como en los medios se observa un nuevo tipo de censura bajo la forma de lo "políticamente correcto": algunos temas sólo son mencionados eufemísticamente o se los presenta con prevenciones y preámbulos negativos, mientras que otros temas no pueden ser mencionados para nada. ¿Cuál es la causa de esta "corrección política"? ¿Se trata de un fenómeno de matriz norteamericana, europea o transnacional?
- La "corrección política" es sólo otra manera de nombrar a un fenómeno muy antiguo: el dogmatismo. Si alguien piensa que tiene acceso exclusivo a "la verdad", toda otra alternativa sólo puede interpretarse como error, pecado o crimen. Todas las religiones - y el tipo de cultura que éstas generan - caen en esta categoría. En el Occidente de hoy, las religiones han sido privatizadas y relegadas a un dominio pre-político por la secularización que trajo el desarrollo del Estado moderno, que siguió a las guerras religiosas del siglo XVII. El Estado moderno se ha arreglado para contener y despolitizar el tipo de dogmatismo que, siglos antes, había llevado a las Cruzadas, la matanza de infieles y a un gran número de otras atrocidades cometidas en nombre de la única y real "Verdad". Por supuesto, la carnicería paró sólo en el Occidente. El colonialismo y el imperialismo continuaron esta tendencia hasta bien entrado el siglo XX.
El liberalismo clásico, por lo menos en teoría, defendió siempre a la libertad y la tolerancia, a condición de que nadie fuera dañado por determinadas prácticas. Cuando la creciente demanda de servicios sociales e intervención estatal en las relaciones económicas abrió el camino para un crecimiento masivo del Estado central - y el incremento del poder de la Nueva Clase necesaria para conducirlo -, el liberalismo clásico gradualmente se convirtió en un liberalismo gestionario y el estado gestionario o gerencial pasó a poner el énfasis en la igualdad y aún en el daño potencial a uno mismo - ya que ahora el Estado debía soportar el costo de las consecuencias de toda conducta desviada.
Esto significaba que lo que previamente funcionaba como meras guías regulatorias fue gradualmente convirtiéndose en el tipo de valores absolutos que subyace tradicionalmente en las religiones y, al mismo tiempo, fue generando el equivalente secular del tipo de dogmatismo que el liberalismo clásico se proponía marginar.
En casos extremos, cualquier cosa que amenace el dogma de la igualdad - ya no formal sino substancial - se convierte en anatema y lo que previamente hubiera sido cuestionado como un simple punto de vista erróneo ahora es demonizado y hasta criminalizado.
- Usted defiende el populismo. En Argentina, por estar asociado al movimiento peronista, ese término ha sido demonizado desde distintos sectores: académicos, liberales, izquierdistas. ¿Cuál es su definición de populismo?
- La demonización del populismo no es un fenómeno limitado a Argentina. El populismo es odiado e incomprendido en todo el mundo, especialmente por los académicos y la Nueva Clase, que inmediatamente lo asocian con el fascismo y otros regímenes autoritarios. El problema con esa asociación reside en que el populismo habitualmente es una reacción contra las falencias de la democracia y es siempre mucho más democrático que cualquier sistema basado en la democracia representativa. Los movimientos populistas surgen en coyunturas históricas en las que el proceso democrático ha degenerado tanto que clama por una reacción auténticamente democrática. Dado que reacciones de esta índole nunca son articuladas o mediadas por intelectuales capaces de reconfigurarlas dentro de parámetros coherentes y "racionales", ellas terminan incluyendo todo tipo de visiones "políticamente incorrectas" sobre religión, inmigración, cuestiones raciales, etc.
La fobia instintiva de la Nueva Clase al populismo se debe al hecho de que éste es anti-intelectual, en el sentido de que rechaza la distinción entre intelectuales y no intelectuales a través de la cual los primeros gobiernan y los segundos los siguen. Consecuentemente, en los populismos hasta los puntos de vista más rabiosos se las arreglan para encontrar expresión y hasta para ser adoptados como parte de los proyectos políticos particulares. Tal, lamentablemente, es el precio que se debe pagar por una democracia real desengrillada del dogmatismo liberal que define a priori lo que es aceptable y lo que no lo es, llegando así a querer regular hasta las minucias de la vida cotidiana (cigarrillos, drogas, fantasías sexuales, alcohol, etc.).
Si la democracia es auto-correctiva (y lo es por definición, si no se le imponen valores ajenos, más allá de ella) entonces sus patologías o seudo-patologías serán corregidas en el curso normal de los acontecimientos. En cualquier caso, el populismo es siempre un síntoma de la crisis de la democracia y la autodeterminación.
- Está en debate el proyecto de una zona americana de libre comercio desde Alaska hasta Tierra del Fuego. ¿Qué impacto cree que tendrá ese proyecto sobre el relacionamiento cultural entre Estados Unidos y la América del Sur?
- Si se trata de algo como el NAFTA sólo ayudará a perpetuar o intensificar los problemas e incomprensiones preexistentes. Pese a la etiqueta de "libre comercio" que se le aplicó, el NAFTA es una pesadilla burocrática que nutre innumerables negocios privados y pone obstáculos al comercio libre que son peores que los que había antes (excepto, claro, para aquellos sectores con un buen gancho político que les permitió influir sobre la redacción final de los acuerdos). El esfuerzo de la administración actual por racionalizar las relaciones económicas con México es un paso en la dirección correcta, pero inclusive en este caso es inmediatamente obvio el tipo de casi ilevantables obstáculos que subyace en las normas. Si el sindicato americano de camioneros, manipulando a sus representantes políticos, pudo trabar los esfuerzos no demasiado ambiciosos destinados a aligerar las trabas al ingreso de camiones mexicanos a Estados Unidos, puede imaginarse las objeciones de intereses particulares que se pondrán en movimiento cuando se quiera flexibilizar restricciones más importantes.
Queda claro que cambios de esta magnitud provocan fisuras en todos los niveles. Sin embargo, los eventuales beneficios bien valen ese precio, especialmente para América Latina. Un desarrollo de esas características no sólo producirá beneficios económicos inmediatos a América del Sur sino que, como ha sido la experiencia de los países de Europa del Sur que se integraron a la Unión Europea, ese relacionamiento será un agente catalizador del proceso de racionalización de la a menudo extravagante estructura legal y burocrática de los países involucrados. Si ese acuerdo económico llega a funcionar, la circulación de una moneda común también será beneficiosa para todos. Después de eventuales problemas iniciales de adaptación, las monedas latinoamericanas se beneficiarán al alcanzar el tipo de estabilidad que necesitan desesperadamente.
El impacto cultural sobre Estados Unidos, por su parte, contribuirá a descongelar los residuos puritanos que todavía están profundamente enterrados en la conciencia colectiva americana y para enriquecer, más aun de lo que lo hizo la inmigración mexicana en los estados del Oeste, lo que los observadores externos perciben como una cultura americana algo parroquial y ensimismada. Ya desbordada por la cultura industrial de Estados Unidos, la cultura latinoamericana no perderá de sus particularidades más que lo que hubiera perdido o lo que perdería participe o no de la zona de libre comercio.
|
Jorge Raventos , 03/01/2002 |
|
|