El flujo de capitales lidera la globalización.

 


El mundo asiste en el 2006 a la consolidación en gran escala de un superciclo de aumento de la demanda de commodities, en el contexto de una economía mundial en expansión por quinto año consecutivo, al doble impulso del boom de la productividad de los Estados Unidos y de la formidable irrupción de China en el comercio mundial.
La Agencia Internacional de Energía (AIE) prevé que la demanda global de petróleo crecerá en el resto de la década, e incluso más allá, por encima de las tasas medias de expansión anuales de los últimos 10 años.
El Departamento de Energía de Estados Unidos estima que el precio medio del barril de crudo estará en U$S 64/65 en el 2006, frente a la media de U$S 57 del 2005. Atrás de este superciclo se encuentra la excepcional demanda china-asiática.

La demanda china de metales básicos era 7%/10% del total mundial en 1993; en el 2003 pasó a 20%/25%; y al finalizar la década, será 30% del total o más.

El superciclo de commodities es la expresión de una nueva fase de la globalización, en la que el eje de la demanda global de este tipo de productos está ahora en China/Asia-Pacífico, y no en los EEUU, como ocurrió invariablemente desde la Segunda Guerra Mundial hasta mediados de la década del 90. Esta nueva fase de la globalización, expresión de la actual etapa histórica del desarrollo capitalista, tiene una estructura y un sistema de funcionamiento definidos.

Estados Unidos está en el eje de este sistema mundial que ha emergido en los últimos 15 años; y la característica primordial de la economía norteamericana es que posee un nivel de productividad cuantitativa y cualitativamente superior al del conjunto.

El resultado de esta diferencia en el plano de la productividad es que Estados Unidos atrae el flujo central de capitales del mundo entero, lo que provoca, en una relación de causa-efecto, un déficit comercial y de cuenta corriente estadounidense de U$S 800 billones (6% del Producto Bruto Interno).

Esto significa que el “resto del mundo” exporta capitales a Estados Unidos, atraídos por la mayor rentabilidad de las inversiones que surge como consecuencia del aumento estructural (cuantitativo/cualitativo) de su productividad.

Implica, en síntesis, que el sistema mundial constituye hoy una gigantesca área unificada del dólar, en un mundo dividido por mitades casi iguales entre “el déficit comercial y de cuenta corriente de los EEUU”, por un lado, y el “superávit comercial y de cuenta corriente del resto de los países del planeta”, por el otro.

Esta área monetaria global ofrece dos variantes, según que controlen o no su cuenta corriente. O, lo que es lo mismo, según tengan un tipo de cambio fijo o flexible. La primera es el área “asiática”; la segunda la “occidental”. Fuera de este sistema global, cada vez más integrado al eje norteamericano en un proceso histórico de homogeneización-convergencia, quedan sólo los países “desintegrados”, aislados de la globalización.

En un sistema de estas características, el dólar, la moneda de los flujos globales de capital, tiende a depreciarse en el deficitario EEUU y a apreciarse en el resto de los países del mundo.

La respuesta a esta tendencia de fondo de la moneda global (depreciación/apreciación) es distinta en cada una de las subáreas monetarias.

En la “Asiática” (China, Japón, Taiwán, Corea del Sur, Singapur y Malasia), que controla sus cuentas corrientes y por lo tanto fija el tipo de cambio, se acumulan reservas masivamente; en la “Occidental” (Europa incluida Rusia, Canadá, Australia, Nueva Zelanda, América Latina), los gobiernos no controlan las cuentas corrientes y por eso el tipo de cambio es flexible.

También en la subárea monetaria “occidental”, los dólares excedentes de su superávit comercial son utilizados por los particulares, no por los gobiernos; y los particulares realizan primordialmente inversiones en los EEUU, sobre todo en títulos y acciones privadas (equities).

El resultado del control de la cuenta de capital por los países asiáticos, es que su extraordinario excedente en dólares, producto de sus gigantescos saldos comerciales, es absorbido por sus gobiernos a través de sus bancos centrales, que acumulan reservas con las que compran títulos del Tesoro estadounidense. Hasta septiembre del 2005, las reservas acumuladas en el Asia-Pacífico eran las siguientes: Japón, U$S 840 billones, China, U$S 769; Taiwan, U$S 251; Corea del Sur, U$S 207; Hong Kong, U$S 122.

Estados Unidos, en suma, paga de manera distinta lo que compra en ambas subáreas monetarias. Financia el saldo deficitario de su cuenta corriente con la “occidental” mediante activos privados; y lo hace con la “oriental” a través de su propia deuda, que se acumula en forma de títulos del Tesoro (Treasuries) en los bancos asiáticos.

A través del movimiento de depreciación/apreciación de la moneda global (dólar) se realiza la integración del sistema. Es un proceso de “convergencia”, que se manifiesta en una larga y ardua trayectoria histórica, signada por crisis, reformas y crisis, prácticamente ininterrumpidas.

Los actores de esta integración/convergencia son las empresas transnacionales y los estados. Las empresas transnacionales porque ejecutan la transnacionalización productiva propia del capitalismo globalizado y, de esta manera, acentúan “el carácter cosmopolita de la producción”, según la expresión de Marx. Los estados, por su parte, crean, modifican, sostienen, o reforman las instituciones que canalizan o frenan este proceso histórico.

En todos los casos, este parece ser el mecanismo y la lógica de funcionamiento del actual sistema global.

Referencias:

Michael Dooley, David Folkerts-Landau y Peter Garber, “The Revived Bretton Woods System”, Working Paper 10332; http://www.nber.org/papers/w10331.

Gustavo H. Franco, “A economia global e o Brasil”, Veja, 31 de marzo 2004.

Gustavo H. Franco, “Globalizacao e poder”, Veja, 9 de junio del 2004.

Publicado en PERFIL el 8/1/05
Jorge Castro , 10/01/2006

 

 

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