La decisión de Néstor Kirchner de cancelar por adelantado la deuda con el FMI fue presentada por el gobierno como un gesto de autonomía y reivindicación nacional. A los efectos de la comunicación masiva, el oficialismo fue imponiendo sutilmente su propio léxico: el verbo “desendeudar”, de tonos más heroicos, reemplazó al más llano y habitual “pagar”. Ese artilugio, acompañado por discursos inflamados contra la institución financiera, consiguió al menos un éxito: una parte considerable de la opinión sedicente progresista celebró la resolución presidencial con tanto entusiasmo como el que la Asamblea Legislativa puso en festejar el default en el año 2001. |
El diario La Nación recogió opiniones del catedrático español Carlos Rodríguez Braun: “Hace cuatro años los argentinos desconcertaron al mundo cuando aplaudieron el no pago de la deuda. Ahora los vemos aplaudir por pagarla toda y antes de tiempo. Eso es un progreso. Lo malo es que tal vez alguien piense que en la Argentina se pasan el día aplaudiendo”.
La agencia oficial china Xinhua observó lo siguiente : “El presidente Néstor Kirchner, quien desde que asumiera el cargo el 25 de mayo de 2003 fue el jefe de Estado que más maltrató discursivamente al Fondo Monetario Internacional también es el que más dinero le pagó (…) entre junio de 2003 y julio de 2005 Kirchner ordenó girar al FMI un total de 13.212, 84 millones de dólares (…) entre enero y julio del presente año el gobierno pagó unos 2160 millones de dólares, cifra que casi duplicó la inversión prevista para todo este año en rutas y viviendas, en educación o desarrollo social, respectivamente”. El cálculo de la agencia no contabiliza, por cierto, el pago prometido el jueves por el Presidente, cumplido el cual se alcanzará una cifra de transferencias al Fondo superior a los 11.000 millones de dólares en este año, mientras que los pagos concretados durante la administración Kirchner habrán ascendido entonces a más de 23.000 millones de dólares.
La decisión del pago anticipado o “desendeudamiento” no fue, en cualquier caso, la primera opción que intentó el gobierno. Sólo emergió como producto del fracaso en encontrar apoyos internacionales consistentes para su deseo de refinanciar vencimientos sin cumplir con algunas de las condicionalidades que el FMI le aconsejaba para darle consistencia a la reactivación económica de los últimos años y frenar el ya visible acoso inflacionario. Para el gobierno y los llamados sectores productivistas que lo acompañan (y que impulsaron la devaluación de inicios de 2002) no es aceptable , por caso, la recomendación de dejar caer el valor del dólar, mantenido artificialmente alrededor de los 3 pesos (y, tras el pago al Fondo, probablemente más arriba: algunos productivistas lo quisieran a 3,40). El gobierno tampoco tiene urgencia alguna en reestructurar el sistema de coparticipación federal (un punto que, en rigor, no sólo señalado por la entidad financiera sino reclamado por la Constitución), ni quiere oir hablar de dar una respuesta a los tenedores de bonos argentinos (por más de 20.000 millones de dólares) que no ingresaron en la renegociación de la deuda pública.
Kirchner había conseguido dispensas del Fondo en oportunidades anteriores ante todo por la mediación del gobierno de George Bush: Estados Unidos es el socio más fuerte de la entidad y su voz es naturalmente escuchada por las democracias industrializadas que conforman el club de mayor influencia en el Fondo. Esta vez, sin embargo, Estados Unidos no se mostró dispuesto a reincidir en el apoyo: todas las chances se disolvieron en la Cumbre de Mar del Plata, a la luz de la áspera postura argentina y de la organización paraoficial de la contracumbre como escenario privilegiado para las diatribas de Hugo Chávez.
Ni siquiera el gobierno amigo del español José Luis Rodríguez Zapatero se mostró dispuesto o en condiciones de ayudar en una renegociación con el Fondo como la que pretendía Kirchner. Allí se optó, pues, por elegir lo que algunos llamaban el Plan B. Los españoles sí festejaron la decisión de pagar por anticipado, una resolución que, anticipada en Madrid, les permitió recordar que ante el Club de París la Argentina también tiene deudas que convendría honrar rápidamente. Por ejemplo, una de casi mil millones de dólares con el estado español. Siempre en el terreno de la charla amistosa, el jefe de gabinete, Alberto Fernández, escuchó los reclamos sobre asuntos tarifarios que afectan a empresas de bandera española.
Cerrada, pues, la opción renegociadora, el gobierno se inclinó por hacer de la necesidad virtud y se lanzó a la Operación Desendeudamiento. Para ponerla en práctica era preciso hacer uso de las reservas del Banco Central, lo que implica en los hechos darle un nuevo mazazo a la proclamada autonomía de la institución (ya bastante abollada: tuvo cuatro presidentes en cuatro años). Hacía falta modificar su carta orgánica (se hará por decreto de necesidad y urgencia) para hacer uso de las “reservas de libre disponibilidad”.
Las reservas del Central operan como respaldo de la moneda nacional. De acuerdo a un trabajo del economista Agustín Monteverde el gobierno hará uso del 38,9 por ciento de las reservas en esta operación, reduciendo en esa proporción el respaldo del peso. Restando de las reservas actuales los 9810 millones que se destinarán al Fondo, la base monetaria ampliada de 59284 millones de pesos –explica Monteverde- quedará respaldada por 16.899 millones de dólares, lo que da un tipo de cambio de equilibrio (resultado de dividir la base monetaria ampliada por las reservas remanentes) de 3,50 pesos.
Así, desde la perspectiva del gobierno, la operación desendeudamiento tiene, además de su resonancia política buscada, la virtud suplementaria de poner un piso más alto al tipo de cambio, garantizar el 3 a 1 y hasta dar satisfacciones al sector productivista que prefiere un tipo de cambio superior.
Habrá que ver, por cierto, si la caída del respaldo del peso no termina dándole mayor estímulo a las pulsiones inflacionarias que resienten ya la economía.
La inflación ya tiene, por lo demás, efectos sobre la deuda. Los más de 12 puntos que alcanzará la inflación en el año que ya concluye ya han representado un incremento de 5.500 millones de dólares en el endeudamiento, puesto que casi un 40 por ciento de los 126.466 millones de dólares de la deuda refinanciada está nominada en pesos y se ajusta con la inflación por el índice CER.
De allí que muchos analistas se pregunten si el gobierno no hizo un pésimo negocio al hacer un pago anticipado por deuda no inmediatamente exigible e impuesta a la tasa más benévola del mercado (la del FMI) en lugar de comprar, ya que se decidía usar las reservas, deuda cara como la de esos bonos indexados.
En términos de negocio para el país, esa reflexión es más que plausible. El gobierno sólo podía descartarla, sin embargo, a la luz de los réditos que pensaba obtener del show político de la Operación Desendeudamiento, en la que podía introducir en vez de anónimos tenedores de bonos indexados, la figura siempre taquillera del Fondo Monetario Internacional.
Eso sí, después de este capítulo de la representación, el villano hace mutis por el foro. Como concluyó con alguna melancolía un columnista de matutino progobierno: “A partir de ahora ya no se podrá culpar al FMI”.
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Jorge Raventos , 20/12/2005 |
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