La muerte de Guido Di Tella es la última noticia triste que nos dejó el año 2001. Con él se nos ha ido un argentino lúcido y apasionado.
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Di Tella desechó las facilidades de una vida rentística, enclaustrada tras los muros de una privacidad cómoda, para dedicar sus esfuerzos a distintas dimensiones de la actividad pública.
El nombre de Di Tella está indeleblemente ligado a la producción intelectual y artística del país, a la vida académica - en su doble condición de docente y forjador de instituciones universitarias de excelencia -, a la política y a las relaciones internacionales de la Argentina.
Guido no era lo que suele definirse como político de raza, sino más bien un ciudadano comprometido con su patria, con su sociedad y con la época que le tocó vivir. Llegó al peronismo desde sus antípodas cuando comprendió que el odio antiperonista era el gran obstáculo para el ordenamiento racional de la nación y cuando se dio cuenta de que el justicialismo, presentado en el año 1955 como el gran problema de la democracia argentina, constituía, en rigor, la matriz insoslayable de su solución. Su incursión en la política nunca estuvo emparentada con el fanatismo o el espíritu faccioso, sino, más bien con la sensatez, la moderación, la honestidad y la franqueza.
Su última gran tarea, la extensa e intensa gestión que desarrolló como canciller de Carlos Menem, quedará para la Historia como una columna fundamental en la gestación de una Argentina moderna, pacífica, integrada y respetada en la región y en el mundo. La banalidad con que algunos quisieron minimizar su gran trabajo reduciéndolo a alguna frase ocurrente o algún gesto extravagante dejará paso, quizás más velozmente ante el cráter que deja su desaparición, al reconocimiento de sus logros. Para citar sólo algunos: el desmantelamiento del belicista proyecto Cóndor y su sustitución por una política aeroespacial argentina pacífica e integrada a la comunidad científico-tecnológica mundial; el encauzamiento civilizado de la actividad atómica argentina y su transformación en núcleo de exportaciones de alto valor agregado; la participación argentina en las misiones de paz de las Naciones Unidas; la época de mayor desarrollo del MerCoSur; la gestión que promovió la paz entre Perú y Ecuador; la resolución de todos los diferendos limítrofes con los hermanos chilenos; las alianzas estratégicas con Brasil, Estados Unidos y Chile; el sostenimiento de una política hacia Cuba basada en el reclamo de apertura democrática y respeto a los derechos humanos, así como en el rechazo al embargo comercial norteamericano.
Párrafo aparte merece su empecinada política en procura de resolver el diferendo de soberanía con el Reino Unido por las Islas Malvinas, que encaminó al país hacia la búsqueda de una solución negociada realista y conducente, capaz de superar los reclamos retóricos que tranquilizan la conciencia de tantos pero mantienen las islas en manos ajenas y el conflicto peligrosamente abierto. El coraje y la audacia con que transitó ese camino abrieron la puerta para una negociación que él avizoraba próxima y que, lamentablemente, no podrá ya ver ni protagonizar, como deseaba.
Su compromiso público, sus actos de servicio al país lo hicieron blanco del odio que él quiso aventar cuando abrazó el peronismo, medio siglo atrás. En 1976 lo arrancaron de su domicilio y lo encerraron, como a tantos otros, en una cárcel flotante. Debió luego partir al exilio. En los dos últimos años soportó con templanza y espíritu cívico acusaciones judiciales que ni sus fiscales más obtusos consideraban, íntimamente, veraces o siquiera verosímiles. No es improbable que la amargura provocada por esa persecución haya contribuido decisivamente a minar sus defensas y a agravar fatalmente sus males.
La muerte de Di Tella agrega un grado más de penumbra a este instante oscuro y crítico que atraviesa la Argentina.
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Jorge Raventos , 03/01/2002 |
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