La diplomacia politizada

 


El cambio de Ministro de Relaciones Exteriores se produce en momentos en que la principal herramienta de nuestra relación con el mundo, el cuerpo diplomático profesional, atraviesa una situación crítica causada por la persistencia de la clase política en la práctica de graves vicios que perjudican el funcionamiento y eficacia de nuestro Servicio Exterior.
Es fama bien ganada que Brasil cuenta en Itamaraty con el mejor plantel diplomático de América, comparable a los mejores del mundo.
La calidad de nuestros diplomáticos no es inferior, pero sirven a un país cuyos dirigentes políticos –a diferencia de los brasileños- nunca han consensuado políticas de estado que permanezcan en el tiempo, aunque cambien los gobiernos. De esa manera, resulta imposible instrumentar eficientemente políticas exteriores que se modifican- casi siempre de manera drástica- cada cuatro años, o menos.
A esa falta de continuidad en el contenido de las políticas se ha sumado la penetración partidaria en la adjudicación de posiciones diplomáticas como moneda de pago en intercambios políticos internos, con lo que la Cancillería argentina tiende aceleradamente a convertirse en mesa de saldos de la gimnasia partidaria, remanso para políticos en vacancia que se procuran alguna embajada o una posición expectante hasta que puedan emigrar hacia una más conveniente oportunidad electoral.
En las recientes elecciones, no solo el Canciller sino también su vice, al mismo tiempo, competían electoralmente sin abandonar previamente sus responsabilidades en el Ministerio. Los resultados de la Cumbre de Mar del Plata bien podrían funcionar como una muestra de lo que esa cultura en el manejo de las cuestiones de estado puede causarle a los intereses nacionales en el mundo.
Por todo ello resulta necesario advertir a la opinión pública sobre el estado de nuestro Servicio Exterior, cosa que realizó Andrés Cisneros en el artículo publicado en el diario La Nación, que se transcribe a continuación.
Habiendo asumido hoy un nuevo ministro de Relaciones Exteriores, resulta conveniente revisar el estado de nuestra diplomacia. El cuerpo profesional del Servicio Exterior de la Nación viene sufriendo un severo deterioro en sus condiciones laborales, escalafonarias, remunerativas y presupuestarias que amenaza su nivel de excelencia y compromete seriamente su función de principal herramienta de los intereses nacionales en el mundo.

Durante los gobiernos de facto, el cuerpo de profesionales tendió a sobrevivir lo más dignamente posible en un forzado encapsulamiento corporativo. Al llegar la democracia, en 1983, la clase política irrumpió en el Palacio San Martín menos para vincular a nuestro Servicio Exterior con políticas de Estado consensuadas que para apoderarse, al compás de los turnos electorales, de posiciones usufructuadas como pasantías religionarias, y no como puestos de combate en el proyecto nacional de procurar, cada día, una mejor inserción en el mundo.

Con insuficientes excepciones, la dirigencia argentina es autista respecto de la realidad internacional y aborda los temas exteriores como un asunto de campaña, sin comprender –como sí ocurre en Chile, Uruguay o Brasil - que la política exterior necesita continuidad e instrumentadores de mayor permanencia que los funcionarios políticos, fatalmente atados a la fugacidad de las alternancias electorales.

Hoy en día, la creciente ocupación innecesaria de embajadas y puestos técnicos por parte de funcionarios de origen político desalienta a los profesionales y disminuye el nivel de calidad de tales prestaciones, perjudicando, además, una de las características más valiosas de la administración política de los intereses nacionales en el exterior: la continuidad en el tiempo, el conocimiento de los otros actores y la memoria histórica, elementos esenciales para nuestra capacidad de negociación y credibilidad en el mundo.

En ese marco, la exagerada politización de los ascensos y destinos desalienta las expectativas de progreso a través del esfuerzo y la capacitación específica. Urge que este presidente, el que elijamos en 2007 y varios de los que sigan después instruyan a sus respectivos cancilleres para que retorne el sistema interno de calificaciones exclusivamente por méritos, a través de la junta prevista en la ley, y se comprometan a proteger ese esfuerzo del intento permanente, de adentro y de afuera, de cortar camino por la vía de las influencias y recomendaciones.

Lo propio con el personal administrativo. En los últimos cinco años, a través de un sistema kafkiano de contrataciones temporarias que se eternizan, prácticamente se ha duplicado el número de estos auxiliares, en una asimetría con la dotación de los diplomáticos de carrera como no se ha conocido en toda nuestra historia institucional.

Mucho se habla de ajustar el rumbo de nuestra cancillería en un sentido más marcadamente comercial, procurando defender y ganar mercados. Nada más atractivo para quienes, en su momento, conseguimos el traslado a ese ministerio de importantes responsabilidades en el área del comercio exterior, porque entendíamos que ese aspecto de la actividad diplomática resulta esencial en el mundo moderno. Resultó un buen camino: algo se contribuyó a elevar, en poco más de diez años, el volumen de nuestras exportaciones, de 9000 a 35.000 millones de dólares, con una relación de comercio total que pasó de dieciséis a casi sesenta mil millones. Nunca creció tanto el intercambio comercial argentino.

Sin embargo, ello no debe procurarse a expensas de la misión política de nuestra diplomacia, sino al revés: los países que mejor promueven su comercio son los que también aumentan, y no los que disminuyen, su presencia política en la arena internacional.

En tal sentido, no parece aconsejable que el Presidente reitere visitas de Estado sin la compañía de su canciller, su vicecanciller o, en último caso, de un secretario de Estado del ministerio que se ocupa de las relaciones exteriores. Tampoco la efectiva puesta en marcha del apartamiento del Palacio San Martín en la relación bilateral con determinados Estados, para pasarlos a otras áreas del Ejecutivo. La explicación brindada en el reciente periplo a Venezuela de que no se llevaba al ministro porque se trataba de un viaje de negocios supone ignorar la íntima imbricación de la diplomacia y la economía, tanto como la evaluación inevitablemente política que el mundo y la región hicieron sobre ese viaje, nos guste o no.

Resulta difícil entender que se proclame la intención de fortalecer la diplomacia comercial cuando nuestro ministerio recibe un porcentaje presupuestario muy inferior al de nuestros principales vecinos o competidores, en relación con los respectivos gastos nacionales y, dentro de esas partidas, lo destinado a las áreas comerciales ha descendido a proporciones todavía más desequilibradas. ProChile, la herramienta exportadora del país vecino, recibe, en términos absolutos, diez veces más que nuestra equivalente Fundación Exportar, de muy buen desempeño pero muy poco fondeada. La misma comparación puede hacerse con Brasil, México, España y países similares (1).

Nuestro servicio exterior no carece de defectos, algunos de importancia, pero a lo largo de su dilatada y prolífica existencia supo constituirse, entre otras cosas, en un ejemplo útil y pasible de extender sus normas de preparación, ingreso, escalafones, promociones y excelencia de prestaciones al entero sistema de empleo público argentino, digno de ser convertido en un servicio civil eficiente, imprescindible para el desarrollo de una sociedad moderna.

Urge revertir esta peligrosa tendencia, de la que todos debemos sentirnos responsables. La principal carencia de nuestra vida política es de acuerdos básicos de Estado. La recuperación profesional de nuestro servicio exterior debería contarse entre los temas prioritarios.

[1] Conf. Andrés Cisneros “Modelos Institucionales en los Ministerios de Relaciones Exteriores”, Cap. III- Promoción del Comercio Exterior, págs. 72 en adelante. Edit. Prog. de Naciones Unidas, Bs. As. 2002. Con respecto a Brasil es de cuarenta veces; a Méjico catorce, a España treinta.

El autor fue secretario de Estado de Relaciones Exteriores (1996/1999).
Andrés Cisneros , 02/12/2005

 

 

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