Sharon va más allá del sionismo.

 


El domingo 20 de noviembre, el premier israelí, Ariel Sharon, renunció al Likud, el partido que fundara, junto con otros, 30 años atrás. Al día siguiente le reclamó al Presidente del Estado, Moshe Katsav, la disolución de la Knesset y el llamado a elecciones generales, que se realizarán el 28 de marzo del 2006.
Sharon se presentará a esas elecciones con su propio partido, “Responsabilidad Nacional”. Se quiebra así uno de los dos partidos fundamentales del sistema político israelí, el Likud de centro derecha, originado en el sionismo revisionista de Zeev Jabotinsky, luego continuado por la Irgun y, tras la independencia, por el Herut, ambos liderados por Menahem Begin.
Resta el laborismo, cuyo último líder histórico, Shimon Peres, acaba de ser derrotado en las elecciones internas por el Secretario General de la Histadrut, Amir Peretz.

Ninguno de los partidos centrales de raíz sionista (Likud y laborismo) ganó la mayoría en una elección en toda la historia del Estado. Israel es una democracia parlamentaria, sustentada en un sistema de proporcionalidad absoluta con distrito único. Todo partido que logra 1.5% del total de los votos, obtiene un escaño en la Knesset; el resultado es que proliferan los minipartidos: son 17 en la actualidad.

Hasta la treceava Knesset (1992), el piso electoral era sólo el 1% del total de los votos; un partido que obtenía 22.000/24.000 votos en todo Israel, lograba un escaño. Esto significa que los gobiernos israelíes son ineludiblemente de coalición y, también, que los minipartidos tienen una notoria sobrerepresentación, lo que les otorga una excepcional capacidad de negociación, que se aproxima nítidamente al chantaje. Esto hace que los gabinetes sean, en realidad, miniparlamentos. Ha habido gobiernos con 30 y hasta 40 ministros, para abrir espacio a todos los socios de la coalición. Implica también, que no se encuentra allí, en los gabinetes, el poder de decisión.

Por eso, el sistema político israelí es una invitación al dominio de las minorías y tiende, con brutal necesidad, a la parálisis burocrática, legislativa y política.

La regla de la proporcionalidad absoluta es una herencia de la Yishuv (comunidad judía bajo el mandato británico), y se justificaba por las sucesivas oleadas inmigratorias (“Alya”), que exigían que cada grupo relevante tuviera representación en el sistema de decisiones políticas.

Durante las tres primeras décadas del Estado, sobre la base de este sistema político, ejerció el poder un partido dominante, el MAPAI (laborismo) liderado por David Ben Gurion. Esta situación continuó hasta 1977, en que por primera vez el gran rival de Ben Gurion, Menahem Begin, se impuso en las elecciones generales. Desde entonces, los dos partidos, siempre en coaliciones, han gobernado juntos o sucesivamente; y, de pronto, Ariel Sharon quiebra el Likud y lanza una nueva agrupación.

Atrás de este acontecimiento mayor, pujan dos corrientes de fondo. El sionismo que fundó Israel está hoy plenamente realizado. El proyecto nacional expuesto por Theodore Hertz en el Congreso de Basilea (1902) – construir un Estado, defender sus fronteras y reunir en la tierra de Zion a la diáspora judía -, es hoy una realidad. Uno de cada tres de los 15 millones de judíos del mundo vive hoy en Israel; y la sobrevivencia del Estado está garantiza a través de 4 grandes guerras, y décadas de enfrentamiento constante con el terrorismo. Pero el sionismo no es más la cultura cívica que creó la cohesión nacional, verdadero “melting pot” de los judíos de la diáspora.

También la retirada estratégica unilateral de Gaza y parte de Cisjordania, resuelta por el gobierno de Sharon, tiene un significado cultural de nuevo tipo. Atrás de esta decisión, una de las más fundamentales de la historia del Estado, hay razones demográficas que hacen al mantenimiento de la identidad judía del Estado hebreo. La población palestina de los territorios ocupados, sumada al millón de árabes israelíes, tiene una tasa de crecimiento poblacional que es cuatro o cinco veces superior a la judía. En 15 años, Israel sería un país donde los judíos constituirían la minoría. Esta decisión va más allá de los partidos políticos y trasciende incluso el consenso sionista ya realizado.

Las exportaciones israelíes de alta tecnología representan el 56% del total. En los países de la OCDE el promedio es 26%. En el NASDAQ, indicador bursátil de alta tecnología en Wall Street, cotizan más de 100 empresas israelíes; es el segundo grupo extranjero después de Canadá. Israel tiene 135 ingenieros y científicos por cada 10.000 integrantes de su fuerza de trabajo; en EEUU son 70. Israel es un país intensamente moderno, uno de los tres centros de alta tecnología del mundo: Sillicon Valley, Israel y Taiwán.

Las encuestas indican que Sharon y su nuevo partido triunfarán en las elecciones del 28 de marzo. Quizás consiga 30 o 32 escaños en la Knesset. Para formar gobierno se necesitan 61. En el tramo entre bancas propias y mayoría necesaria se hará sentir, como siempre, la sobrerepresentación de los minipartidos. Ante todo religiosos.

Israel, como todas las experiencias históricas de importancia, cambia dentro de una permanencia.

Publicado en PERFIL el 27/11/2005
Jorge Castro , 27/11/2005

 

 

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