Para conocer los resultados de la visita del Presidente a Caracas deberán pasar algunos días, pero algunos elementos ya se encuentran disponibles.
Cualquiera sea nuestra opinión sobre Bush, el mero hecho de que, en Mar del Plata, Chávez calificara al presidente de los EE.UU. como “asesino y genocida”, pudo tomarse en cuenta para no efectivizar una visita argentina tan inmediatamente después de semejante pronunciamiento. Pero esta visita se confirmó, incluso luego de que, de regreso de la Cumbre, Chávez agregara los calificativos de “loco y criminal,” ratificando su llamado a “enterrar al capitalismo y promover al socialismo en América latina”. Un viaje presidencial configura, en si mismo, toda una definición y, en política, el método más seguro de identificación es el de cuidar las compañías que elegimos.
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Desde esa óptica, cobra importancia la definición oficial de los resultados de esa IV Cumbre: “la historia del continente será una antes y otra después de esa reunión.” Si estamos ante un punto de partida, entonces resulta doblemente significativo que, después de esa cumbre, la primera reunión de Lula fue con Bush y la de Kirchner con Chávez, en un encuentro al que el presidente de Brasil había sido invitado y declinó asistir.
Todo el mundo sabía que la Cumbre no iba a aprobar el ALCA tal y como lo viene proponiendo el Departamento de Estado. Tal y como no lo aprobaron las administraciones de Menem, de la Rúa y Duhalde. O las de Fernando Henrique Cardozo y Lula. No hubo nada heroico en no hacerlo tampoco ahora: es una política de Estado iniciada en la política exterior de los Noventa y mantenida sistemáticamente por todos los presidentes posteriores. Fue entonces y no recién ahora que se formalizó un frente compacto del Mercosur para consolidar una misma postura en el tema. Y armamos un bloque ciertamente mucho más consistente y solidario de lo que puede observarse en estos tiempos tan vociferantes.
Por ende, lo malo no ha sido rechazar la propuesta de Washington (cosa que siempre hicimos) sino la parada adolescente de negarnos a la posibilidad misma de seguir considerándolo y rehusar siquiera el fijar nueva fecha para continuar discutiendo. Veintinueve países de América ya firmaron o están a punto de firmar acuerdos tipo ALCA. Aquí, al lado nuestro, siete años invirtió Chile en negociar su acuerdo de libre comercio con EE.UU., hasta que le encontró una formulación que le conviniera. El presidente Lagos que lo firmó, encabeza una coalición donde predomina el socialismo y él mismo es un largo y conocido militante antimperialista de izquierda. Pero no come vidrio y evidencia distinguir claramente entre el interés nacional de su país y un carnaval de eslóganes propios de las demasías juveniles universitarias en trance colectivo de recital de video clip, con cuya estética algunos prohombres del oficialismo tanto se identifican.
El abuso de los subsidios más grande proviene de Europa, que invierte el triple que los EE.UU. en perjudicar nuestro acceso a sus mercados agrícolas. La Cumbre pudo servir, más modesta pero pragmáticamente, para mejorar nuestra posición negociadora como ya hemos hecho otras veces: concertando con Washington acciones que, en la inminente conferencia ministerial de la OMC en Hong Kong, lleven a alguna reducción de ese injusto proteccionismo de los poderosos de ambos lados del Atlántico, para los productos que más nos interesen a cada país. A cambio de ello, solo hacía falta manifestar que seguiremos discutiendo soberanamente el ALCA sin rechazarlo de plano y comprometernos a cooperar en el mantenimiento de la gobernabilidad y la sensatez en nuestra región. En tal sentido, resulta ilustrativo comparar la agenda de lo hablado por Kirchner con Bush en Mar del Plata y la muy distinta discutida, veinticuatro horas después, por el mismo Bush con Lula.
Habrá que esperar unos días y ver los resultados concretos de este nuevo gesto de alineamiento bolivariano, pero aún aceptando que Bush no nos gusta y que su política para la región es pésima, la correcta identificación de nuestros intereses nacionales requiere que se preserve la figura del Presidente, evitando involucrarlo en acciones que, desde el Estado, aparezcan replicando la trivialidad inconducente de la Cumbre paralela de Mar del Plata.
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Andrés Cisneros , 21/11/2005 |
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