El poder y sus límites-

 



La cuarta semana posterior a los comicios del 23 de octubre llegó para el oficialismo acompañada de nuevos reveses, en buena medida consecuencia del propio comportamiento del gobierno.

El Presidente, pese al empeño que puso en ello, no pudo conseguir su objetivo de salvar a Aníbal Ibarra del juicio político y, después de ese traspié, se trenzó en una estéril confrontación con el Episcopado y anunció su enésimo encuentro con el venezolano Hugo Chávez, una compañía frecuente que acentúa su aislamiento internacional.
Los comicios del último 23 de octubre estaban destinados, en los planes del gobierno, a acumular poder, a otorgarle a Néstor Kirchner el respaldo electoral del que había carecido en el año 2003. Ese apoyo, que el Presidente pretendía plebiscitario, le permitiría independizarse relativamente de la opinión pública urbana, su principal base de sustentación durante más de dos años de gobierno.

Aunque consiguió algunos de los objetivos que se propuso -derrotar a Duhalde en la provincia de Buenos Aires, incrementar su fuerza propia en el Congreso- Kirchner estuvo muy lejos de lograr el triunfo plebiscitario que pretendía: la derrota acompañó a sus candidatos en la Capital Federal, Santa Fé y Mendoza; el número de votos alcanzado por su fuerza, el Frente por la Victoria, fue notablemente menor que el que en ocasiones anteriores consiguieron los partidos que ganaron elecciones parlamentarias; y en la que algunos medios y la propaganda oficial calificaron como "aplastante" victoria en el distrito bonaerense de la primera dama, ésta recaudó menos sufragios que los que determinaron la derrota de Hilda de Duhalde ante Graciela Fernández Meijide en 1997.

Aún considerando tales limitaciones, el resultado del comicio fue juzgado por un buen número de analistas como una evidencia del fortalecimiento del Presidente y una señal inequívoca de que estaba abierto el camino a su reelección en 2007.

Sin embargo, a partir del 23 de octubre han venido sucediéndose hechos que más bien destacan vulnerabilidades que fortalezas del gobierno:

la morosidad policial (y la falta de sintonía entre las fuerzas federales y las provinciales) que permitió que durante seis horas ardieran la estación ferroviaria de Haedo y dos trenes, hubiera destrucción y saqueo de comercios y ocupación de calles por grupos heterogéneos, que convergían en sus ataques a la policía; de inmediato, una repetición ampliada de los hechos de acción directa en Mar del Plata, con la Cumbre de presidentes como marco;

el comportamiento del gobierno argentino en la Cumbre, alentando una reunión paralela concebida para lucimiento de Hugo Chávez y para escarnio del presidente de los Estados Unidos, huésped del país;

la actitud confrontativa asumida por el doctor Kirchner no sólo con George Bush sino con otros mandatarios que formaban parte de un bloque abrumadoramente mayoritario de naciones americanas;

el creciente aislamiento internacional que esas conductas determinan;

la durísima réplica lanzada por el Presidente al pronunciamiento deliberadamente moderado de la asamblea de obispos en el que, de todos modos, la Iglesia Católica alertaba sobre al deterioro social que padece el país y sobre la mirada maniquea que impera sobre los hechos de la década del 70.

el escándalo social provocado por el modo en que el gobierno se procuró un diputado más con la adquisición de Ricardo L. Borocotó y la ostentación de ese hecho.

la derrota política reflejada en la impotencia oficial para salvar al Jefe de Gobierno porteño, el exponente más empinado del transversalismo que promueve la Casa Rosada.

De esa cadena de hechos, el que provocó la herida más dolorosa al oficialismo fue el último. El doctor Kirchner ha afrontado un gasto enorme para hacer pie en la Capital Federal y en ese punto ha sufrido dos caídas estrepitosas en el curso de un mes. Primero, la pobre performance de la lista de su partido, armada por su Jefe de Gabinete y encabezada por su canciller. Y, trascantón, la concreción del juicio político a Ibarra, expediente al que debió resignarse durante su descanso en Calafate para evitar males mayores.

Esta derrota se produjo entre el viernes 11 y el lunes 14 de noviembre. Aquel viernes el gobierno se restregaba las manos esperando un éxito: alguna oportuna ausencia en la Legislatura capitalina congelaba en 29 el número de votos favorables al enjuiciamiento del Jefe de Gobierno, uno menos de lo que reclama la Constitución del distrito. Pero el triunfo que aguardaba el gobierno quedó congelado por una medida de acción directa producida por los familiares de las víctimas de Cromagnon, que impidieron la votación legislativa. En otras circunstancias, esa acción directa podría haber merecido la censura y el rechazo de la opinión pública; esta vez, en cambio, en el marco del escándalo creado por el caso Borocotó y por la evidencia de las presiones oficiales para salvar a Ibarra, el clamor puso el énfasis en otro punto: todos los legisladores debían pronunciarse y asumir sus responsabilidades ante un caso de tanta gravedad institucional. En esa atomósfera cargada, el gobierno decidió hacer "control de daños"; comprendió que persistir en las presiones sobre los legisladores ausentistas (particularmente sobre El Chango Farías Gómez) podía convertirse en un remedio peor que la enfermedad. Allí quedó claro que la acción de los familiares unida a la presión de la opinión pública obligaba al oficialismo a soltarle la mano a Ibarra.

Si hay algo que el Presidente no tolera es que se evidencie una falla en su poder o, si se quiere, una derrota de su poder. Buena parte del dominio político que adquirió se basa en sugerir la idea de que ese poder es inconmovible y capaz de causar estragos de distinto tipo a quien lo enfrente. La alianza de hecho entre un grupo de padres y la opinión pública mostró que ese poder tiene límites, precisamente en el momento en que el Presidente, euforizado por su interpretación de los resultados electorales, decidía mojarle la oreja a George Bush, al presidente de Méjico y al bloque de países latinoamericanos que se expresaron junto a ellos en Mar del Plata.

Leal a sus hábitos confrontativos, Kirchner se atuvo a ellos para tratar de demostrar con su discurso que su poder no ha sufrido mella. Salió a responder camorreramente a los obispos, junto a algunos de sus aliado favoritos. "No conseguirán doblarnos el brazo", aseguró esta misma semana como advertencia a nadie o a todos. En rigor, ya se lo habían doblado en la Capital Federal. Y, a pesar de otras cifras que parecen auspiciosas, también la inflación se está mostrando más fuerte que las políticas oficiales.

Cierto: el gobierno puede exhibir en su favor el crecimiento de la producción, algunos rasgos de la reactivación económica. No menos cierto: la pobreza, la inflación y la falta de inversión suficiente encienden ya las luces amarillas. Más cierto aún: ni siquiera las buenas performances económicas son capaces de evitar las crisis cuando los límites están erigidos en el territorio de la política. Latinoamérica no es mezquina en ejemplos de este fenómeno.

Jorge Raventos , 21/11/2005

 

 

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