La nueva política.

 


El inopinado cambio de casaca del doctor Eduardo Lorenzo Borocotó, súbitamente convertido al kirchnerismo a 15 días de ser elegido como diputado opositor y un mes antes de ocupar su banca, se ha transformado en un ejemplo emblemático de la nueva política que propicia la Casa Rosada. Fue allí, en presencia de Néstor Kirchner (y, según aseguró el propio tránsfuga electo en las boletas de Pro, merced a la seducción de la oferta presidencial) que el jefe de gabinete, Alberto Fernández, se envaneció de haber cumplido su promesa de conseguir cuatro diputados kirchneristas por la Capital. Los votos le dieron tres a la lista que él armó con Rafael Bielsa como mascarón de proa y el cuarto lo arrebataron a la fuerza de Mauricio Macri a través de la proposición de Kirchner que Borocotó no pudo rechazar.
Si esta operación provocó la reacción escandalizada de una opinión pública que muchas veces se muestra apática y atónita seguramente es porque todos los actores de esta picaresca farsa han venido desarrollando ante los micrófonos y las cámaras un discurso siempre enchido de ínfulas moralistas y ejerciendo una suerte de monopolio verbal de la pureza. El aliento a una burla flagrante a quienes votaron la lista que Borocotó integró ( y a los ciudadanos en general) y la comisión activa de esa burla no parecen los mejores ejemplos de pureza de procedimientos ni de respeto a las instituciones.

El escándalo fue más grave aún por la circunstancia de que el salto mortal del doctor Lorenzo se produjera en vísperas de la dramática votación en que la Legislatura porteña debía decidir si habría o no juicio político al Jefe de Gobierno Aníbal Ibarra por sus eventuales responsabilidades funcionales en la tragedia de la discoteca Cromagnon. El gobierno de Kirchner, que se empeñó en un minucioso esfuerzo por evitar la proximidad con Ibarra en el período preelectoral, se dedicó en los últimos días a disciplinar a su legión capitalina para salvar al Jefe de Gobierno del juicio político. Alberto Fernández, que contabiliza entre sus sueños más preciados llegar al sillón que todavía ocupa Ibarra o su fantasma, fue el responsable de desplegar esa estrategia defensiva. Incorporar a Borocotó en esas vísperas estaba pensado como una suerte de reaseguro para el caso de que los partidarios del juicio en la Legislatura llegaran a la mágica cifra de 30 legisladores, necesaria para gatillar el proceso político contra el el Jefe de Gobierno. Junto con esa jugada, se ejercía fuerte presión sobre los más dudosos de la propia tropa: esos aprietes le hicieron un conjetural pico de hipertensión al excelente músico (pero vacilante político) que es Juan Chango Farías Gómez. El Chango, como Borocotó, fue electo en la Capital en boleta macrista y se había contado entre los artistas que apoyaron en 2003 la candidatura presidencial de Carlos Menem. Después se hizo kirchnerista. Pero en el caso Cromagnon él había prometido a los padres de los jóvenes muertos aquella trágica noche que votaría por el enjuiciamiento a Ibarra. La hipertensión sufrida le justificó a Farías Gómez la ausencia en la sesión legislativa del jueves 10 de noviembre. El kirchnerismo procurará que siga imposibilitado de presentarse. Pero si Farías Gómez se cura y pretende cumplir aquella promesa, podría enfermarse el doctor Borocotó. La nueva política cuenta con recursos.

El gobierno del doctor Fernando De la Rúa sufrió su primer golpe demoledor cuando se lo acusó de “comprar” una ley: le renunció el vicepresidente Carlos Alvarez, abrumado por el cansancio moral; apareció un sedicente arrepentido, el célebre Pontaquarto (llevado de la mano al despacho de Alberto Fernández por el mismo personaje que hace tres semanas sirvió para la falsa denuncia que detonó el gobierno contra Enrique Olivera y la lista de Elisa Carrió); se desató el escándalo. ¿Cómo no suponer que algo semejante ocurra cuando ya no se trata de una ley sino de la adquisición de un diputado llave en mano con cuatro años de mandato? ¿Cómo no suponer que la llamada nueva política genere al menos reacciones análogas a las que suele provocar la “vieja”?

Desde Calafate, el Presidente procuró estar a buena distancia de las consecuencias de esos actos. Los familiares de la víctimas de Cromagnon no lo olvidaron, sin embargo: al fin de cuentas, también se habían acordado de él cuando sucedió la tragedia y el Presidente permaneció varios días en calafateño silencio.

Ahora el silencio se procura justificar con la discreción que exige reflexionar sobre los próximos cambios en el elenco superior de la política. El Presidente juega con los rumores que intentan adivinar la identidad de futuros ministros: en rigor, sólo él conoce sus nombres. De todos modos, la danza de nombres de potenciales ministros ha dejado en un cono de sombra una designación que es de seguro más trascendente: la del senador que ocupará la presidencia provisional del Senado, una especie de suplente del vicepresidente. Hasta agora ese puesto lo ocupa Marcelo Guinle, pero tras los últimos comicios bonaerenses un nombre parece cantado para el mundo kirchnerista: el de Cristina Fernández de Kirchner.

Por cierto, hoy el país tiene un vicepresidente en ejercicio, Daniel Scioli, pero si Scioli dejara su puesto por algún motivo (para ser candidato en la Capital Federal, por ejemplo, o por otros motivos altamente improbables como enfermedad o dimisión), el senador que ocupe la presidencia provisional del cuerpo se convertiría vicariamente en Presidente cada vez que el doctor Néstor Kirchner se vea obligado a dejar su puesto de trabajo. Sin vicepresidente, el presidente provisional del Senado ocupa el primer lugar en la línea de sucesión presidencial. De ahí que la definición de ese cargo tenga en estos momentos más importancia política que la elección de los ministros. Al fin de cuentas, en un gobierno que no hace reuniones de gabinete la opinión de los ministros queda absolutamente subordinada a la del Presidente en reuniones mano a mano con él.

La “nueva política” –al menos en su versión oficial- va mostrando sus rasgos, que no eran desconocidos: acumulación de poder por todos los medios y mucha centralización.

Resta saber si son esos los rasgos que imagina la sociedad cuando aspira a renovar la vida cívica.
Jorge Raventos , 14/11/2005

 

 

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