Acción directa en la cumbre

 


Trenes, estaciones, comercios, automóviles, bancos y oficinas en llamas o desmantelados; pedreas, gases lacrimógenos y balas de goma; tumberas, morteros, bombas molotov, pistolas empleadas, pistolas robadas: una crónica de la última semana de octubre y la primera de noviembre de 2005 debe abundar en ese tipo de inventario, que describe sólo en parte un tiempo en el que la violencia volvió a conquistar un amplio espacio en los medios de comunicación y en las calles.
El hilo conductor de la violencia no debería, sin embargo, conducir a impresionismos equívocos: ese denominador común abarca fenómenos diferentes, sólo vinculados en algún punto. La reacción iracunda de centenares de pasajeros vejados cotidianamente por las condiciones en que se ven forzados a viajar en los trenes metropolitanos no puede identificarse con el designio destructivo de quienes incendiaron con alevosía la estación de Haedo o los que se dedicaron a destruir minuciosamente negocios grandes, medianos y chicos en las calles de Mar del Plata, por más que en todos los casos esté presente la opción por las vías de hecho.

Lo que puede observarse en la sociedad es que hay una tendencia creciente al empleo de la acción directa, tanto de la que brota con cierta espontaneidad como de la que practican grupos organizados.

La batalla de Haedo –cinco horas de destrucción y saqueo hasta que actuaron las fuerzas de seguridad- debió alertar a las autoridades de lo que pasaría en Mar del Plata y que, sin necesidad de sofisticados operativos de inteligencia, los propios marplatenses que cerraron las puertas de sus negocios y en muchos casos los tapiaron ya sospechaban con vehemencia. Según el relato del ministro de Interior nacional, del secretario de Seguridad bonaerense y de otros testigos, en Haedo hubo intervención de grupos que asistirían en Mar del Plata a la llamada “cumbre del ALBA”, propiciada por notorios funcionarios y amigos del gobierno de Néstor Kirchner y financiada en buena parte por el venezolano Hugo Chávez y por dineros del Tesoro. Más aún: de acuerdo a las versiones oficiales, en uno de los trenes quemados en la estación del Ferrocarril Sarmiento viajaban (con mochilas enchidas de combustible, artefactos incendiarios y otros instrumentos de trabajo) contingentes que estaban en camino hacia la “contracumbre” de Mar del Plata. Si en Haedo la policía tardó cinco horas en actuar, en Mar del Plata su morosidad fue menor: recibió la orden una hora después de que se desatara la violencia. Esa mayor celeridad no fue suficiente, sin embargo, para llegar a tiempo de prevenir o evitar la destrucción de patrimonios particulares: actuó tarde.

Cumbres análogas a la reunión de presidentes americanos desarrollada en Mar del Plata suelen padecer en todo el mundo reacciones similares a las que sucedieron el viernes 4 de noviembre. Lo verdaderamente singular del caso argentino reside en que las autoridades estuvieran involucradas tanto en la organización del encuentro oficial como en la organización de la “contracumbre” dedicada a insultar y vilipendiar a alguno de los invitados de los que el Presidente de la República era anfitrión a algunos centenares de metros de distancia. Es inevitable que algunos suspicaces imaginen que esa evidente doble apuesta en las cercanías del Casino puede estar relacionada con la lenta reacción en el empleo de las fuerzas de seguridad. Al fin de cuentas, un buen anfitrión no debe importunar a ningún invitado. ¿O sí?

Con el marco de la acción directa organizada en Mar del Plata, la cumbre resultó para el Presidente una coda de la campaña permanente que parecía haber finalizado el 23 de septiembre. Su discurso ante los presidentes americanos, el desaire impuesto al presidente mexicano Vicente Fox, su narración sobre el encuentro con George Bush (que no quiso ver perturbada con preguntas del periodismo) se encuentran en línea con las actitudes que desplegó en infinitas tribunas electorales y seguramente habría recibido el halago del aplauso en el acto que presidió Hugo Chávez. No cierra, sin embargo, con la expectativa mayor que el Presidente llevaba a Mar del Plata: que Bush le prometiera ayuda en las vitales negociaciones con el Fondo Monetario Internacional. El jefe de la Casa Blanca, con la elegancia de un torero, disfrazó de elogio su reticencia: “Lo hemos ayudado en las negociaciones anteriores, pero ahora usted luce una fuerza que le permite arreglarse solo”, le respondió. Y le recordó, eso sí, que las inversiones requieren seguridad jurídica, respeto de los contratos y mantener a raya la corrupción.

Cronológicamente, el discurso público de Kirchner en la cumbre fue posterior a la conversación privada con Bush. ¿Estuvo el discurso determinado por la actitud del estadounidense?¿Habrían sido diferentes sus palabras si Bush se hubiera comprometido a ayudarlo ante el Fondo? ¿Había otro discurso previsto y Kirchner eligió finalmente recitar el del zorro y las uvas? Esos son secretos guardados entre siete llaves en la Casa Rosada. Lo cierto es que el Presidente resbaló en el diálogo con Bush como por un palo enjabonado y dijo un discurso que lo acercó a la cumbre de Chávez y que colocó a la Argentina al margen del proceso de acuerdoa de libre comercio que se desarrolla en el Continente. ¿Junto con el MERCOSUR? En todo caso, lejos del Chile de Lagos, de la Colombia de Uribe, del México de Fox. Se verá cuán cerca de Brasil (Lula Da Silva se entrevista con Bush a solas y es evidente que Washington apuesta a un papel protagónico de Brasilia en la región). Paraguay busca acuerdos comerciales por la vía de una asociación íntima en materia de seguridad con Estados Unidos. Y el Uruguay de Tabaré Vásquez ha decidido suscribir con los americanos un convenio de garantía de inversiones similar a los que la Argentina firmaba en la denostada década del 90.

La cumbre ha dejado algunos mensajes que deben ser atendidos, no demasiado. Para el mundo, lo que más atención demandó fueron los enfrentamientos y desmanes y esa contracumbre en la que Chávez quiso emular a Fidel Castro (“socialismo” y discursos interminables) y que contó con el colorido condimento de la presencia de Diego Armando Maradona.

Para los argentinos: una cuantas facturas por pagar.
Jorge Raventos , 11/07/2005

 

 

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