Nunca los países vivieron aislados tanto como hoy

 


Por considerarlo de interés, publicamos un artículo de Andrés Cisneros sobre la Cumbre de las Américas, aparecida en Ámbito Financiero del martes 1º de Noviembre.
Las cumbres de presidentes siempre tienen un producto y varios subproductos. El producto son los temas por los cuales se convoca a la reunión (marcha del ALCA, desarrollo económico y social, compromisos continentales contra el hambre y el terrorismo, etc.). Y los subproductos consisten en los diálogos bilaterales, de mandatario a mandatario, que aprovechan la cercanía física para arreglar cuestiones directas fuera del recinto de las reuniones, en pasillos o desayunos de trabajo.

Las expectativas de éxito de la inminente IV Cumbre de Mar del Plata pueden medirse en el hecho de cómo la prensa enfatiza a los subproductos porque consideran al producto central como inalcanzable.

Así, los medios destacan las posibilidades que tiene Lula da Silva de destrabar determinadas medidas norteamericanas en su cita con George Bush o de las de Néstor Kirchner para obtener más apoyo frente al FMI o su encuentro con Tabaré Vázquez para aliviar el conflicto con las papeleras. A su vez, cómo Bush espera aislar a Chávez congraciándose con Lula, Lagos y Kirchner. Y cómo el venezolano tratará de influir sobre el proceso interno boliviano y ecuatoriano, aprovechando la zona liberada que le facilitan la crisis de corrupción que paraliza a Lula y el notorio desinterés del presidente argentino por desempeñar un rol activo en la región.

Del producto principal, poco y nada: todos los observadores concuerdan en que las posiciones están muy alejadas y que resulta muy improbable que se produzca algo más que un documento de compromiso. La situación parece propicia para una propuesta al estilo de Marx (Groucho, claro): si nos va mal con el producto y bien con los subproductos, dediquémonos a fabricar solamente subproductos.

Disparatada o no, la propuesta va en camino a convertirse en realidad: a EE.UU. le interesan ciertas cosas, a nosotros otras, y nadie parece suficientemente inspirado como para encontrar puntos de contacto que nos permitan ayudar y, a cambio, ser ayudados.

Desde el 11 de setiembre, la prioridad pasó a ser su seguridad internacional, ya no más la democracia y el comercio, como en los '80 y '90. Desde esa óptica, en nuestra región se ocupan más de Venezuela, Colombia, Ecuador o Bolivia. Nuestras economías pasaron a segundo plano y, en todo caso, ellos ya firmaron con México, Chile, América Central y República Dominicana. Paraguay, miembro del Mercosur, negocia abiertamente con Washington una alianza de seguridad que le facilite su futuro económico.

En estos momentos en que todavía hoy se discute la agenda de la Cumbre inminente, todo el mensaje que llega del Norte es que profundicemos la democracia y las reformas estructurales, mientras nosotros replicamos que no puede hacerse con el actual sistema financiero internacional, indiferente al desarrollo de nuestros pueblos, y la discriminación de sus mercados que aplican a nuestras principales exportaciones.

Pocas veces la relación de los Estados Unidos con la región ha sido recíprocamente más autista y plena de desinteligencias. Los grandes escenarios internacionales se motorizan cuando los países rectores logran convencer a los más modestos para que los acompañen en sus cruzadas planetarias. La lucha contra el fascismo, contra el nazismo, contra el comunismo, han sido los casos más relevantes del siglo XX. Y, a cambio, los más pequeños consiguen que se los apoye en sus proyectos nacionales. De independencia, de democratización, de desarrollo, ésas han sido las contrapartidas por el apoyo en aquellos megaemprendimientos.

• Enemigos

Mientras, nuestro enemigo de siempre es el atraso, el nuevo enemigo de Washington es el terrorismo trasnacional y no se perciben los términos en que la superpotencia y sus vecinos de continente pudieran tener un acuerdo mutuamente beneficioso. Lo malo no es que esa brecha exista. Lo verdaderamente malo es que no parece que desde ambos lados se esté trabajando convincentemente para cerrarla. Muchos mandatarios parecen más interesados en utilizar la Cumbre como vidriera para proclamar testimonios ideológicos, con destino al consumo interno de sus países, antes que en un trabajo efectivo de compromisos conducentes.

No será fácil. La opinión predominante en Washington, y no sólo en el gobierno, es la de aplicar prudencia en el auxilio económico masivo a una región crecientemente ganada por regímenes más afines al chavismo o al castrismo que al progresismo cooperativo del Chile de Lagos, el Brasil de Lula o el Uruguay de Tabaré Vázquez. ¿Puede esperarse, razonan, de aquellos gobiernos hostiles, un compromiso verdadero con el interés norteamericano por combatir el terrorismo y el narcotráfico? En ese marco, ¿es posible una interlocución que genere compromisos recíprocos que faciliten resultados satisfactorios para ambas partes?

La diplomacia argentina, como anfitriona y responsable de llevar adelante la agenda, está haciendo las cosas bien. Falta, sin embargo, lo más importante: que alguien de entre nosotros, o todos a una, enhebremos el grado de compromiso que estemos dispuestos a asumir con las prioridades norteamericanas para asegurarnos, a cambio, que el apoyo a nuestras propias prioridades termine siendo verdaderamente efectivo.

No se avizora quién pueda hacerlo. Canadá no es América latina, México está en otra cosa. Chávez hace la suya, Brasil padece una fortísima crisis de gobernabilidad y Argentina ha dejado de tener conducciones internacionales convocantes, liderazgos que sus vecinos respeten.

Con este panorama corremos el peligro de acentuar aún más nuestro creciente destino de marginación y desperdiciar, en nuestra propia casa, a una Cumbre de las Américas que termine como una sucesión de monólogos retóricos, en que cada parte desgrane sus letanías, corra a hacer sus valijas y se vuelva a su casa. No hay peor sordo que el que no quiere oír.
Andrés Cisneros , 11/04/2005

 

 

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