Voluntarismo vs. voluntad política.

 

La diferencia fundamental entre el voluntarismo y la voluntad política es, simplemente, la lucidez. Se trata de poner la vela por donde sople el viento y no de pretender que sople el viento donde uno pone la vela.
Con la elección de Eduardo Duhalde por la Asamblea Legislativa, la Argentina bate un record institucional: cinco presidentes en dos semanas. Más allá de la curiosidad estadística, el hecho es altamente revelador: la crisis de gobernabilidad, que precipitó el alejamiento de Fernando De la Rúa, tiene un carácter orgánico y estructural. Por lo tanto, genera una pérdida de la autoridad del Estado y una descomposición del poder político. Identificar la naturaleza de la actual situación es indispensable para intentar revertirla.

Conviene precisar ante todo que la causa fundamental de esta fuerte crisis de representación política que padece todo el mundo contemporáneo (y que se expresa hasta el paroxismo en la Argentina de hoy) es el creciente divorcio existente entre el acelerado surgimiento en todas partes de una nueva estructura económica - altamente compleja y fuertemente internacionalizada, nacida por imperio de esta era histórica signada por la globalización del sistema productivo mundial - y la subsistencia de un conjunto de instituciones políticas que son previas a dicha transformación irreversible.

Como resultado de esa dicotomía, la mayoría de los actuales sistemas políticos resulta entonces cada vez más impotentes para guiar, y menos aún controlar, el curso de los acontecimientos económicos y sociales, o siquiera influir aunque sea mínimamente, en su curso. La perplejidad exhibida en estos días ante la necesidad acuciante de salir del "corralito financiero" y la imposibilidad fáctica de hacerlo es la demostración palpable de ese fenómeno. De allí los cuestionamientos generalizados a la legitimidad del sistema institucional que en las últimas semanas se hacen presentes con ruido de cacerolas en las calles de Buenos Aires.

El síntoma recurrente con que los sistemas políticos suelen revelar su falta de adecuación a los duros imperativos derivados de la realidad de esta nueva estructura económica globalizada es la irrefrenable propensión al voluntarismo, concebido como la confusión entre las palabras y los hechos. Dicha propensión es producto de la ilusoria creencia de que es posible adoptar decisiones y, a la vez, eludir sus consecuencias. Perón decía que "la única verdad es la realidad". El voluntarismo implica exactamente lo contrario. Supone creer que para transformar la realidad es posible ignorarla.

La verdadera antítesis del voluntarismo no es la resignación. La antítesis del voluntarismo es la voluntad política, que el mismo Perón entendía como el pleno ejercicio de la responsabilidad para permitir que, a partir de una profunda comprensión de la realidad tal como ella se presenta, sin anteojeras ideológicas de ninguna índole, sea posible encarar las transformaciones necesarias frente a las exigencias cambiantes que plantea cada época histórica. En términos de Perón, significa en cada caso "fabricar la montura propia para cabalgar la evolución".

La diferencia fundamental entre el voluntarismo y la voluntad política es, simplemente, la lucidez. Sin una cabal comprensión de las circunstancias propias de cada época, toda pretensión de modificar la realidad resulta políticamente estéril. En la práctica, sólo contribuye a profundizar el descreimiento público en la legitimidad del sistema político. La voluntad política, en cambio, es un decisionismo con sentido histórico.

La experiencia histórica indica que la opinión pública puede llegar a perdonar a quienes la enfrentan en un momento determinado, pero jamás perdona a quienes, por ceguera ideológica o debilidad política, la acompañaron complacientemente en la equivocación. En la Argentina, hay innumerables ejemplos recientes de ese fenómeno, que enterró políticamente a la Alianza. Mao Tse Tung, el fundador de la China moderna, sostenía que la misión del liderazgo político es "devolver a las masas con precisión lo que de ellas recibimos con confusión".

La Argentina moderna tuvo también dos grandes manifestaciones inequívocas de aparición de la voluntad política y de sus consecuencias. Ambas fueron protagonizadas por el peronismo. Entre 1945 y 1955, Perón supo articular la comprensión de las características del nuevo escenario internacional, surgido de la finalización de la segunda guerra mundial y de los acuerdos de Yalta entre los Estados Unidos y la Unión Soviética, con la decisión política de impulsar una auténtica revolución social, que implicó la incorporación definitiva de los trabajadores y de la mujer en el escenario de las decisiones políticas del país. El resultado fue una década de transformación revolucionaria que cambió para siempre la historia argentina.

En la década del 90, el peronismo dio otra clara demostración de lo que es la voluntad política aplicada a situaciones de crisis. En esa oportunidad, estuvo basada en la convergencia de dos elementos fundamentales: una lúcida comprensión de la aparición de otro nuevo escenario internacional, signado por el fin de la guerra fría, la desaparición de la Unión Soviética y el avance de la globalización de la economía mundial, acompañada por la decisión política de realizar las reformas estructurales indispensables para rescatar al país del colapso hiperinflacionario y lograr su reinserción internacional. La conjunción de esos dos factores permitió una transformación estructural que estableció un nuevo piso histórico, que configura el punto de partida inevitable para afrontar y resolver los múltiples problemas todavía pendientes, agravados dramáticamente durante los dos años de gobierno de la Alianza.

En el actual momento de crisis terminal, limitarse a una convocatoria genérica a la unidad nacional en torno a un programa económico de características difusas, ineficaz para salir de la crisis, sería caer en un puro voluntarismo. La voluntad política demanda, en cambio, un previo reconocimiento de la realidad, un diagnóstico correcto de la situación, que sea el punto de partida para una estrategia acertada y una política exitosa.

Y la realidad indica hoy, antes que nada, dos cosas. En primer lugar, el colapso del gobierno de la Alianza ha convertido al peronismo en el único actor relevante de la política argentina. En la actual emergencia nacional, sólo el peronismo está en condiciones de encarar la reconstrucción del poder político. Por lo tanto, sin la unidad del peronismo es ilusorio hablar de unidad nacional. En segundo término, el país necesita ya mismo un programa económico sustentable, exento por definición de todo voluntarismo. Más que nunca, conviene recordar el axioma de que "se trata de poner la vela por donde sopla el viento y no de pretender que sople el viento donde uno pone la vela".

No hay que confundirse. Ni la crisis ha tocado fondo todavía ni la situación política alcanzó ya un punto de equilibrio estable. En estas condiciones, y como ya ocurrió en 1945 y en 1989, el peronismo, en medio de la debacle institucional más tremenda de nuestra historia y aún con las severas limitaciones que le impone su actual estado de horizontalización política, tendrá que seguir enfrentando este desafío, en el que se juega el destino de la Argentina como Nación.
Jorge Castro , 03/01/2002

 

 

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