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Paisaje después de la batalla. |
Néstor Kirchner tuvo, finalmente, su plebiscito el 23 de octubre. Y, aunque suenen exagerados ciertos adjetivos con que lo encomiaron algunos medios, puede decirse que emergió airoso de la prueba. |
Consiguió, en primer lugar, emanciparse del magro caudal con el que accedió a la presidencia en 2003 y pasar de aquel 22 por ciento y monedas a casi un 40 por ciento de respaldo, que surge de contabilizar los votos logrados por las listas que se asociaron a su figura y compararlo con los votos positivos emitidos. Amplió notablemente su representación en la Cámara Baja, como resultado de los diputados electos en listas propias, en vientres alquilados y hasta en la probeta de partidos del todo ajenos. Es cierto que no llega a componer una mayoría propia, pero a primera vista se observan pocas dificultades para que consiga aliados de oportunidad cuando necesite aprobar la legislaación que le interese. ¿Su victoria se beneficia, indudablemente, por la diferencia que obtuvo en el distrito bonaerense la candidatura de Cristina Fernández sobre la de Hilda González de Duhalde. La señora de Kirchner no recaudó ninguna ninguna cifra excepcional de sufragios (Graciela Fernández Meijide, por citar solamente un caso, consiguió un porcentaje mayor en 1997 enfrentando a la misma adversaria), pero la distancia con la candidata del PJ bonaerense (y con el resto de una disgregada oposición) realzó su performance. Eduardo Duhalde había hecho describir por anticipado los números que interpretaría como un triunfo: 25 por ciento para Chiche y una diferencia inferior al 20 por ciento. No se dio ni una cosa ni otra, por eso el gobierno (y muy especialmente el gobernador Felipe Solá) festejó y Duhalde masticó en silencio su derrota. Hay que apuntar, con todo, un hecho relevante: en la victoria presidencial volvió a jugar un papel de suma importancia el duhaldismo, así sea en su versión tránsfuga: intendentes como Ishi, Pereyra u Othaecé, sinónimos clásicos del aparato duhaldista, ofrendaron porcentajes majestuosos en sus territorios para garantizarle a Cristina Fernández su sillón de senadora bonaerense.
El triunfo bonaerense del apellido Kirchner ayudó a disimular la previsible caída santafesina y el incómodo tercer puesto que la suerte y los porteños le depararon a la lista capitalina encabezada por el canciller Rafael Bielsa y dibujada por la lapicera del jefe de gabinete Alberto Fernández. Pese a la dura ofensiva lanzada a último momento contra el ARI –una denuncia cuya víctima, Enrique Olivera, sólo pudo desmentir documentalmente después del comicio, sembró sospechas sobre la lista encabezada por Elisa Carrió y seguramente la afectó en su rendimiento electoral- la boleta kirchnerista no pudo alcanzar el segundo lugar. El primer puesto, por gran distancia y con éxito en todas las circunscripciones, estuvo reservado a la alianza de centroderecha liderada por Mauricio Macri, quien así resultó uno de los grandes triunfadores del domingo 23. Muchos vaticinan que ese éxito lo catapulta al presidente de Boca Juniors a una candidatura presidencial en 2007. El centroderecha tiene otro gran aspirante a ese puesto: el gobernador de Neuquén Jorge Sobisch, otro victorioso. Aunque todavía queda mucho camino para recorrer, habrá que ver si Macri no prefiere, antes de pelear la presidencia, competir por la jefatura de gobierno de la Capital Federal. Seguramente el candidato de centroderecha a la presidencia, dentro de dos años, deberá enfrentarse al apellido Kirchner.
Curiosamente, el análisis más ácido sobre un comicio que el Presidente quiso interpretar como arrasador provino de una fuerza muy próxima al oficialismo: la CTA – Central de Trabajadores Argentinos- que orienta el dirigente del gremio de estatales Víctor De Gennaro. El Instituto de Estudios y Formación de esa central sindical subrayó que el kirchnerismo (Frente de la Victoria más aliados) sólo obtuvo el respaldo de un 26,1 por ciento del padrón electoral y destacó que el sector más numeroso de la ciudadanía en condiciones de votar (un 35,4 por ciento) es el constituido por quienes decidieron abstenerse, votar en blanco o anular el voto. Ciertamente, y pese a la información equivocada que difundió la primera dama en la algarabía de sus festejos, la elección del domingo 23 mostró un abstencionismo electoral superior al que se manifestó en los comicios de 2001, en pleno apogeo del “que se vayan todos”: un 29 por ciento. En esta columna se había apuntado al fenómeno antes de que ocurriera: la apatía era visible y seguramente la reiteración del fenómeno refleja una crisis honda del sistema político y un sostenido escepticismo social sobre la lógica de la representación.
Esa circunstancia forma parte del paisaje que queda tras la batalla del 23 de octubre, que para el kirchnerismo era “la madre de todas las batallas”. Por delante están los problemas a resolver: la amenaza de la inflación, la realidad de una bajisima tasa de inversión que pone en riesgo la reactivación cuando la mayoría de los sectores están ya usando hasta el límite la capacidad instalada fruto de las inversiones de los años 90. Y la situación salarial con su perspectiva de conflictos y puja distributiva.
En un plebiscito en el que, en cierto sentido, cinchaban de un lado la pretensión de acumular poder y del otro la búsqueda de mayores controles sobre el poder, ambas posturas consiguieron réditos y ninguna de las dos los obtuvo de una manera concluyente: el gobierno amplió su fuerza y con ella adquiere mayores responsabilidades en la gestión; la oposición conquistó posiciones importantes, ganó en distritos de envergadura, presentó nuevos liderazgos. No supera aún la dispersión y la ausencia de una masa crítica nacional para ejercer el control que la sociedad espera. El sistema político deja al margen de sus límites amplios contingentes de ciudadanos. Los grandes partidos siguen desestructurados. Tantas asignaturas pendientes quizás puedan sobrellevarse en tiempos de bonanza. Pero pueden volverse cruciales en momentos difíciles.
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Jorge Raventos , 05/10/1931 |
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