TRES GRANDES DESAFÍOS.

 


En estos treinta meses que lleva en el ejercicio del gobierno, Néstor Kirchner tuvo un solo objetivo: construir el poder político que las urnas le habían negado en las elecciones del 27 de abril de 2003. Con esa prioridad excluyente, llegó a las elecciones del 213 de octubre. Ahora, en esta segunda y última fase de su actual mandato constitucional, Kirchner afronta tres problemas fundamentales, estrechamente vinculados entre sí: la sustentabilidad del crecimiento económico, la aparición de las reivindicaciones salariales como cuestión central en la agenda política y la reinserción internacional de la Argentina.
El común denominador entre estos tres temas básicos es el virtual agotamiento de la etapa de fuerte recuperación económica experimentada en estos últimos tres años, que se fundó casi exclusivamente en la plena utilización de la capacidad ociosa del aparato productivo. En efecto: los indicadores señalan que la capacidad instalada está siendo aprovechada en un promedio general del 75%. Pero, en términos cualitativos, ese dato es engañoso, porque está seriamente influido por el hecho cuantitativo de que la industria automotriz trabaje todavía al 47% de su capacidad. Existen, en cambio, varios sectores productores de insumos críticos para la actividad económica que están trabajando ya a más del 90% de su capacidad instalada. Esto significa que, de no registrarse un importante incremento de las inversiones, la tendencia estructural conduce inevitablemente al amesetamiento económico.

Lo cierto es que, a pesar de un aumento significativo, el flujo de inversiones está muy por debajo de las necesidades de capitalización de la economía argentina. Cuantitativamente, la inversión bruta fija orilla el 19% del producto bruto interno. Ese porcentaje sólo alcanza para mantener el stock de capital. Con un agravante: al examinar la composición de esa inversión, puede comprobarse que cerca de un tercio de dicha cifra está focalizada en la industria de la construcción, que tiene sí un impacto sobre el empleo pero que no influye sensiblemente en la ampliación de la capacidad instalada. Por otra parte, esa inversión en la industria de la construcción creció en virtud de la convergencia de dos factores muy particulares: la utilización de la compra de inmuebles por los particulares como instrumento de ahorro, en sustitución del plazo fijo, y la tendencia mundial generalizada hacia la inversión inmobiliaria. Por el contrario, la inversión en bienes de capital continúa en niveles notablemente bajos.

Esta característica está asociado a un segundo elemento cualitativo: salvo las inversiones vinculadas con el complejo agroalimentario, que tiene una dinámica directamente vinculada con la evolución de un mercado mundial en acelerada expansión, la gran mayoría de las inversiones de estos años fueron realizadas principalmente por las pequeñas y medianas empresas favorecidas por el proceso de sustitución de importaciones inducido por la devaluación. Las grandes empresas, que son las protagonistas naturales de los grandes proyectos de inversión, no están todavía presentes en esta materia.

Para ampliar realmente la capacidad del aparato productivo argentino, resulta imprescindible que los niveles de inversión superen el 23% del producto bruto interno. Pero también es necesario que esas inversiones estén básicamente orientadas hacia la adquisición de bienes de capital. Aquí reside el principal desafío económico de la hora. Porque, a diferencia de lo que ocurrió hasta ahora, ya no será posible mantener un ritmo adecuado de crecimiento económico en función de la plena utilización de la capacidad instalada con las inversiones realizadas en la Argentina a lo largo de la década del 90.

El segundo gran desafío que aguarda al gobierno es la cuestión salarial. Los niveles de actividad económica han vuelto a ser los de 1998. Pero los niveles salariales distan de ser los de 1998. Existe consenso en que la distribución de la riqueza es más desigual que antes de la devaluación, que instituyó el modelo de dólar alto y salarios bajos que rige desde entonces. La consecuencia es que los trabajadores reclaman ahora recuperar los niveles salariales de la década del 90. Los conflictos y las movilizaciones recientes de los trabajadores camioneros, judiciales, petroleros y de la salud, entre otros, por no citar el caso extremo del autoacuartelamiento de la policía de Santa Cruz, constituyen un signo inequívoco de un nuevo escenario que llegó para quedarse. Con un detalle adicional: la reaparición del fantasma de la inflación actúa en este terreno como un factor doblemente revulsivo: azuza las demandas salariales y, al mismo tiempo, tiende a espiralizar los aumentos de precios.

El tercero de los grandes desafíos pendientes es la reinserción internacional de la Argentina. En el mundo de hoy, ningún país puede prosperar en el aislamiento. Es imprescindible formar parte de las grandes corrientes de comercio y de inversión que caracterizan a esta etapa de la economía mundial. La Argentina ha perdido relevancia internacional. Resuelta urgente volver a adquirir un protagonismo activo en el escenario regional y mundial. Esto exige una política exterior que no funcione por impulsos espasmódicos, netamente coyunturales, sino que sea parte de un proyecto estratégico de Nación, una noción que hoy brilla por su ausencia.

Si estos tres desafíos no encuentran una respuesta efectiva, el país corre el peligro cierto de deslizarse otra vez por la pendiente de la crisis.
Artículo publicado en el diario EL TRIBUNO de Salta el 22/10/05
Jorge Castro , 24/10/2005

 

 

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