Lo que Natura non da…

 


En Salamanca, sede de la Cumbre Iberoamericana de este año, la pareja presidencial argentina consiguió buenas fotografías con la pareja real española, bienvenidas por los Kirchner no sólo por las obvias circunstancias preelectorales, sino también por la coloración majestática que parece prestarles la proximidad del Rey Juan Carlos y la Reina Sofía.
Más allá de esos gustos y regustos, el viaje a Salamanca dejó al Presidente un tapiz de lisonjas enhebrado por el jefe del gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero, a quien en estos días no le viene nada mal mostrarse con amigos del exterior, habida cuenta de los problemas que lo aquejan en el plano interno e internacional: fue recibido con una potente rechifla el 12 de octubre en Madrid, su imagen ha caído 16 puntos, el Partido Popular iguala (o supera) en las encuestas al oficialista PSOE, el propio Socialismo Obrero Español exhibe disidencias fuertes a raíz del Estatuto cuasi independentista presentado por Cataluña al que Zapatero le entreabrió la puerta y, como si ello fuera poco, la presión migratoria de miles de africanos subsaharianos empuja al gobierno español a comportarse de manera poco aceptable desde la perspectiva de los derechos humanos que proclama o, eventualmente, a alentar al reino de Marruecos para que se encargue de los trabajos más pecaminosos por cuenta y orden de España (y la Unión Europea).

Con todo, ni siquiera la buena onda de Rodríguez Zapatero pudo llenar con algún hecho mensurable el ropaje de palabras que los voceros argentinos le vendieron a los periodistas transportados en el avión presidencial, según el cual en este viaje se habría puesto en marcha una solución para la crisis desatada en Aguas Argentinas con la decisión de la empresa francesa Suez de abandonar la concesión. Debajo de los títulos triunfalistas despachados desde Salamanca todas eran sombras de sombras. Se afirma que Aguas de Barcelona, por gestión del gobierno español, se haría cargo de la conducción técnica de la empresa y que habría inversores interesados en comprar la mayoría de las acciones de aguas Argentinas. Pero el accionista mayoritario de Aguas de Barcelona no es el gobierno español, sino, precisamente, la francesa Suez que ciertamente no ha aprobado esa operatoria. En cuanto a los inversores interesados, “no quieren dar su nombre porque todo está todavía en estado larval”. En suma, que más allá de los titulares que hacen su aporte a la campaña permanente en que está empeñado el Poder Ejecutivo, la solución para Aguas Argentinas se parece a un cuchillo sin mango al que le falta el filo y evoca por ahora ominosamente al cuento chino de los 20.000 millones de dólares de inversión que tantos titulares generó en su momento.

El gobierno no parece demorarse en esos detalles y se mostró feliz con las palabras y las fotos conseguidas; por ahora, el mundo concluye el 24 de octubre, con las primeras planas de los diarios del día posterior a la elección. Después habrá tiempo para ver qué se dice sobre Aguas (o la escasez y las tarifas del agua) así como sobre el largo etcétera de temas que vienen siendo postergados en beneficio del gran objetivo de acumular poder.

Lo que Salamanca también exhibió fue un éxito de la diplomacia venezolano-cubana, que consiguió una declaración de los jefes de Estado presentes de defensa del régimen de Fidel Castro (frente al “bloqueo” norteamericano) y el rechazo a definir como terroristas a las FARC colombianas. Hugo Chávez mostró una vez más que avanza a pie firme en su ofensiva político-diplomática sobre la región.

Entre los temas cruciales que quedan para después del comicio, uno de mucha importancia es el del gabinete. O, mejor dicho, el del único cargo del gabinete que tiene voz propia y no obedece a (en todo caso, acuerda con) Néstor Kirchner: el ministro de Economía.

Cada vez que se produjo una crisis entre la Casa de Gobierno y el Palacio de Hacienda (y hubo varias) ambas partes se detuvieron antes del abismo calculando cuál sería el costo político de un alejamento de Roberto Lavagna y quién lo pagaría. El Presidente sabe que trata con un hombre que tiene muy buena imagen ante la opinión pública, que le concede sin dudas el mérito de haber anestesiado la crisis económica post devaluatoria y haber establecido un marco de estabilidad relativa (más allá del cálculo de la dura situación social). Los brincos inflacionarios han abollado un tanto esa imagen (en medida análoga a la del gobierno en general), pero Lavagna sigue apareciendo como una voz serena en un oficialismo que acostumbra perder la serenidad. Sacarlo del gobierno representaría hoy un costo para el Presidente.

Para Lavagna, tendría costo alejarse unilateralmente pero también permanecer sometido a un gobierno que se crea indemne a las críticas después del 24 y a una situación económica que se presenta cada día más complicada por la falta de inversión, los precios y tarifas dispuestos a saltar hacia arriba para compensar atrasos relativos y un movimiento obrero que muestra su disposición a pelear por devolverle capacidad adquisitiva perdida a los salarios.

Así, desde hace una semana, el ministro de Economía está enviando mensajes a la sociedad y a Balcarce 50 que dicen más o menos lo siguiente: no voy a prestarme a un maquillaje que me quite poder; no me interesa otro cargo en el gobierno que el que tengo ahora, con las atribuciones que tengo, no aspiro a ser canciller; o sigo donde estoy o me voy a mi casa. Según recogió el diario La Nación, a Lavagna le preocupa “que Kirchner se deje tentar por una visión económica setentista”, que ceda “ante las presiones para aumentar el gasto público”. El ministro aseveró que tiene una condición para quedarse: “que no haya cambios” en la política económica que él ha diseñado. Y hasta se permitió señalar que “sería riesgoso que hubiera un tiunfo demasiado amplio para el oficialismo”, ya que “se necesita una oposición fuerte para que todo esté equilibrado”.

En virtud de esos mensajes públicos de Roberto Lavagna, hay analistas que han sacado la conclusión de que la continuidad del ministro está asegurada. Con al menos la misma razonabilidad podría decirse que Lavagna está abriendo el paraguas, previendo la posibilidad de irse y adelantando una conclusión a la opinión pública y a los sectores económicos y diplomáticos: si me ven ir a mi casa deben interpretar que todos mis temores y prevenciones (los que he enumerado) se han corporizado.

Pero, claro, este es un tema del largísimo plazo, es decir, de dentro de dos o tres semanas. Entretanto, que siga la campaña y a saltar de felicidad por lo que Salamanca presta ( o “non presta”).
Jorge Raventos , 17/10/2005

 

 

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