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El poder después del 23 . |
La mayoría de los analistas coincide en que la principal tarea que se fijó Néstor Kirchner desde que asumió el gobierno, hace ya 28 meses, residió en acumular poder. En cierto sentido, el domingo 23 permitirá hacer un primer balance de esa tarea. Un balance cuantitativo que, con toda la importancia que tiene, debe ser integrado en una perspectiva más amplia ya que, como todo el mundo sabe o intuye, el poder no depende solamente de un escrutinio. El gobierno de la Alianza tenía mejores antecedentes electorales que el que preside Kirchner (De la Rúa había llegado a la Casa Rosada impulsado por votos y también por grandes ilusiones) y sin embargo en el curso de dos años desintegró su sistema de poder y naufragó en la ingobernabilidad. |
Cuando en el año 2003 la alianza Duhalde –Kirchner consiguió colocar al patagónico en la presidencia pareció insinuarse un proyecto de formación de poder. A partir de una débil cosecha electoral (22 puntos) y del respaldo del duhaldismo, Kirchner desarrolló un intento de acumular poder que, en determinado punto, viró hacia un alejamiento paulatino de la sociedad con el PJ bonaerense (hasta romperla), a la búsqueda de respaldo en la opinión pública
–centralmente: las clases medias de las grandes ciudades- y la asociación con organizaciones y corrientes de izquierda, mientras mantenía amarrados a poderes provinciales y municipales, justicialistas y no justicialistas, a través del manejo de los fondos estatales. Ese mecanismo ha mostrado eficacia hasta el momento, pero como recordó poéticamente Rafael Bielsa al clausurar el debate de los candidatos porteños de la última semana, lo bueno “no dura para siempre”.
Una construcción de poder alcanza permanencia y consistencia si puede dar respuesta eficaz a necesidades centrales de una sociedad. Lo que aparece como necesidad principal de la Argentina en esta etapa es la recuperación de su integración en el proceso de construcción de una sociedad mundial que se despliega a partir de la globalización económica. Sólo en ese marco –que es el que determina, en última instancia la virtud o defecto de las alianzas internas e internacionales- es posible construir un poder nacional sólido y duradero, crecer y mejorar las condiciones de vida de la sociedad. La ilusión del aislamiento –sea dentro de los propios límites, sea dentro de las fronteras ampliadas de un pretendido amurallamiento regional- conduce a los países no a construir poder, sino debilidad e irrelevancia: el poder se construye de manera asociativa, a través de un amplísimo sistema de redes y vínculos y una decidida asunción de responsabilidades en todos los planos, pues las responsabilidades que se abdican son sinónimo de poder que se pierde.
La visión que el gobierno ha venido desarrollando hasta ahora frente al fenómeno de la globalización podría caracterizarse como renuente, reactiva y defensiva. En el plano internacional, su construcción de poder se ha apoyado en países y sectores que puedan actuar como paraguas para esa visión: la Venezuela de Hugo Chavez (activa en el continente en el respaldo a ciertos sectores de izquierda) y el gobierno socialista español de Rodríguez Zapatero (hoy apurado en cuestiones de derechos humanos por su reacción frente a la ola de inmigrantes subsaharianos y enfrentado a la Iglesia por su impulso a una legislación que irrita la concepción de la familia). Ese sistema de relaciones privilegiadas distancia objetivamente al gobierno al menos de dos actores protagónicos de nuestro mundo: Estados Unidos y El Vaticano.
En el plano económico, la construcción de poder del gobierno se ha apoyado en elementos heredados de la breve presidencia duhaldista y en otros que ha estimulado autónomamente: ha buscado articular a los grupos empresarios afines al proteccionismo económico (mayoritariamente no competitivos, basados en la baja productividad y los salarios deprimidos) con la resurrección de lo que en su momento fue bautizado como “Patria Contratista” (via obras públicas financiadas principalmente por el Estado). Las claves de la política han residido en mantener el dólar artificialmente alto (lo que condiciona la inflación creciente que viene duplicándose año a año), generar superávit fiscal a través de impuestos distorsivos y aumentar el gasto público a un ritmo más rápido que la recaudación. El eje de esa construcción de poder, tanto política como económica, ha residido en el empleo sistemático de los recursos del Estado. Desde allí, se consiguió encuadrar también (hasta ahora) a la mayoría de los gobernadores e intendentes (peronistas y también a algunos otros). Como para esa construcción se ha empleado una estrategia de confrontación, su implementación excluyó a importantes sectores políticos y sociales. Como se ha tratado de una estrategia hipercentralizada, más que alianzas ha promovido hasta el momento vínculos tutelares y satelismo.
Una enumeración de los sectores excluidos o golpeados no sería breve; en primer lugar, habría que incluir a los desocupados, subocupados y trabajadores cuyos ingresos fueron brutalmente encogidos por la devaluación del año 2002 y se mantienen largamente rezagados en relación con el alza del costo de vida. El ingreso medio de todos esos sectores al cerrarse el año 2004 era, según el INDEC, de 677 pesos. la mitad de la gente que trabaja –según esas mismas cifras- cobra sueldos de menos de 500 pesos.
No es extraño, pues, que los sindicatos hayan recuperado activismo en los últimos tiempos. El movimiento sindical sólo puede realizar consistentemente sus reivindicaciones en una economía competitiva, integrada al mundo, una economía de productividad creciente capaz de garantizar altos salarios, y la Argentina se encuentra en el fondo de la tabla de competitividad de los países (puesto 74, muy por debajo de Chile (22) pero también de México, Uruguay, Brasil, Colombia y Perú. No hay incrementos en la productividad. No hay inversión suficiente, como lo admite el mismo ministro de Economía. El país no atrae inversión extranjera: la entrada de inversión extranjera directa (IED) en América Latina y el Caribe registró un incremento en el 2004 por primera vez desde 1999: superó en la región los 56.400 millones de dólares. Brasil y México fueron los principales receptores de estos capitales con 18.000 millones y 17.000 millones de dólares. Argentina sólo recibió 4,3 mil millones de dólares. Chile recibió casi el doble, 7.500 millones de dólares.
En este terreno, la construcción de poder del gobierno de Kirchner ha fallado en la tarea de la inserción activa en el mundo y muestra brechas que se extienden hacia importantes grupos sociales internos.
Pero mencionemos a otros importantes sectores golpeados por el sistema de poder del gobierno.
La Iglesia Católica ha sido desafiada en el plano cultural por la decadencia disfrazada de progresismo en un conflicto de valores en el que el sistema del poder la ha agredido tanto en el plano cultural y espiritual como en lo institucional.
Las instituciones militares han sufrido el acoso organizado de sectores aliados al gobierno, que las golpean en el plano interno, mientras la política salarial condena a sus efectivos a ingresos ínfimos y, en el terreno de la realización profesional, reduce sus misiones en el contexto global.
Los sectores económicos internacionalmente competitivos sufren la mayor presión de los impuestos distorsivos.
Rota la alianza con el duhaldismo que lo llevó al gobierno, Kirchner deberá decidir, a partir de la lectura de los resultados del 23 de octubre, si mantiene los lineamientos de la construcción de poder que ensayó hasta el momento o si en los tiempos por venir deberá asentarse sobre pilares más sólidos y perdurables, incorporando todo o mucho de lo que optó por excluir en sus dos primeros años de gestión.
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Jorge Raventos , 12/10/2005 |
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