El oficialismo encara el último mes de campaña satisfecho con los resultados de su último ajuste propagandístico. Un mes atrás, apuntábamos en este espacio que los estrategas de la Casa Rosada se aprestaban a afinar la sintonía de su campaña, a la luz de “las cifras de las encuestas, que les han revelado que la intensa ofensiva de agresiones lanzada desde la Casa de Gobierno contra sus adversarios electorales (principal, pero no exclusivamente, el duhaldismo bonaerense) lejos de fortalecer a los candidatos oficialistas y al propio Presidente, los ha hecho retroceder en la opinón pública”. |
Así ocurrió, en definitiva y el cambio tuvo como primera consecuencia generar desconcierto en los equipos del duhaldismo. Las cifras de la señora Hilda González de Duhalde, que hasta entonces venían en ascenso, en buena medida merced a los ataques que ella, su esposo y sus aliados recibían de la pareja presidencial (y de su estilo moderado de asimilarlos), se estancaron de pronto cuando el oficialismo la privó de ese factor de diferenciación.
La verónica oficialista desnudó un hecho: el duhaldismo comparte con el gobierno el respaldo a la política económica encarnada en la figura de Roberto Lavagna y, en términos programáticos, sólo parece distanciarse de la Casa Rosada en un aspecto central: el reclamo de más puntos de coparticipación para la provincia de Buenos Aires, un tema importante, pero con escaso sex-appeal para centrar en él una estrategia electoral.
Están, por supuesto, las divergencias localizadas en la identidad política (el duhaldismo se reivindica peronista y cuestiona la ambigüedad kirchnerista a ese respecto y sus alianzas con piqueteros y fuerzas de izquierda), pero si ese escudo sirve para proteger parcialmente a sus votantes tradicionales (atacados, sin embargo, por líneas interiores por la infantería kirchnerista reclutada entre prófugos del duhaldismo y por el arsenal de promesas o dádivas de que dispone el Estado), el argumento es inclusive contraproducente fuera de los bolsones más humildes del conurbano: la señora de Kirchner recauda una altísima proporción de intenciones de voto en sectores que no vienen de una tradición peronista, sino más bien todo lo contrario. En estos sectores Cristina de Kirchner se beneficia de la proclamación peronista del duhaldismo, asume el papel de gran esperanza blanca y aspira intención de voto no sólo en las filas de lo que fue el electorado de la Alianza, sino inclusive en el que podría inclinarse por Ricardo López Murphy. El gobierno suma así votos por dos canales –el de tradición no peronista o directamente antiperonista y también una cuota del voto pobre, identificado con el justicialismo- dejando a su principal desafiante una sola cantera, la del voto peronista, y aun esta sin condiciones de monopolio.
Paradójicamente, al gobierno le va mejor en la provincia de Buenos Aires (donde la tasa de pobreza subió al 46 por ciento mientras la media del país bajaba a 38,5 por ciento) que en la Capital Federal, que tiene tasas de pobreza e indigencia significativamente menores que las del promedio nacional. En la ciudad de Buenos Aires el candidato oficialista, Rafael Bielsa, rema desde un alejado tercer puesto mientras Mauricio Macri y Elisa Carrió hasta el momento compiten cabeza a cabeza por el primero. Merece una explicación el disímil comportamiento de las clases media y alta de la Capital Federal y del primer cordón del gran Buenos Aires, cuyo comportamiento en otras elecciones ha sido muy parecido. Ahora, según las encuestas, le retacean el voto al candidato oficialista porteño, pero se inclinan por Cristina Kirchner del otro lado de la Avenida General Paz. La explicación quizás haya que buscarla en la presencia de Elisa Carrió en la ciudad de Buenos Aires: ella ofrece una alternativa al electorado ajeno u hostil a la tradición peronista sin pasar por el voto al oficialismo. En la provincia no existe una alternativa similar y la proclamada condición peronista de Chiche Duhalde (sustentada, por otra parte, en el núcleo duro de su electorado: los sectores más pobres de la provincia) vuelca mayoritariamente el voto ajeno u hostil al peronismo hacia el redil kirchnerista.
El gobierno ha conseguido, con su cambio de táctica en la campaña, anestesiar lo que más se parecía a un debate: la discusión con la fuerza bonaerense que llevó a Néstor Kirchner a la presidencia. Esa discusión generaba la imagen de una disputa entre pares. A partir del cambio, el oficialismo se ha dedicado a explotar intensivamente su ventaja posicional: habla desde el gobierno, hace actos y ceremonias cargadas con la simbología del poder, desde el reparto de subsidios hasta la difusión de recitales cortesanos en los salones del palacio. La discusión sobre el presente y el futuro de la Argentina se libra en otros escenarios, no aparece en la campaña. El retiro de su candidatura por parte de Domingo Cavallo priva a la campaña de una dosis importante de debate. El ex ministro, pese a la debilidad electoral que él mismo admitió al salir de la competencia, había sido hasta ahora el único que, en el altavoz metropolitano, había puesto en discusión los riesgos aún imperceptibles para la mayoría de un modelo económico-social que parece cristalizar la pobreza, la desinversión y la inseguridad.
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Jorge Raventos , 25/09/2005 |
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