Más allá de octubre

 


Por buenos motivos, mirando a los comicios del 23 de octubre los principales candidatos y sus equipos de estrategia dedican sus actuales afanes a conquistar votantes propios y a dispersar los de sus competidores. Es obvio que el resultado de la elección no será un dato irrelevante de la situación política.
No obstante, conviene recordar que el mundo no se acaba con el escrutinio y que al día siguiente el gobierno y las diversas corrientes de la oposición deberán afrontar los problemas que hoy parecen eclipsados, postergados o bicicleteados en virtud de la pugna por el sufragio.
Cuando los productores ganaderos denuncian como demagógicas las medidas pergeñadas por el gobierno para sofocar el precio de la carne durante algunas semanas (las que preceden a la elección), señalan una práctica que se repite en otros terrenos.

En vísperas de su performance neoyorquina, Néstor Kirchner debió asimilar la decisión del grupo francés Suez de abandonar la concesión de la mayor empresa de aguas del país: concluía en fracaso una negociación en la que la mayor inquietud del gobierno residió en no admitir antes del comicio lo que ineludiblemente deberá aceptar después: que las tarifas, congeladas desde hace tres años, van a subir. Y, al hacerlo, tendrán que compensar la rentabilidad caída con la obstinada postergación.

En la búsqueda efectista del respaldo electoral que no pudo obtener en 2003, el oficialismo se esforzó en adquirir un perfil público de combativo redentorismo que, aunque le ha dado prolongado rédito en las encuestas, lo ha malquistado con diversos poderes, sectores e intereses. El episodio de la empresa francesa no contribuyó, seguramente, ni a uno de los objetivos proclamados del viaje .

(convocar a los renuentes inversores internacionales), ni a trabar una relación más estrecha con el gobierno francés. De hecho, el doctor Kirchner no pudo concretar la reunión con el premier De Villepin que, quizás imprudentemente, había anunciado el canciller Rafael Bielsa. El presidente pudo, sí, reunirse con su amigo, el jefe venezolano Hugo Chávez, y también con el presidente ruso, Vladimir Putin, a quien había condenado un año atrás a un estéril plantón invernal en el gélido aeropuerto moscovita. Como viene ocurriendo, el presidente del gobierno de España fue su interlocutor más cordial. José Luis Rodríguez Zapatero ha apostado a tener paciencia con Argentina, un país donde todavía los empresas españolas tienen importantes intereses que defender.

Los desafiantes requisitos con que el presidente Kirchner condicionó el respaldo a la lucha contra el terrorismo global en su discurso en el Consejo de Seguridad de la ONU difícilmente le hayan ganado, en cambio, la simpatía de George W. Bush, que lo escuchó con escepticismo. Washington concibe esa lucha como un eje principal de su propia seguridad y de los alineamientos mundiales. Los acuerdos alcanzados con Paraguay para que militares de Estados Unidos desarrollen tareas de adiestramiento y formación con efectivos locales en el Chaco paraguayo, donde está ubicada la impresionante pista aérea de Estigarribia, son considerados por los analistas una muestra de la atención que el gobierno americano mantiene en el sur del continente, inclusive en momentos en que sus preocupaciones prioritarias se encuentran en otros alejados puntos del mapa. La mirada americana no descuida ni el desplazamiento de las acciones del narcotráfico hacia el sur ni el paisaje de magra gobernabilidad y agitación que se despliega en el subcontinente. Ese tema es uno de los más acuciantes que habrá que afrontar cuando la movilización electoral se haya agotado.

La versión, aparentemente surgida en Roma y amplificada en los titulares del matutino porteño de mayor circulación, de que el cardenal Jorge Bergoglio podría ser convocado para ocupar la secretaría de Estado del Vaticano, aludió a otro tema abierto. Las relaciones entre el gobierno y la Iglesia no están precisamente aceitadas. El Presidente no ha cerrado aun el entredicho vinculado con la capellanía castrense; en mayo eludió el tradicional Tedeum en la Catedral metroplitana y, quizás intentando jugar con diferencias de criterios en las jerarquías eclesiásticas, prefirió acogerse a la hospitalidad del entonces obispo de Santigo del Estero, Juan Carlos Maccarone. Poco después el Papa renunció a Maccarone vertiginosamente en medio de un turbio escándalo. No es, por otra parte, ignorado por nadie que ideólogos estrechamente vinculados a la Casa Rosada están empeñados en una acción de desgaste de la figura de Bergoglio, a través de artículos y libros. La eventual promoción del cardenal a la cancillería de la Iglesia, en Roma, no es una buena noticia para esos ideólogos, que celebraron la elección del Papa Ratzinger como “la segunda peor noticia” que podían haber recibido, aclarando que la “primera peor” habría sido que Bergoglio hubiera sido el elegido.

Si la versión surgida en Roma se transformara en un hecho, la inquietud oficial no se limitaría a la transformación del cardenal Bergoglio en Secretario de Estado vaticano (encargado de las relaciones de la Iglesia con estados y gobiernos), sino también a quién podría ser su reemplazante en la diócesis porteña. Las brechas abiertas por el oficialismo en su vínculo con el episcopado son una factura que se conserva impaga y que tampoco quedará amortizada con el resultado electoral.
Jorge Raventos , 19/09/2005

 

 

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