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EL PT PAGA EL PRECIO DE LA INNOVACIÓN |
Los presidentes que no controlan el Congreso en Brasil, usualmente no terminan su mandato. Este ha sido el caso de Getulio Vargas, Janio Quadros, Joao Goulart y Fernando Collor de Mello. Cuando se produce esta situación de descontrol, generalmente estalla una crisis política, cuya raíz, en la abrumadora mayoría de los casos, es de orden moral. Entonces, sobreviene el desenlace en forma extraordinariamente rápida: suicidio, renuncia, golpe o impeachment.
Publicado en el Diario Perfil el 11 de Septiembre. |
La lógica imperativa de este proceso se funde en que el sistema político brasileño es el resultado de la superposición de una Presidencia Imperial, que todo lo puede en la etapa de auge en que controla el Congreso, y una República Parlamentaria, que dispone en última instancia de los recursos del Estado, y expresa el consenso – variable, frágil, sujeto a una continua modificación de la relación de fuerza – de los “dos Brasil”: el Nordeste tradicional y el Sudoeste industrial e inmigratorio.
El sistema político brasileño, como en casi todas partes del mundo, frente a las crisis coloca en segundo lugar a las instituciones. Los partidos políticos no frenan el proceso ni canalizan institucionalmente las crisis, sino que, al contrario, las profundizan y aceleran, porque carecen de identidad histórica y no generan lealtad. En los últimos dos años y medio, 102 congresistas cambiaron 237 veces de partido.
La denuncia-confesión de Roberto Jefferson puso en primer plano un conflicto que surgió desde la base de apoyo a Lula en el Congreso, un choque entre partidos aliados del gobierno; el PTB (Partido Trabalhista Brasileiro) con el PL (Partido Liberal) y el PP (Partido Progresista), todos ellos con el PT (Partido de los Trabajadores, sobre un sistema de pagos entre los integrantes de la coalición gobernante, coordinado por la dirección del partido oficialista, y ligado a empresas estatales. En definitiva, lo que surgió a la luz pública no fue una serie de actos de corrupción individuales, sino de un mecanismo deliberado de creación de un sistema de poder que le aseguraba al PT y al Presidente Lula la mayoría parlamentaria. Se trata, en síntesis, de una corrupción sistemática a gran escala, arraigada históricamente, y transformada en el principal mecanismo de construcción de poder, dentro de un sistema político que fuerza al Presidente de la República a obtener acuerdos “fisiológicos” en el Congreso, bajo apercibimiento de remoción a través de una crisis en caso de no hacerlo.
Lula fue elegido presidente en la segunda vuelta del 2001 con más del 50% de los votos, pero el PT no obtuvo más del 20% de los escaños de la Cámara de Diputados. El partido oficialista tiene 13 senadores sobre un total de 81 y sólo 89 diputados sobre 513 desde que asumió en enero del 2002.
Todo el proceso de reformas llevado a cabo por el gobierno de Lula en estos últimos tres años, ante todo la modificación del sistema previsional cuyo desbalance de U$S 7.000 millones anuales es la principal fuente del déficit estructural de Brasil, exige modificar la constitución de 1988; y las enmiendas constitucionales requieren para ser aprobadas del 60% de los votos de las dos camaras, cuatro votaciones sucesivas (dos por cada cámara).
Este es el mecanismo de gobierno efectivo de Brasil, la estructura de decisiones tal como se manifiesta como secuencia e intencionalidad de su sistema político. Dentro de este sistema, la originalidad del PT ha sido la de crear una coalición gobernante fundamentalmente en el Congreso, mientras ocupaba con sus cuadros, monopólicamente, la totalidad de los cargos de segunda línea del Poder Ejecutivo y de las empresas estatales, lo que lo obligó a compensar a sus aliados con un sistema mensual de subsidios varias veces millonarios; y allí, en este punto, estalló la crisis: en el mecanismo de compensación por el monopolio petista.
Por eso la crisis, profundizada por la indignación moral de una opinión pública que descubre ahora, súbitamente, lo que está a la vista como sistema de gobierno, golpea de manera directa al PT y a su conducción política. No porque el PT sea más “corrupto” que el resto del sistema político, sino porque ejerció el poder desde 2002 de manera excluyente y monopólica, en infracción directa a la cultura del consenso y la participación que impone la diversidad brasileña. El PT paga, en síntesis, el precio de la innovación.
La economía brasileña mientras tanto crece sostenidamente. Lo hizo a una tasa superior al 4% (4,9%) en el 2004, con un último trimestre por encima del 5%, en tanto las exportaciones atravesaron la barrera de los 100.000 millones de dólares, lo que significa que se duplicaron en los últimos cinco años. La estimación del crecimiento del PBI este año, es de 3,2%, con una inflación del 5,5% y tasas de interés (SELIC) del 18%; todo esto con una balanza comercial ampliamente favorable de 42.000 millones de dólares y un saldo positivo en la cuenta corriente de 15.300 millones de dólares. Todo esto mientras se prevé un total de inversión extranjera directa (IED) en el año de entre 16.000 y 18.000 millones de dólares, con un tipo de cambio de 2,45 reales por cada dólar estadounidense. A su vez, el total de reservas del Banco Central de Brasil – “liquidez internacional” - asciende a 55.442 millones de dólares, con cifras del 5 de septiembre de 2005, mientras la tasa de riesgo país es de 417 puntos básicos sobre lo títulos del Tesoro norteamericano a 30 años. Parecería, en suma, que la crisis del sistema político no afecta la situación económica.
Lo que ocurre es que la tasa de inversión del Brasil es de 17% del PBI, semejante a la de hace 10 años, lo que implica que las perspectivas de largo plazo de la economía no son distintas a la de la década anterior.
La tasa de crecimiento potencial de largo plazo fue de 2% anual durante los dos gobiernos de Fernando Enrique Cardoso (1994-2002), en condiciones de control de inflación y equilibrio de las cuentas externas; y hoy es básicamente la misma.
La tasa Selic que fija Banco Central es ahora del 18% anual, pero el monto y las condiciones de la deuda publica brasileña (U$S 394.000 millones) la mas alta del mundo emergente, la mitad en dólares o títulos dolarizados, indican que la tasa de interés real de Brasil de largo plazo, con un nivel de expansión anual de 3.5/4% anual, difícilmente pueda alcanzar, en equilibrio, un nivel inferior al 9% anual.
Esta bajísima tasa de crecimiento potencial en el largo plazo adelanta que las perspectivas brasileñas en los próximos 10 años, no son muy distintas de lo sucedido en los últimos 20; esto es, desde que retornó la democracia tras 21 años de vigencia del régimen militar iniciado en 1964 y que concluyó en 1985.
En las ultimas dos décadas de la historia de Brasil, el crecimiento del ingreso per capita ha sido prácticamente nulo: 0.4% anual promedio. En consecuencia, desde 1970 los indicadores brasileños de desigualdad de la renta, uno de los tres más extremos del mundo, siguen prácticamente iguales. El 10% más rico de la población se apropia del 50% de la renta nacional, en tanto el 50% mas pobre recibe sólo el 10%. También permanece constante, en grandes trazos, el porcentaje de pobres e indigentes entre 1970 y 1993, con una reducción del 20% a partir del Plan Real lanzado en 1994.
Brasil experimentó un largo y exitoso periodo de desarrollo industrial orientado al mercado interno a través de la sustitución de importaciones, con eje en el Estado como centro y núcleo del proceso de acumulación.
Así fue durante las presidencias de Getulio Vargas (1930-45; 1950-54), Juscelino Kubischek (1955-60), y especialmente durante el régimen militar (1964-1985).
Durante ese largo periodo, el PBI creció un promedio de 5.5% anual, mientras que la población crecía 2,6% en el año. Significa que, entre 1930 y 1980, el PBI per capita brasileño aumentó 3% anual, uno de los incrementos mas altos en todo el mundo en esa etapa histórica.
La industrialización brasileña se aceleró en forma notable durante el régimen militar, en las que obtuvo tasas de incremento del producto del 10% anual durante la década del 65 al 74 con un crecimiento del PBI industrial todavía mayor, 12% en el año. Esta expansión excepcional continuó incluso dos años después del primer shock petrolero de 1973, debido a que el gobierno del General Ernesto Geisel y su Ministro de Hacieda Delfim Neto, incentivó la demanda mediante el endeudamiento, a gran escala, a pesar del cambio de las condiciones mundiales impuesto por la cuadriplicación del precio del crudo.
Brasil no crece sostenidamente a tasas altas en la etapa de globalización de la economía mundial. Esta omisión está directamente vinculada a las características de su sistema político Presidencial/Parlamentario, hoy en crisis con el gobierno del presidente Lula y el PT.
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Jorge Castro , 12/09/2005 |
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