UN TIRO PARA EL LADO BUENO.

 


Desde el suplemento rural de Clarín, su editor, Héctor Huergo, indaga acerca de la interrelación existente, en el mundo de la sociedad del conocimiento, entre la especialización agroalimentaria y el desarrollo biotecnológico de la Argentina.
Por fin un tiro para el lado bueno. El anuncio de un proyecto de ley de promoción de la biotecnología es una noticia que, como todo lo que es bueno para el campo, lo trasciende y se proyecta a nivel nacional.

Nada impactó tanto en la vida económica de la Argentina como la irrupción de la biotecnología. ¿Alguien imagina lo que hubiera sido del país sin la soja RR? ¿Hubiéramos salido tan fácil de la crisis del 2002?. Aún más: ¿se hubiera podido atender la emergencia social sin los planes trabajar y las donaciones de alimentos, entre ellos soja?.

¿Hubiera habido reactivación en la industria, que arrancó con la demanda de máquinas agrícolas?. ¿Y la construcción, que se reactivó desde el interior agrícola?. ¿Vio lo que es hoy Rosario?.

En 1996, cuando se liberó al mercado, la producción de soja se había estancado en torno a las 13-14 millones de toneladas. Parecía que había alcanzado su techo, después de un sostenido crecimiento desde principios de los años 70.

Diez años después, se cantaron las cuarenta en el tute de la soja. Sí, tres veces más. Ya en 1996 era el principal rubro exportable de la Argentina. Ahora no hay cómo alcanzarla. El ministro de Economía, al anunciar el envío de la ley al Parlamento, exaltó el valor agregado de las exportaciones de medicamentos, que es realmente enorme: una tonelada de alguna droga puede venderse a 250.000 dólares o más. Mil veces más que el valor de una tonelada de soja. Hay aquí una oportunidad enorme, y la ley de biotecnología puede ayudar muchísimo para que este negocio se expanda.

Sin embargo, los embarques de soja totalizan 10.000 millones de dólares, contra 350 millones de los de medicamentos. En una lectura más amplia, puede decirse que la soja es biotecnología envasada en un grano. Aunque tenga mucho menor valor unitario, cada embarque lleva un poquito del trabajo genético desarrollado en el país y en el exterior.

Aquí lo que importa no sólo es el desarrollo nacional, sino la posibilidad de incorporar lo que se hace en el mundo del ADN. En este sentido, la soja argentina es la forma de convertir en valor el trabajo de Monsanto, que descubrió el gen RR y la forma de introducirlo en el código genético de otros géneros, y el de los criaderos locales, que lo insertaron en sus variedades.

Lo mismo con los genes de resistencia a insectos, desarrollados también por compañías internacionales, y utilizados en nuestros híbridos de maíz y semillas de algodón. El maíz argentino es Bt de Syngenta o de Pioneer o de Monsanto con valor agregado: la fotosíntesis, el carbono que está en el aire, el soporte que brinda el suelo, los nutrientes, la lluvia y la habilidad del chacarero. Es gracias a esto que estamos en carrera.

El proyecto de ley establece una serie de beneficios fiscales y subsidios a la investigación. Los orienta claramente a los que se destinan a la obtención de productos comercializables. Y establece pautas para una vinculación público-privada, que según lo que dijo Lavagna es la garantía para que los desarrollos estén más cerca del mercado.

Esto impulsará iniciativas como la de Bioceres, la compañía de biotecnología creada por un grupo de productores de vanguardia nucleados originalmente en Aapresid. Bioceres tiene en marcha un par de proyectos biotecnológicos de gran importancia: la búsqueda de genes de resistencia a enfermedades de la soja, y de resistencia a Mal de Río Cuarto en maíz. En ambos casos se derivan fondos aportados por los ya casi cien socios de la empresa a organismos públicos de investigación.

Más recientemente, Bioceres se asoció con Biosidus, la empresa de orígen farmacéutico que logró las primeras vacas transgénicas y clonadas, que producen hormona de crecimiento humano en su secreción láctea. Como fruto de este encuentro, ya se está levantando en Rosario un imponente laboratorio, en terrenos del Conicet local. Trabajarán los científicos del sistema público de investigación junto a expertos privados, a la vista del puerto de Rosario. Allí entran y salen cientos de camiones todos los días del año, y esto indudablemente será una fuente de inspiración y energía para acelerar los avances biotecnológicos con sello nacional.

Es sólo un ejemplo, quizá el más gráfico. Pero la ley servirá al conjunto del sector proveedor de semillas, porque todos los nuevos desarrollos podrán apoyarse en sus beneficios.

El complemento fundamental de esta iniciativa es la resolución definitiva del conflicto por la propiedad intelectual en semillas. Para que la ley de biotecnología brinde resultados, tiene que funcionar a pleno un régimen de semillas que garantice los derechos del obtentor.
Héctor Huergo , 23/08/2005

 

 

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