NADA ES LO QUE ERA ANTES:

 


Pascual Albanese realiza un análisis de los orígenes de la situación política argentina y de su dramático viraje a partir de la ruptura política entre Néstor Kirchner y Eduardo Duhalde.
1) Desde el colapso del gobierno de la Alianza y la consiguiente renuncia anticipada del presidente Fernando de la Rúa, en diciembre de 2001, dos años antes de la finalización de su mandato constitucional, en un escenario signado por el colapso del sistema financiero, la cesación de pagos y la devaluación monetaria de enero de 2002, la Argentina atraviesa una situación inédita. El dato central es la ambivalencia reflejada por un peronismo convertido en “partido dominante”, al ocupar virtualmente la totalidad del espacio de poder institucional, pero a la vez incapaz, por su crisis de conducción y sus contradicciones internas, de transformar dicho predominio en una auténtica hegemonía, vale decir en la capacidad política para determinar un rumbo estratégico acompañado por el consenso de los distintos sectores de la sociedad.

2) La particularidad del caso es que la Argentina fue históricamente un país bipartidista. Durante la primera mitad del siglo XX, ese bipartidismo fue encarnado por el conservadorismo, expresión de la elite política y económica, y el radicalismo, que encarnó la representación política de las clases medias. Desde 1945 en adelante, con el advenimiento de Perón, con independencia de las periódicas intervenciones militares, las dos grandes fuerzas políticas pasaron a ser el peronismo, expresión de la clase trabajadora emergente y de los sectores más sumergidos de la sociedad, y nuevamente el radicalismo. Esto fue así hasta diciembre de 2001, cuando la caída del gobierno de la Alianza significó la desaparición política del radicalismo como alternativa política nacional.

3 ) Desde entonces, esa estrepitosa caída de la Alianza, una coalición electoral constituida para vencer al peronismo en las elecciones presidenciales de 1999, integrada por el radicalismo y una fuerza de centro izquierda de efímera trayectoria, como fue el Frente País Solidario (FREPASO), generó una monumental frustración colectiva, que dejó sin representación política al conjunto de la clase media de los grandes centros urbanos, que en la Argentina forma, de manera casi excluyente, a la opinión pública.

4) La consecuencia fue que esa clase media urbana, carente de todo canal de representación, tuvo un estallido de furia “anti-política”, manifestado primero en la consigna de “¡qué se vayan todos!” y, luego, en un estado de descreimiento generalizado en un sistema político que había perdido su naturaleza bipartidista, ya que, ante la implosión del radicalismo, quedó de hecho monopolizado por el peronismo. O, dicho de otra manera, un sistema político en el que esa clase media urbana, más que excluida, se considera lisa y llanamente expulsada.

5) En ese contexto, las elecciones presidenciales de abril de 2003 tuvieron la característica singular de que el peronismo, carente de una conducción unificada y de un proyecto político compartido, concurrió a las urnas con tres fórmulas presidenciales distintas, encabezadas por Carlos Menem, Néstor Kirchner y Adolfo Rodríguez Sáa. La razón de esa situación atípica fue la decisión política del presidente Eduardo Duhalde de suspender la elección interna abierta del Partido Justicialista, para impedir lo que se estimaba una inexorable victoria de Menem. Esos tres binomios peronistas, que en su conjunto obtuvieron el 62% de los votos, compitieron el 27 de abril de 2003 en una suerte de elección interna de carácter abierto y obligatorio, simultánea con la elección general. El resto de las fuerzas políticas obtuvo entonces el 38% de los votos, virtualmente monopolizados por dos figuras emigradas del radicalismo, Ricardo López Murphy y Elisa Carrió.

6) En esa ocasión, las dos fórmulas presidenciales más votadas fueron peronistas. Menem, el candidato más votado en la primera vuelta electoral, con el 24,5% de los sufragios emitidos, no se presentó en la segunda vuelta y dejó como triunfador a Kirchner, el postulante que había ocupado el segundo puesto con el 22,5% de los votos. El motivo por el que Menem, virtual triunfador en esa elección abierta del peronismo, resignó su postulación fue precisamente la intención de evitar que esa clase media de los grandes centros urbanos, mayoritariamente antiperonista, quedara erigida en el árbitro de la contienda interna del justicialismo, hipótesis en la que su suerte hubiera quedado echada.

7) El resultado de esa retirada de Menem del escenario electoral fue el encumbramiento de un candidato presidencial que no sólo había recogido un reducido porcentaje de votos, sino que, además, tenía la limitación adicional de que una alta proporción de ese apoyo tampoco le era verdaderamente propio, sino derivado del respaldo brindado por el presidente Duhalde, que unía entonces a su condición de Jefe de Estado la de jefe del poderoso aparato partidario del peronismo de la provincia de Buenos Aires, el distrito que aglutina el 37% del padrón electoral nacional.

8) De allí que el gobierno de Kirchner, expresión de una corriente minoritaria del peronismo que reivindica su origen ideológico en la década del 70, naciera perseguido por el estigma de la ilegitimidad. Para compensar esa fragilidad, Kirchner implementó una estrategia claramente orientada a cosechar el respaldo de esa opinión pública formada por las clases medias de los grandes centros urbanos, una franja que combina su tradicional recelo frente al peronismo con su furia “anti-política” originada en el fracaso del gobierno de la Alianza.

9) En esa búsqueda constante de respaldo de la opinión pública, Kirchner utilizó una retórica de confrontación permanente, signada por fuertes ataques a las Fuerzas Armadas, a algunos sectores empresarios, a altos prelados de la Iglesia Católica y también a vastos sectores del propio peronismo, comenzando naturalmente por el propio Menem. A fin de construir una base de poder propia, avanzó asimismo en una política de alianzas con ciertos sectores de izquierda, en especial enrolados en los grupos “piqueteros”, muchos de los cuales pasaron a ser subsidiados con fondos del Estado.

10) Durante esta primera etapa de gobierno, esa estrategia de búsqueda constante de respaldo de la opinión pública contó con el inapreciable auxilio de una fuerte recuperación económica impulsada por dos factores. En primer lugar, el denominado “rebote técnico” que casi inevitablemente ocurre en todas aquellas economías que, como sucedió con la los países del sudeste asiático sacudidos por la crisis financiera de 1997, vienen de experimentar un fenomenal colapso productivo. En segundo término, la existencia de una coyuntura internacional extraordinariamente favorable para la Argentina.

11) Cabe recordar que el gobierno de De la Rúa no cayó por la acción de la oposición, sino por la implosión de su propia base de sustentación política y por el violento estallido de la opinión pública en diciembre de 2001. Ese peligro, que en el caso específico del actual gobierno remite a la evolución de la situación interna del peronismo y a la clásica volatilidad de la opinión pública, más que a la presencia y la acción de la oposición política en un sentido estricto, es la auténtica amenaza que se cierne sobre el gobierno de Kirchner.

12) Por ese motivo, la ruptura entre Kirchner y Duhalde constituye un dato mayor, que modifica esencialmente el escenario político argentino. La cuestión no reside en las intenciones de los protagonistas, sino en las consecuencias de sus actos. Lo verdaderamente importante es que ha quedado fracturada la coalición gobernante en la Argentina. En ese sentido, esta ruptura tiene una enorme significación política, equivalente a la que tuvo en octubre de 2000 la renuncia de Carlos Álvarez a la vicepresidencia de la Nación.

13) Conviene subrayar que en la Argentina la regla política básica es que la decadencia y caída de los gobiernos no es obra de la oposición, sino producto de la desarticulación de la coalición política que los sustentaba. No sólo ocurrió así con el gobierno de la Alianza. Incluso cabe afirmar que la derrota electoral del peronismo en octubre de 1999 tampoco fue consecuencia del surgimiento de la Alianza como alternativa opositora, sino el resultado de los conflictos desatados en torno a la sucesión presidencial entre Menem, su vicepresidente Duhalde y su Ministro de Economía, Domingo Cavallo.

14) En este caso, no importa aquí demasiado ahondar en los motivos específicos del enfrentamiento entre Kirchner y Duhalde. Lo que importa no es bucear en sus intencionalidades, sino en sus consecuencias políticas. Es probable que lo más importante que hasta ahora se haya dicho como definición política en esta campaña electoral para las elecciones legislativas de octubre de este año sea la afirmación de la señora de Duhalde en el sentido de que el peronismo habrá de elegir “otro presidente” en el 2007, alternativa que descarta tajantemente el apoyo del “duhaldismo” a la reelección de Kirchner.

15) Lo cierto es que se ha vuelto a abrir la lucha interna dentro del peronismo. De un lado está Kirchner, con una estrategia de alianzas que reconoce dos vertientes fundamentales: la primera de esas vertientes es un heterogéneo conglomerado de sectores del denominado “progresismo” y de expresiones de la izquierda y la segunda vertiente consiste en un conjunto de adhesiones de adentro del peronismo, recogidas no tanto en función del compromiso con una identidad y un proyecto político como a partir del uso discrecional del aparato del Estado. Del otro lado, no está solamente el “duhaldismo”, sino la mayoría del peronismo, lo que podríamos caracterizar como su “corriente central”, sumido actualmente en un estado de aguda horizontalización de poder, sin un liderazgo claro ni una candidatura presidencial definida para el 2007.

16) El resultado previsible de esta situación es que, casi con independencia de los resultados electorales de octubre próximo, la puja por la sucesión presidencial de 2007 no va a librarse entre un peronismo unificado liderado por Kirchner y una gran coalición opositora de centro derecha. La disputa política central será, en realidad, previa a esa definición electoral y volverá darse nuevamente dentro del peronismo, entre dos sectores que habrán de tejer sendas redes de alianzas políticas hacia afuera del justicialismo, una de ellas volcada hacia la izquierda y la otra hacia el centro derecha.

17) En el corto plazo, el gobierno ha planteado las elecciones legislativas de octubre de 2007 como un plebiscito orientado a avalar su gestión y remediar su debilidad de origen. El centro de este plebiscito está centrado en la provincia de Buenos Aires. La incógnita básica a develar no es tanto el resultado general sino la identificación de adónde va a parar el voto peronista. En este caso especifico, no sólo importa determinar el ganador de la elección, casi seguramente la senadora Cristina Fernández de Kirchner, sino la diferencia de votos que exista entre la candidata oficial y la señora de Duhalde y, muy especialmente, el veredicto de las urnas en los denominados “segundo cordón” y “tercer cordón” del Gran Buenos Aires, que es la zona que alberga a la base social tradicional del peronismo y constituye el “núcleo duro” de su base electoral.

18) En definitiva, en coincidencia con estos comicios legislativos, está aquí en juego una elección interna abierta dentro de la fuerza política que, no necesariamente por sus virtudes intrínsecas sino por ausencia de cualquier otra alternativa visible, constituye hoy el eje del sistema de poder en la Argentina.

19) Simultáneamente, las encuestas anticipan una casi segura derrota del oficialismo en la ciudad de Buenos Aires, que es el segundo distrito electoral de la Argentina y, lo que es aún más significativo, el centro neurálgico de esa opinión pública que constituye hasta ahora la apoyatura principal del gobierno de Kirchner.

20) En este escenario, corresponde computar también una previsible derrota del Partido Justicialista en Santa Fe, que es el cuarto distrito electoral del país; probables cuatro victorias del radicalismo en Mendoza, Chaco, Catamarca y Río Negro y muy posibles triunfos de Carlos Menem en La Rioja, de Adolfo Rodríguez Sáa en San Luis y de Jorge Sobisch en Neuquén. Resulta entonces fácil prever que, con la defección de los legisladores del "duhaldismo", el oficialismo perderá su actual mayoría parlamentaria en la Cámara de Diputados. Esto implica que, fracasada la estrategia del plebiscito, a fin de este año no habrá prórroga de la "emergencia económica" ni renovación de los "superpoderes". En términos prácticos, Kirchner perderá poder y su sobrevivencia política quedará sujeta a la lógica de la negociación, un recurso que constituye precisamente la antítesis de esa estrategia de confrontación sobre la que construyó su imagen pública y su identidad política. Todo esto, en un marco regional en que la agudización de la crisis brasileña incentiva la oleada de ingobernabilidad que recorre América del Sur.
Pascual Albanese , 22/08/2005

 

 

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