El presidente Kirchner sigue en campaña. Y no parece avergonzado de hacerlo: según declara, lo considera algo así como su derecho natural, independientemente de las normas que establecen un plazo para su inicio (que recién se abre dentro de tres semanas) y más allá de ese sentido común que exhorta a no encubrir ni financiar la actividad partidaria con recursos del Estado o con excusas institucionales. |
La campaña permanente del Presidente procura la victoria en el plebiscito al que él convocó informalmente, así su corregido discurso actual confiese contentarse apenas con 'una victoria digna'. Las palabras maquillan la coartada potencial que pueda justificar un fracaso en el plebiscito; los actos exhiben el deseo sin límites de ganarlo.
En cualquier caso, esa voluntad desbordada no se traduce hasta el momento en estrategia de campaña, más allá del avance agresivo estilo montonera, propio de ese diseño futbolístico que suele describirse con la consigna 'A la carga Barracas'. Ese procedimiento se basa, principalmente, en la iniciativa presidencial de aplicar mandobles por arriba o por debajo del cinturón a aquellos que el define como sus adversarios y describe a menudo como destructores del Pueblo, de la Patria o de ambos.
Domingo Cavallo y Ricardo López Murphy fueron así maltratados por haberse atrevido a exigirle transparencia en relación con los fondos que en su momento, como gobernador de Santa Cruz, Kirchner sacó fuera del país.
Cavallo calcula que los 654 millones de dólares que durante el gobierno de Carlos Menem recibió la provincia austral en 1993, se transformaron 1.000 millones gracias a la oportuna venta de bonos obtenidos por Santa Cruz vendiendo bonos de la YPF privatizada. Y que fue esa suma -1.000 millones, dólar más, dólar menos- la que Kirchner desplazó al exterior. Por ello, Cavallo y López Murphy –y otros dirigentes, tanto de nivel nacional como de la provincia interesada- consideran que la repatriación de 513 millones anunciada a dúo por el actual gobernador, Sergio Acevedo, y el presidente (enarbolando éste sus 'manos limpias' ante las cámaras de TV- no son respuesta suficiente a los reclamos de transparencia. Falta explicar el destino de la mitad restante de los fondos, así como otros detalles, tales como los distintos y sucesivos destinos de los fondos, su rentabilidad y evolución, los nombres de los titulares de las cuentas donde fueron depositados, etc.
Informaciones que son de cajón en cualquier nación donde imperen criterios republicanos y la sana costumbre de la rendición de cuentas. Una explicación acabada de esos detalles sería seguramente una respuesta más eficaz que las diatribas contra quienes la exigen, pero esa no parece ser la tónica de la campaña permanente.
El diario La Nación ( y en particular su subdirector, Claudio Escribano) se ha transformado, para el Presidente, en otro enemigo emblemático y en encarnación de lo que llama prensa opositora. Propenso a montar el picaso, Kirchner se enojó con una investigación del matutino, que comprobó que un gran número de asistentes a los actos de la campaña permanente en el conurbano son controlados en su asistencia en base a listados, y que la presencia y la inasistencia, según declaración de algunos de ellos, son, respectivamente, premiada y castigada con la recepción o no de bolsos de asistencia alimentaria.
En ese paisaje de castigo a los adversarios se integran las paradójicas críticas al Fondo Monetaria Internacional (seguiremos pagando puntualmente para liberarnos de la dependencia), los cuestionamientos a los indultos decididos por Carlos Menem (con crítica específica a los indultos a militares y silencio sobre los indultos a jefes montoneros) y los cañonazos contra Eduardo Duhalde y el justicialismo bonaerense, oportunamente tachados de mafiosos por la senadora por Santa Cruz, candidata a senadora bonaerense y primera dama Cristina Fernández (de Kirchner).
El estilo presidencial, transformado en estrategia ex post facto del oficialismo, produce desacoples en las filas del Frente por la Victoria, tanto por defecto como por exceso. Este último fue el caso del jefe piquetero favorito de la Casa Rosada, Luis D'Elía quien, inspirado en las palabras de sus máximos referentes políticos se sumó a la caza de mafiosos y los encontró…en el Frente por la Victoria.
D'Elía aseguró que al menos el 40 por ciento de los intendentes prófugos del duhaldismo que ahora alimentan las filas del kirchnerismo 'son mafiosos'. Y dio el nombre y apellido de algunos, provocando un cortocircuito en el oficialismo. Sucede que esos jefes comunales resultan indispensables hoy al Presidente en su ambición (ahora asordinada por consejo de asesores) de ganar 'el plebiscito'. D'Elía, hasta hace poco proveedor principal de público para actos de la campaña permanente, tiene ahora la competencia de esos intendentes y se ha autoasignado la tarea de detectar mafiosos donde no debe.
El desconcierto por defecto tiene su personaje: el doctor Rafael Bielsa, primer candidato a diputado oficialista por la Capital Federal. Bielsa, que hubiera preferido abstenerse de esa candidatura y seguir, en cambio, a cargo de la Cancillería, aspira al menos a conducir su propia campaña y, con suerte perfilarse como candidato a Jefe de Gobierno porteño en 2007. Para ello, contrariando el espíritu oficialista en relación con Aníbal Ibarra (a quien se prefiere barrer bajo la alfombra pero sostener en su puesto frente a los reclamos de juicio político), Bielsa envió a su esposa a respaldar una reunión promovida por los familiares de las víctimas de Cromagnon en la que se solicitaba la remoción de Ibarra por la vía institucional. Algunos participantes de esa demostración se dedicaron minutos más tarde a escrachar a la primera dama y a la presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo, ensayando en ellas, con suerte despareja, un lanzamiento de huevos.
La participación de la esposa de Bielsa en aquel reclamo que culminó (sin ella, por cierto) en algarada y huevazos fue interpretada en la Casa Rosada como una nueva muestra de inaceptable autonomía de Bielsa. El candidato ya se había diferenciado de Cristina Kirchner en los ataques a Duhalde, a quien prefirió recordar por su espíritu colaborativo en el marco del MERCOSUR. Así, según cronistas que frecuentan los pasillos gubernamentales, el martes 2 de agosto Bielsa estuvo a punto de ser desalojado de (o de renunciar, según cuál fuera la fuente consultada) su doble condición de canciller y candidato. Está visto que el monopolio de los premios y los castigos está en manos del Presidente y de un círculo muy estrecho: aquellos que se internan en una distribución cuentapropista de unos u otros, como demuestran los ejemplos de D'Elía y de Bielsa, corren el serio riesgo de la desautorización y de la pérdida de sus franquicias.
La campaña permanente asume así los rasgos de una cruzada personal del Presidente escoltado apenas por unos pocos escuderos. Es el presidente –y, en todo caso, esa breve cohorte- el que define quiénes son buenos y malos, mafiosos o intocables, enemigos del pueblo o bienhechores que (al menos por ahora) merecen un elogio.
Ese ejercicio constante del arbitrio personal no está, por cierto, exento de riesgos. Los riesgos para la ilusión republicana que riegan muchos argentinos son obvios. Menos evidentes son, quizás, los peligros que corren el mismo oficialismo –condicionado por ese estilo exacerbadamente subjetivo- y la gobernabilidad. Si en el primer caso puede alegarse que en el pecado está la penitencia y que tales consecuencias afectan a un grupo no tan numeroso de personas que, al fin de cuentas, eligen lo que prefieren, en el caso de la gobernabilidad, los riesgos afectan a la sociedad en su conjunto.
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Jorge Raventos , 10/08/2005 |
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