Deslices y deslizamientos.

 


Jorge Raventos analiza la evolución de la situación política argentina.
Imagínese mi sorpresa –más:mi consternación
cuando, sin moverse de su lugar,
Bartleby, con una voz singularmente
suave, firme, replicó: ‘Preferiría no hacerlo’

H. MELVILLE, Bartleby, el escribiente

Por primera vez en veintiséis meses de gobierno, Néstor Kirchner está desafiando a las encuestas de opinión pública. La mayoría de los estudios demoscópicos registran una significativa caída en el respaldo al oficialismo en los últimos tres meses, precisamente el período en que el Presidente decidió intensificar su (como él mismo la definió) “campaña permanente” y agudizar su estilo confrontativo. La ruptura de la coalición que lo proyectó a la Casa Rosada en 2003 es una consecuencia de ese estilo, que lo llevó a enfrentar crudamente al justicialismo bonaerense, principal aportante del caudal electoral (22 por ciento) con el que se transformó en Presidente.

Obnubilado por esa confrontación con el PJ de la provincia de Buenos Aires, el oficialismo no dudó en acusar al ex presidente Eduardo Duhalde de ser algo así como el padrino de una mafia, sin reparar en que con ese desliz, con esas palabras desbordadas escupía al cielo: ¿estaba acaso informando a los argentinos y el mundo que el presidente de la Nación llegó a su cargo por obra de una operación mafiosa? Los estados alterados no permiten medir las consecuencias de las propias palabras.

Lo cierto es que la opinión pública no parece satisfecha con la agresividad de esa campaña permanente y eso se refleja en el deslizamiento de las encuestas.

También es verdad que ese creciente desapego tiene otras causas convergentes. El movimiento ascendente de los precios tiene su peso: la inflación es un miedo no tan secreto de los argentinos y la noticia de que el año 2005 registrará un índice superior al 10 por ciento (quizás el 12), con una alteración hacia arriba del orden de entre el 30 y el 40 por ciento en las metas previstas por el Banco Central ha introducido cierto nerviosismo en el ambiente, del que el propio gobierno no está exento. Las reacciones oficiales frente al fenómeno forman parte de un recetario viejo: presiones reguladoras y aplicación de nuevas retenciones (en principio a los lácteos, pronto a las carnes).

A los brincos inflacionarios hay que agregar aún otros elementos que a veces se pierden en el fárrago informativo.

El Instituto Nacional de Estadística y Censos informó esta semana, por ejemplo, que la mitad de la población ocupada del país gana menos de 500 pesos mensuales. Esos números, combinados con los de los incrementos de precios, sin duda ejercen un efecto sobre el humor social.

El consumo cae: en junio, las ventas en supermercados fueron un 2 por ciento menores que las de mayo y un 8 por ciento menores que las de junio de 2004. En los servicios públicos cayeron el consumo de agua corriente, el de gas y el de electricidad, así como el de transporte en trenes, subterráneos y colectivos. Aumentó, en cambio, el uso de teléfonos celulares. El perfil de las alzas y los descensos dibuja con claridad el mapa regresivo de las distribución del ingreso.

El ministerio de Educación se muestra impotente para cumplir su moderada meta de garantizar 180 jornadas lectivas anuales. Las huelgas de maestros y profesores por reivindicaciones salariales (un record para los últimos 14 años) son parte del problema. Otras estadísticas oscurecen más ese panorama: sólo un tercio de los jóvenes en edad de hacerlo concluyen sus estudios secundarios. Una encuesta producida por la UNESCO registra que virtualmente uno de cada dos docentes quiere dejar la enseñanza. Objetivos incumplidos, aulas en ruinas, maestros que pierden la vocación docente y alumnos que desertan en masa: ¿se necesitan más datos para diagnosticas una crisis profunda que requiere cambios urgentes? Ocurre que nadie ve al gobierno gestionando esos cambios.

Según un estudio del Banco Mundial, la economía argentina retrocedió en el ranking mundial del puesto 30, que ocupaba un año atrás, al puesto número 34. En una perspectiva más larga, la caída ha sido aún más abrupta. Según el mismo estudio, en 1999 el país se encontraba en el puesto número 17.

El panorama –al que podrían incorporarse más elementos- explica la paulatina extensión de las decepciones, los conflictos y las resistencias. El año 2005 muestra la mayor efervescencia sindical del último lustro y una conflictividad creciente.

Sucede, por otra parte, que las corrientes de resistencia, aunque diferentes, se interconectan. La ruptura de la alianza que llevó a Kirchner al gobierno y el surgimiento de una oposición en el seno del peronismo vigoriza, en los hechos, las expresiones de sectores que hasta hace poco preferían un silencio cauteloso, por miedo al castigo oficial (o paraoficial). Ahora, por ejemplo, los empresarios empiezan a levantar la voz, inclusive en casos en que se los amenaza o castiga desde el poder. Y a veces es el gobierno el que prefiere la cautela: la cantada ausencia del Presidente y de representantes oficiales de envergadura en la clásica ceremonia de apertura de la Exposición Rural es una señal en esa dirección, en cierto sentido comparable a la suspensión del Te Deum del 25 de mayo en la Catedral Metropolitana, cuando el gobierno prefirió evitar la homilía del cardenal Jorge Bergoglio.

El doctor Kirchner maneja la hipótesis de que el peronismo ha caducado y trata de confirmarla con sus propios actos, atacándolo abiertamente en distintos puntos vitales, principalmente ahora en el territorio bonaerense. Pero se encuentra con un justicialismo que, como el escribiente Bartleby, a los diagnósticos que lo incitan a la muerte responde tercamente: “Preferiría no hacerlo”.

Y la resistencia del peronismo empieza a estimular otras resistencias. También en ese paisaje es posible observar deslizamientos.

Se trata hasta el momento de actitudes suaves. La novedad es que empiezan a expresarse abiertamente.

También es “suave, pero firme” la actitud del justicialismo bonaerense, que prefiere subrayar con su tono moderado que el monopolio de la agresividad está en manos del gobierno nacional. Este, al parecer, asume con gusto ese papel y repite el número del castigo en cada acto, en cada declaración. Pero empieza a recibir respuestas. El presidente de la Cámara de diputados, el bonaerense Eduardo Camaño, le replicó al Presidente “Nunca me gustó ser tratado como parte de una manada. También aprendí a no ser lobo, a no morder la mano de quien me ha ayudado”. Kirchner había acusado al duhaldismo y al propio Camaño de actuar como lobos con piel de cordero. El Presidente prefiere parecer un lobo con piel de lobo.

Jorge Raventos , 01/08/2005

 

 

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