Jorge Raventos analiza la evolución de la situación política argentina.
|
“Para entusiasmar al pueblo y para justificar
el propio radicalismo se cometió
la torpeza de crear un lenguaje brutal(…)
Para no desmentir esas frases(…)los
hechos han de seguir fatalmente a
las palabras frenéticas. Así
se inicia la desenfrenada carrera…”
Stefan Zweig, Fouché, Capítulo II
Fue la señora Hilda González de Duhalde, Chiche, la que usó la palabra “crispación” para definir el llamado estilo K. Ella aludía así a una retórica acusatoria, agresiva y culpógena que el Presidente –y por emulación su entorno- ensaya sobre terceros, sean ellos opositores reales o imaginarios o se los conciba como eventuales obstáculos a la realización de los planes que el poder preserva bajo siete llaves.
Han sufrido ese estilo desde los ejecutivos del Fondo Monetario Internacional hasta empresas quejosas por la manipulación oficial de sus precios o tarifas, militares, sacerdotes, periodistas y hasta funcionarios propios. Antes de dejar su puesto, el ex ministro de Justicia, Gustavo Béliz, dio cuenta de lo que definió como “maltrato” presidencial. Algunos ministros y colaboradores de jerarquía un poco más baja guardan por agora el secreto de los castigos (no exclusivamente morales) que el Presidente les depara.
Pero en estas semanas, y en campaña, el tono crispado del Presidente apunta principalmente contra los políticos. Es decir, los otros políticos. ¿Cuáles? Todos los que no se avienen a alinearse en las huestes de lo que, con orgulloso subjetivismo, el doctor Kirchner define como “nueva política”. El Presidente incluye en esa categoría a todo dirigente (de partido, gremio o piquete) que lo respalde. Y reserva el demonizado casillero de la “vieja política” a todo el que lo resista, criticque u objete. En la nueva política, entonces, militan Luis D’Elía, Cristina Fernández de Kirchner, Hugo Moyano, Mariano West, Rafael Bielsa, Hebe de Bonafini, Chacho Alvarez, los generales Balza y Bendini, Aníbal Fernández o el gobernador radical de Tierra del Fuego (adalid de la reelección del Presidente), para citar algunos nombres emblemáticos. En la vieja el Presidente amontona a Ricardo López Murphy, Elisa Carrió, Carlos Saúl Menem, el periodista Claudio Escribano, Hilda González de Duhalde, Mauricio Macri, el gobernador Jorge Sobisch, los militares que no se avergüenzan de haber combatido al terrorismo durante los años de plomo, los sacerdotes que se oponen en voz alta a la legalización del aborto o de los matrimonios entre personas del mismo sexo, los empresarios que consideran que ganar dinero en los negocios no es pecado, etc.
Por cierto, últimamente los principales ataques del Presidente han apuntado al duhaldismo, culpable de haber presentado candidatos justicialistas en la provincia de Buenos Aires que competirán con las listas del Frente por la Victoria que encabeza su esposa, la primera dama.
La crispación se evidencia no sólo en las palabras, sino en la compulsiva frecuencia de los actos de campaña que el Presidente encabeza, pese a que él no es candidato a nada. El viernes 22 esa ofensiva frenética se manifestó en Balcarce, una ciudad administrada por el peronista de alineamiento duhaldista Carlos Erreguerena. El alcalde, después del vuelo rasante de Kirchner por su tierra, denunció que el acto realizado allí "no fue algo institucional", como le habían anticipado, "sino un acto político".
Erreguerena se quejó de que "los dirigentes kirchneristas de la Quinta Sección Electoral (a la que pertenece Balcarce), tomaron por asalto el lugar del acto y pegaron carteles sobre las pancartas que decían 'Bienvenido Señor Presidente', tapándolas con nombres de sus candidatos a concejales de Mar del Plata, Miramar o Necochea". Señaló también
que "nos habían dicho desde el Gobierno nacional que iban a anunciar una serie de obras públicas, pero finalmente nada de ello ocurrió", y vinculó esa situación a su pertenencia al sector que lidera el ex presidente Duhalde. "Si tengo que resignar obras u otras cosas por no adherir a un espacio político que no quiero compartir, iré casa por casa a pedirle disculpas a los vecinos", concluyó Erreguerena, no sin agregar que "buena parte de la concurrencia al acto" trasladada por los simpatizantes de Kirchner "fueron dirigentes piqueteros traídos desde Mar del Plata".
Tanto desborde energético de parte del oficialismo es cuestionado por la mayoría de los sectores políticos. Los argumentos son atendibles: apuntan que, por ley, las campañas políticas no pueden iniciarse antes de los 60 días previos a la elección; subrayan, además, que los actos proselitistas que encabeza el Presidente son financiados por el erario público bajo la excusa de su carácter institucional.
Pero esa ansiedad –o crispación-oficialista tiene sus motivos: el Presidente intuye que el plebiscito al que ha convocado puede convertirse en un bumerán. Y lo teme más desde el momento en que –por su decisión, es cierto- se rompió la alianza que lo llevó a la Casa Rosada. Kirchner calculaba que iba a quebrar la voluntad del peronismo bonaerense y que la ofensiva del aparato oficialista (incluyendo el manejo discrecional de la caja del Estado Nacional y de la caja bonaerense que todavcía administra Felipe Solá) obligaría a las fuerzas de Eduardo Duhalde a una rendición virtualmente incondicional. Eso no ocurrió, lo que demuestra que el justicialismo, al que la Casa Rosada diagnosticaba en coma, está en condiciones de exhibir reflejos de vitalidad y de lucha por la supervivencia.
La resistencia ejercida por el PJ bonaerense comienza a funcionar como un punto de referencia para otros sectores del peronismo, que aspìran a rechazar la sentencia de muerte dictada desde el poder (Kirchner declaró tres semanas atrás que él aspira a un sistema político formado por una corriente “de centroizquierda” y otra “de centroderecha”, probablemente imaginando que restos del peronismo serán subsumidos en una u otra). Así, empiezan a observarse señales de confluencia entre corrientes peronistas que, más allá de sus propias divergencias, coinciden en pelear contra la decisión de enterrar (“más aún, de enterrar vivo”, como disparó con agudeza el duhaldista Daniel Chicho Basile) al movimiento nacido el 17 de octubre de 1945. Esta semana, desde La Rioja, Carlos Menem reiteró las señales de su disposición a trabajar con ese objetivo inclusive con Eduardo Duhalde (“la política es el arte de lo posible”, respondió cuando le preguntaron si esa alianza estaba en sus previsiones). Luis Patti, al frente de un nada despreciable capital del 10 por ciento de los votos en los últimos comicios, se apresta ya a cerrar un pacto electoral con Chiche Duhalde. Justicialistas de otras provincias observan con expectación la perspectiva de que alguien los alivie de la presión constante del poder central.
Así, al gobierno le ha nacido una oposición vigorosa desde el seno del peronismo. Una oposición que desafía el plebiscito presidencial y que, de encontrar puntos de coincidencia institucional con las corrientes no justicialistas que cuestionan las transgresiones oficiales al sentido republicano, pueden inducir al gobierno a un cambio de rumbo, de aliados y de estilo. El plebiscito lanzado por el gobierno puede convertirse entonces, independizándose de la voluntad de su promotor, en un límite a los intentos hegemónicos. Habrá que ver si esa perspectiva provoca menos o más krispación.
|
Jorge Raventos , 25/07/2005 |
|
|